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Sal de la tierra y luz del mundo

Para ser sus discípulos será necesario por una parte cargar con la cruz y dejarlo todo y, por otra, ser sal de la tierra y luz del mundo

4 de febrero de 2023 Por: Elpais.com.co

Por: monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez, arzobispo de Cali.

No es de extrañar que a todos los que hacen parte de grupos religiosos, sectarios, políticos, ideológicos, etc., se les pida vivir con coherencia las motivaciones que los llevan a adherirse a este o aquel grupo. Creo que los ejemplos, en el mundo entero son numerosos, hasta el punto de que nos deben poner a pensar en las implicaciones, por ejemplo, de grupos radicales que llevan a la cultura de los llamados ‘kamikases’, o personas que tan radicalmente se apropian de un mensaje o ideología, que se exponen ellos mismos a la propia muerte.

En el caso de Jesús, nos pide es que seamos discípulos suyos, con libertad y deseos de imitar sus valores. Por eso, nos dice que, para ser sus discípulos será necesario por una parte cargar con la cruz y dejarlo  todo y, por otra, ser sal de la tierra y luz del mundo. Permítanme traer a la memoria un breve pasaje de un documento llamado Carta a Diogneto, escrito en el Siglo II, donde se explícita la manera como los cristianos de ayer y hoy debemos vivir con coherencia la fe en el Señor de la vida.
“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble… Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo”. (De la Carta a Diogneto. Cap. 5-6; Funk 1, 317-321).