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¿Para qué y dónde?

Ya se sabe que la esencia de la arquitectura es la creación, la que radica en la potencialidad creativa del arquitecto. Para crear se debe poseer imaginación, pero ¿cómo se las arregla un arquitecto (la mayoría) que no...

26 de junio de 2019 Por: Benjamin Barney Caldas

Leyendo Agua por todas partes, 2019, de Leonardo Padura, se puede entender claramente para qué se hace un proyecto arquitectónico y su importancia para la ciudad en la que se emplaza. Casi basta con cambiar novela por arquitectura y La Habana por alguna de las ciudades del trópico hispanoamericano. Y lo mismo que el escritor al terminar su trabajo, el (buen) arquitecto ya no será el mismo que al empezarlo, y se abrirá al mundo más allá de su arquitectura local (p. 257) o por lo contrario la descubrirá, hay que agregar.

Ya se sabe que la esencia de la arquitectura es la creación, la que radica en la potencialidad creativa del arquitecto. Para crear se debe poseer imaginación, pero ¿cómo se las arregla un arquitecto (la mayoría) que no esté dotado especialmente? El método resulta tan sencillo como devastador: acercarse a la realidad ya existente, presente o pasada, cercana o distante, y conocerla. Moverse por la historia y la geografía de territorios ajenos y leer libros, y (antes y después) visitar lugares específicos cercanos (pp. 263 y 264).

“Desde el punto de vista sociológico, la historia del arte no tiene sentido en sí misma, forma parte de la historia de una sociedad, del mismo modo que la ropa, los ritos funerarios y nupciales, los deportes y las fiestas”, recuerda Padura que dice Milan Kundera, El Telón, 2005, pero aunque la historia nos define a veces la definimos, y señala que: “El arte […] y la sociedad mantienen una convivencia compleja y en ocasiones dolorosa pues esta no siempre está preparada para las respuestas arquitectónicas…” (pp. 266 y 267).

Para el ciudadano que no sea un simple consumidor de arquitectura, también resulta crucial ese conocimiento. La arquitectura que nace con una finalidad, y con la intención más allá de las peripecias de conocer o entender las intenciones más profundas que explican para qué fue proyectado un edificio, le abre las puertas a una comprensión más acabada del hecho artístico. Lo que incide en el conocimiento de mecanismos sociales, políticos y existenciales propios de una sociedad, y de la condición humana (p. 273).

Y de nuevo Padura cita a Kundera: “Preso de angustia, imagino el día en que el arte dejará de buscar lo nunca dicho y volverá, dócilmente, a ponerse al servicio de la vida colectiva, que exige de él que embellezca la repetición y ayude al individuo a confundirse, alegre y en paz, con la uniformidad del ser”. Entonces los recursos empleados cobran otras dimensiones, más utilitarias y perfiladas hacia un fin no solo estético, sino ideoestético, el para qué y en dónde, y no apenas para ganar dinero (pp. 274 a 277).

Así la ciudad consigue armar el tejido social, arquitectónico, racial y psicológico en que se vive, y se convierte en el escenario más representativo de una región; su paisaje urbano es reflejo de un espacio social y sus diferentes contextos: raciales, políticos y por supuesto arquitectónicos; un ámbito urbano. (pp. 346 a 349). Finalmente Padura hace hincapié en el caso de Alejo Carpentier quien estudio un par de años de arquitectura y sabía mucho sobre esta como es evidente al leer sus novelas (p. 352).

Ver edificios por todas partes, es, en 2019, la realidad cotidiana de cada vez más personas en el mundo, pero lo que muchas poco entienden o que ni siquiera les interesa, es para qué es la arquitectura, ni ven la importancia de las ciudades en tanto espacios públicos conformados por edificios. Solo queda esperar que al terminar esta columna, si es que tuvieron la curiosidad de leerla, ya no sean los mismos y comiencen a abrir los ojos y miren a fondo su ciudad y su arquitectura… principiando por los arquitectos si acaso los hay.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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