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“Ponte en la cabeza la corona del Eterno”

¡Avanza el Adviento! La fuerza de la Palabra Divina se hace esperanza...

9 de diciembre de 2012 Por: Arquidiócesis de Cali

¡Avanza el Adviento! La fuerza de la Palabra Divina se hace esperanza cumplida con esta bella invitación del profeta Baruc: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”; aquí se revela toda la actualidad del mensaje salvador. No puede existir otra razón para que Dios se revele que ver al hombre cubierto de su resplandor, transformado y de nuevo identificado con su Creador. Con razón el gran Padre de occidente San Agustín afirma: “Dios se hizo hombre. ¡Oh hombre! Mira que eres hombre. Dios se hizo hombre por ti, y tu, no quieres reconocer que eres hombre?”. De parte nuestra tiene que haber una respuesta capaz de disponer el corazón y la vida, que en no pocas ocasiones opta por los caminos tortuosos y nefastos del mal – léase pecado – que nos hace perder el deseo de la gloria y el triunfo de lo eterno.Las huellas del pecado laceran de forma dramática nuestro mundo, hasta hacernos perder el sentido de la trascendencia; es el gran mal que padece nuestra humanidad hoy: negar toda posibilidad de gozar de los bienes eternos, pues solo valen los tangibles y efímeros de este mundo: por ello cuántos tuercen el sendero de su existencia hasta caer en los senderos escabrosos del mal. Somos testigos a diario del poder del mal que obnubila la mente y enceguece el corazón; así no es posible escuchar el mensaje de salvación que trae Dios.Preparándonos para celebrar el maravilloso acontecimiento de la Luz que viene a este mundo, hemos de disponer todos los sentidos para librarnos del nefasto materialismo que nos impide elevar nuestra condición hacia Dios. Es tiempo de gracia y de llamado a lo más profundo de las conciencias para poder entender el inmenso valor de la encarnación y cuál es realmente su fin: “Dios se hizo hombre a fin de mostrarse al hombre para que el hombre lo viera y lo siguiera. ¡Oh hombre, por quien Dios se hizo hombre! Debes creerte grande en verdad” (San Agustín Sermón 380).

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