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El templo interminable

El fuego le ha devuelto a Notre Dame su condición de obra inacabada, de obra en marcha, que una vez más en su larga historia vuelve a plantear el problema de cómo terminarla

2 de mayo de 2019 Por: Carlos Jiménez

Durante las muchas horas que duró el incendio que veíamos en directo por la tele, temí como tanta otra gente que se cumpliera por fin el temor de Víctor Hugo a que Notre Dame “desapareciera de la faz de la Tierra”. Lo expresó en Nuestra Señora de París, la novela de su autoría, cuya temprana popularidad tanto hizo por la recuperación de un templo, que tan difícilmente había sobrevivido a las turbulencias de la revolución y del imperio napoleónico. Pero no desapareció, no se quemó completamente, porque su fábrica de piedra resistió al fuego que devoró su techo y echó abajo su alta y emblemática aguja.

En lo que si acertó plenamente Víctor Hugo, fue escribiendo que Notre Dame “no es lo que se pudiera llamar un monumento completo, definitivo, catalogado”. Afirmación que hasta la víspera del feroz incendio que tanto nos dolió, parecía trasnochada, porque dábamos por definitiva la forma de un templo cuya construcción creíamos terminada hace ocho siglos. Nos equivocábamos. El fuego le ha devuelto a Notre Dame su condición de obra inacabada, de obra en marcha, que una vez más en su larga historia vuelve a plantear el problema de cómo terminarla. Porque de lo que ahora se trata no es de una mera restauración, sino de emprender una verdadera remodelación, debido a que para nada resulta sencillo responder a la pregunta de cuál era el estado original al que debería devolverla una restauración, que pretendiera ser fiel al mismo.

La Notre Dame de ahora no es la misma que se dio por concluida en 1245, sino el resultado de la profunda remodelación a la que la sometió el arquitecto Viollet-le-duc en la mitad del Siglo XIX. La aguja, cuya caída envuelta en llamas tanto nos conmovió, es obra suya, al igual que rosetones, capillas y contrafuertes que creíamos originales.
Remodelación que no fue sino un episodio más en la historia de una arquitectura a la que Hugo calificó de quimérica, por cuanto era el feliz ensamblaje de elementos de distintas épocas y estilos: el románico, el gótico y el renacentista. De allí que tampoco Le-duc -un neo medievalista militante- pudiera recuperar el estado original de un templo que nunca fue estrictamente gótico.

El gobierno francés, consciente del problema, ha convocado a un equipo de arquitectos cuya misión es definir qué hacer con Notre Dame y es de esperar que propongan una remodelación congruente con nuestro tiempo y no con el de Le-duc.

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