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Historia urbana

El conocimiento del pasado y no apenas el recuerdo de la propia...

25 de noviembre de 2010 Por: Benjamin Barney Caldas

El conocimiento del pasado y no apenas el recuerdo de la propia vida distingue al hombre de los animales, pero la historia corre el peligro de que no sea cierta, como advertía Tolstói y lo podemos comprobar con lo del M19 y el Palacio de Justicia, por ejemplo. Afortunadamente, la historia de la ciudad y sus edificios, en tanto que artefactos, se hace enfrente de ellos mismos (G. C. Argan, La Historia del Arte como Historia de la Ciudad, 1983). Es posible analizar su presente, y no apenas su pasado, para pensar mejor su futuro. No descartar, por ejemplo, lo que en Cali dejamos de su valioso patrimonio construido, como algo puramente nostálgico o ‘histórico’ que se ‘atraviesa’ a una modernidad que es apenas su imagen. No entender su fundamental papel actual nos ha llevado a destruir edificios en lugar de construir ciudad, en un proceso inverso al que las originó, y de ahí que paradójicamente, aunque más extensa y poblada, lo seamos cada vez menos. Lo que explica casi todos los males urbanos que nos aquejan y lo bárbaro de su ‘solución’ a base de dinamita y soberbia.Por lo contrario, es posible comprobar la calidad de las obras públicas de antes, pues aún las podemos ver y usar, como el bello puente de El Peñón, o el Alfonso López (o de “los bomberos”), construido para el IV Centenario de Cali, que después de más de 70 años está como nuevo y sin duda es más bonito que los invasores puentes actuales, sin gracia alguna o definitivamente feos cuando se la quieren dar a base de falso ‘diseño’. O el Puente España, también para el IV Centenario, o el Puente Ortiz, construido por fray José Joaquín Ortíz a mediados del Siglo XIX, de quien toma su nombre, y cuya última ampliación ya tiene cerca de 60 años. O como las pérgolas y barandas de la Avenida Colombia. O como la Estación del Ferrocarril, diseñada por Hernando González Varona, arquitecto del Ministerio de Obras Públicas, punto de partida para el desarrollo urbano más importante de Cali en la década de 1950 (C. Botero, Arquitectura del Ferrocarril del Pacífico, 1995), o el Terminal, de 1970, de Francisco Sornoza. O viejos equipamientos deportivos como el Evangelista Mora.Pero como contratos y corrupción son consustanciales de la democracia y el capitalismo salvaje, sobre todo aquí por lo precarios que son entre nosotros, tenemos que lograr que, igual que antes, la pertinencia de las obras públicas sea comprobada, pues se volvieron un medio de financiar los municipios, y sus gobernantes, a través del impuesto de valorización. Por eso nos tendrían que convencer de que las 21 ‘megaobras’ no seguirán el camino de la Calle 26 de Bogotá ni el MÍO el de TransMilenio. Pero el problema es que la historia de Cali es ajena al pasado individual de la mayoría de sus habitantes actuales, lo que les dificulta entender su presente comprometiendo su futuro. Lo confunden con lo ‘moderno’, pero apenas son modas como la de los puentes para los carros, pese a que se pueden reemplazar por semáforos sincronizados, y que se usa cada vez más el transporte público mientras los carros quedan para los suburbios, e incluso ciudades posmodernas como Abu Dabi ya no los tienen. Y desde luego algo deberíamos aprender del oprobio que se hizo en la Calle 13 para el MÍO.

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