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El País sigue adelante

La pandemia nos encerró en la casa, con la máquina diabólica, sustituyendo los abrazos, la presencia y hasta el deseo de vestirnos.

26 de enero de 2023 Por: Angela Cuevas de Dolmetsch

A los que nacimos en el siglo pasado, el mundo sin prensa impresa sería inconcebible. Acariciar en las mañanas las hojas en papel periódico de El País, enterarnos de lo que ocurre en nuestra ciudad, en Colombia y el mundo con los detalles de artículos bien escrito y bien investigados, columnistas con opiniones diversas que nos obligan a reflexionar sobre la vida, la salud, la política y gozar de la buena literatura con una tasa de café, un pandebono y un jugo de naranja, son placeres que no se sustituyen.

Nos hemos enviciado con el celular, que es la primera cosa que cogemos en las mañanas para recibir información indeseada, reírnos solos con los chistes de mal gusto y reenviar como máquinas automáticas, todo tipo de cosas que nos llegan, ‘fake news’, mentiras para desprestigiar a la gente, hasta las peleas de los famosos como ocurrió con Shakira, para luego tenernos que arrepentir de lo que difundimos.

En estos días había un niño que estaba viviendo en un cementerio, cuantas personas nos preparamos a buscarlo para sacarlo de su infortunio para luego enterarnos que todo era un montaje. Así y todo, no podemos dejar el celular, que susto que alguien se haya comunicado por WhatsApp y estemos perdiendo la cita, la rifa, el concurso, se nos confunden las noticias con las mentiras, y con las comunicaciones y de pronto ya son las 12 del día y no hemos desayunado y allí seguimos en la cama pegados del celular. Además, cada día estos aparatos son más sofisticados y controladores, lo único que aún no nos permite es tocar a la persona al otro lado de la línea.

La pandemia nos encerró en la casa, con la máquina diabólica, sustituyendo los abrazos, la presencia y hasta el deseo de vestirnos. No es extraño que una juez de la República estuviera dictando una sentencia, desde su cama, en paños menores con un cigarrillo en la mano y que un congresista se dejara pillar participando en una sesión virtual desde la cama. Para qué vestirnos de la cintura para abajo y ni pensar en perfumarnos.

Con esta competencia tan agobiante los diarios impresos trataron de sobrevivir en todo el mundo, pero la publicidad y los clasificados se fueron, el periódico perdía plata y solo algunas personas heroicas como María Elvira Domínguez y un grupo leal de colaboradores siguieron con la quijotesca tarea de brindarles a los lectores esas páginas impresas que nos deleitan. No desfalleció María Elvira y en medio de esa búsqueda llegaron Jaime y Gabriel Gilinski, caleños de pura cepa, familia empresarial y fundadora de la gran empresa Rimax, que estaban preparados quizá con igual romanticismo, pero con un bolsillo más amplio a rescatar el periódico El País, el diario que leían su abuelo Isaac y su abuela Perla y sus tíos Max, Zulamita, Rafael y Lazar, Berta, Fanny y Moisés en las mañanas soleadas de Cali con una tasa de café y un pandebono.