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Viaje a la arquitectura

Hay que vivir otras ciudades para apreciar las propias, y verlas junto a sus bellos cerros, cordilleras, y valles, ríos, lagos y mares

29 de diciembre de 2022 Por: Vicky Perea García

Recorriendo su bello país de la mano de José Saramago (Azinhaga, Portugal 1922-2010 Tías, Las Palmas, España, Premio Nobel de Literatura de 1989) de octubre de 1979 a julio de 1980, es muy grato encontrar a lo largo de Viaje a Portugal, 2022, más de 726 páginas de comidas, bebidas, gentes, paisajes, plazas y parques. Y capillas, iglesias, palacios, castillos y murallas -17 declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco- la gran mayoría muy interesantes para entender, con las palabras de Saramago, en qué consiste lo emocionante que pueden ser, y por qué “la utilidad no es incompatible con la belleza” (p. 450) y que “la arquitectura, sólo por sí, puede hacer feliz a un hombre” (p. 439).

Escribiendo sobre la iglesia del Senhor Bom Jesus, en Matosinhos, dice Saramago que su arquitecto, Nicolau Nasoni (San Giovani, Valdarno, Italia 1691-1773 Oporto, Portugal) supo “entender los misterios del granito lusitano, darles espacio para llegar mejor a los ojos, alternando lo oscuro de la piedra moldurante con la cal del revocado. Esta lección la olvidaron los adulteradores modernos, los fabricantes de pesadillas“ (p. 115). A Saramago, como él insiste en recordarlo, le gusta “lo más simple y riguroso.” (p. 563) y, cómo ya lo había dicho antes: “Los constructores de la más humilde iglesia románica sabían que estaban alzando la casa de Dios; hoy, se satisface un encargo” (p. 454).

El encanto de las ciudades, como las ‘visitadas’ con Saramago (Porto, Lisboa, Évora) no estriba sólo en sus centros históricos y sus obras paradigmáticas, sino igual en sus distintos barrios; y en los pueblos el pueblo todo; y hay que visitar las buenas obras modernas que pueda haber, cosa que él no hizo. Porque todo es fundamental para el análisis de la arquitectura y el conocimiento de las ciudades, y en ciertos lugares hay que vivir así sea unos días, y visitarlos de nuevo en diferentes épocas. Organizar siempre viajes y visitas en función de los intereses y posibilidades de cada quien, en una secuencia lógica e interrelacionada con lecturas al respecto. “Ningún viaje es definitivo” (p.14).

Los viajes deben partir de visitas de estudio en la ciudad de cada uno; y luego en los países de Iberoamérica: a la América tropical, de la Amazonia hasta el Caribe; y a la América andina y a la del extremo sur. Y antes o después a la Península Ibérica y al Magreb, de donde salió la arquitectura hispanomusulmana que arribó a un Nuevo Mundo, más Iberoamericano antes que Latinoamericano ahora, dando paso a la arquitectura colonial cuyo regionalismo llega hasta el Siglo XXI. Y volver a Granada en Al Ándalus, pues por algo dijo Ernest Hemingway que: “Todas las ciudades tienen su encanto, Granada el suyo y el de todas las demás”. Incluyendo las muchas visitadas con Saramago.

Como el significado cultural de las obras y ciudades que se van a visitar sólo es evidente al vivirlas en cada lugar, es preciso estudiarlas antes y hacer un comentario final al regresar. “El viajero no es turista, es viajero. Hay gran diferencia. Viajar es descubrir, el resto es simplemente encontrar” (p. 554). Se trata de “oír lo que se ve, de ver lo que se oye, oler lo que siente en las puntas de los dedos y saborear en la lengua [lo que se] está oyendo y viendo…” (p. 567) y “¿quién ha dicho que el blanco no es un color, sino la ausencia de él?” (p. 648). En conclusión, hay que vivir otras ciudades para apreciar las propias, y verlas junto a sus bellos cerros, cordilleras, y valles, ríos, lagos y mares.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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