No olvidar

He aprovechado los días de aislamiento para releer libros que permiten entender mejor la sociedad colombiana. Entre ellos, la Historia Mínima de Colombia de Jorge Orlando Melo (El Colegio de México-Turner, 2017). El autor introduce el texto con un análisis de las sociedades precolombinas y afirma que, a la llegada de los españoles, el territorio de lo que hoy se conoce como Colombia estaba ocupado por unos 5.000.000 de habitantes. Todo indica que estaban bien alimentados, especialmente con el maíz de origen centro americano, la papa del Perú y la yuca de la Amazonía. Diversas sociedades indígenas convivían en el territorio y aunque se presentaron invasiones y guerras, esto no parece haber sido lo usual. Pues bien, hacia 1560, la conquista redujo la población a 1.200.000 habitantes y a 600.000 hacia 1630, como producto de la guerra y de las enfermedades.

Desde entonces, nuestra nación se ha ido conformando en medio de confrontaciones bélicas y de violencias, también de epidemias, con muy pocos períodos de respiro. En 2017, después de más de 50 años de conflicto armado, se firmó un acuerdo de paz con las Farc que ha tenido tropiezos. Aún hoy, el conflicto armado continúa con otro grupo guerrillero y con una criminalidad organizada muy poderosa y violenta. En 1991, año pico del período 1964-2017, se registraron 28.204 muertes violentas en Colombia, con una tasa de 81 por cada 100.000 habitantes. De estos homicidios, el 20% son atribuibles al conflicto político armado. Si se tiene en cuenta la información para todo el período de cincuenta años, las cifras de violencia letal generales y de violencia política son escalofriantes.

No traigo a cuento estos datos como una distracción frente a la situación por la que atravesamos. Por el contrario, creo que se deben asumir con toda seriedad las recomendaciones de los epidemiólogos para contrarrestar el coronavirus que, según Eduardo Posada Carbó (El Tiempo 24 de abril/2020), tiene una tasa de mortalidad por cada 100.000 habitantes de 46 en España, 41 en Italia, 25 en Gran Bretaña, 20 en Francia, 14 en Estados Unidos y 0,3 en China. Con datos recientes, la tasa en Colombia va por 0,5 y en Cali por 1,80. Menciono las cifras sólo para contextualizar. No se pueden comparar, en sentido estricto, los datos de los homicidios con las muertes por coronavirus. Lo que me parece importante es resaltar que no se pueden olvidar los problemas con los que veníamos como sociedad colombiana y que debemos redoblar el propósito de consolidar la paz y la convivencia entre los colombianos, en los años por venir. No podemos olvidar que, en medio de esta pandemia, el conflicto armado continua, los líderes sociales siguen siendo asesinados, especialmente en el suroccidente del país y el motor de la violencia continúa: el narcotráfico.

Creo que un efecto positivo de la cuarentena que nos hace pensar en el valor de la vida, refuerza valores de cooperación y solidaridad y muestra claramente como la desigualdad social afecta de manera distinta e injusta a las personas. Pero en medio de todo, desde muchos lados, se escuchan voces y pronunciamientos que llaman al cambio por un futuro mejor. Se requiere no insistir en lastres del pasado. Uno de ellos, la creencia de que es por las armas que se logran cambios políticos y sociales. Desde hace 30 años, por lo menos, no queda espacio alguno para justificar la violencia política. Hoy se trata de superar la pandemia, seguir normas para el cuidado colectivo, garantizar empleo y trabajo e insisto, persistir en la construcción de paz y convivencia, dentro de la democracia.