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Siervos de Dios o siervos del mundo

El ser humano hoy, debe reflexionar profundamente su lugar en el mundo y su incidencia en el desarrollo social de los pueblos.

17 de septiembre de 2022 Por: Arquidiócesis de Cali

Se nos ha enseñado que los seres humanos somos administradores de los bienes terrenos. Pero cuando este mandato se asume desde una perspectiva individualista y sin amor al prójimo, va en contravía del querer de Dios.

La palabra para este domingo nos muestra todo lo que el ser humano hace para garantizarse un bienestar material en el mundo. Amós condena férreamente la actitud corrupta de muchos de los de su tiempo, con el agravante de que tales prácticas afectan de manera grave a los más pobres. Hoy el panorama no ha cambiado mucho, pues seguimos siendo testigos de las inequidades sociales que en la gran mayoría de los casos son ocasionadas por la corrupción política.

“No olvidaré jamás ninguna de sus acciones”, es la sentencia final de Amós, para decir que tales cosas indignas tendrán una justicia final. Aunque el horizonte se torne oscuro, no se puede perder la esperanza de un cambio de actitud de la humanidad. Por ello, debemos alzar la mirada a Dios para que nos ayude, suplicando como dice Pablo a Timoteo, pues “Dios, nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.

El ser humano hoy, debe reflexionar profundamente su lugar en el mundo y su incidencia en el desarrollo social de los pueblos. Son preocupantes las noticias que nos hablan de crisis alimentaria y climática. Querer estar ‘bien’ materialmente en desmedro del bienestar general no es cosa buena y por el contrario nos sumerge en el dilema existencial, de una sociedad del confort o un mundo al borde del colapso. La astucia del administrador corrupto, no debe ser imitada sino para pensar nuestro futuro como especie.

Somos hijos adoptivos de Dios y debemos estar a la altura de tal dignidad. Seamos siervos de Dios en busca del bien integral que para nuestro caso es la salvación. Una fraternidad universal que garantice un buen vivir, donde no seamos esclavos del dinero que deshumaniza, sino administradores fieles de la Gracia de Dios, reflejada en el amor que nos lleve a una ‘amistad social’, en la construcción del Reino de Dios.

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