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Gente para los andenes

En un país obsesionado con la muerte, como se puede comprobar mirando las páginas de cualquier periódico, y que de las artes sólo lo apasiona la literatura, pocos piensan en la felicidad de la vida.

6 de noviembre de 2019 Por: Benjamin Barney Caldas

En un país obsesionado con la muerte, como se puede comprobar mirando las páginas de cualquier periódico, y que de las artes sólo lo apasiona la literatura, pocos piensan en la felicidad de la vida en una verdadera ciudad caminando por sus bellas calles, avenidas, plazas y parques. En Cali, por ejemplo, ni siquiera pueden caminar por los andenes teniendo que hacerlo por las calzadas, ya que muchos son estrechos, irregulares y no continuos, o simplemente no existen, poniendo en riesgo su vida.

Como concuerda el arquitecto brasileño Marcelo Ferraz “la ciudad precisa ser completa para honrar el nombre que lleva. Al final, ella es el punto alto de la creación humana. Ella tiene que tener parques, calzadas decentes, abrigo para la lluvia [y en Cali también para el sol], calles [con andenes], árboles, bancas… Eso es la ciudad. Espacio para la convivencia.” Y se pregunta: “¿Por qué es que construimos ciudades?” (Arquitectura conversável, 2011 y 2014, pp.100 y 98).

Las construimos para habitar en ellas, y ya más de la mitad de la población del planeta lo tiene que hacer en ellas y en Colombia más de las tres cuartas partes. Ya no podemos todos regresar al campo por lo que tenemos que aprender a convivir en las ciudades, pero además aprender a hacerlo moviéndonos felizmente por ellas y preferiblemente caminando y no tener que ir a hacerlo a los centros comerciales, sin poesía alguna y a los que a muchos ni siquiera los dejan entrar.

La calle común es la esencia de la ciudad y era para la gente pero los carros la desplazaron a los andenes, y por eso ahora lo más importante no es apenas su calzada sino también sus andenes, los que en Cali, hay que seguir insistiendo, hay que ampliarlos, regularizarlos, darles continuidad y arborizarlos, y si es del caso dejar las calzadas solo para circular y parar momentáneamente y no para estacionar, como se debería hacer en La Merced y San Antonio y en otras partes de la ciudad.

Y lo esencial en el buen uso de las calles es la urbanidad, como de nuevo concuerda Ferraz, es “el respeto, el tratamiento refinado y gentil entre las personas”, y entonces piensa, “¿qué nos hizo perder hoy en día el significado sutil en el uso de esa palabra?” (p. 94). Lo que sí está claro en Cali es que la atarbanería reemplazó en unas pocas décadas a la urbanidad que aún algunos recuerdan, y que difícilmente se puede evitar en una ciudad que creció tanto y tan rápido. Necesitamos mucha educación urbana y urbanidad.

Y como dice Steven Pinker: “Necesitamos ser más felices”, pero “las noticias por lo general son malas: un tiroteo en una escuela, una epidemia; pero no un país en paz ni una ciudad que no es atacada por terroristas”, y concluye que “las noticias no nos dan un panorama general de la realidad, sino que se centran en lo negativo” (Semana Nº1948, p. 14). Y si se habla de literatura, música, teatro y hasta de pintura, la arquitectura/urbanismo no existe ni siquiera para los que se consideran cultos.

Necesitamos más gente y más culta para más andenes, si la hubiera los exigirían vehementemente para poder gozar de la ciudad antes de que el cambio climático termine quemando o inundando todo. Pero los que tienen con qué prefieren caminar en otras partes, en donde sí pueden hacerlo y sin temor alguno, ya que aquí si lo están por las asustadoras noticias diarias; el caso es que, como lo dijo hace años el arquitecto Manuel Lago, para poder vivir en Cali hay que estarse yendo.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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