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Nueva negociación

A esto habría que agregar el acierto de Petro en nombrar entre los negociadores a José Félix Lafourie, representante del gremio de los ganaderos y de los sectores más refractarios al proceso de paz.

22 de noviembre de 2022 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El lunes 21 de noviembre se instaló en Caracas la mesa de negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (Eln), para continuar unos diálogos que se interrumpieron, primero con la llegada del gobierno de Duque, y lu’go con el feroz ataque de esta agrupación a la Escuela de Cadetes de Policía General Santander el 18 de enero de 2019, que arrasó con todo lo que quedaba. Lo deseable ahora sería que se recuperara al menos la agenda que se había convenido antes de la ruptura. La pieza fundamental de la llamada ‘Paz total’, que está impulsando el nuevo gobierno, es precisamente la desmovilización de este grupo guerrillero, hasta el punto de que no lograrla sería la pérdida del sentido de esta política.

La relación con este grupo armado nunca ha sido fácil porque ha sido el más reticente a acogerse a una negociación, desde que se inauguraron los procesos de paz en el gobierno de Belisario Betancur en 1982. Su falta de cohesión y de un mando nacional unificado, su poco pragmatismo y el hecho de ser el grupo guerrillero más ideologizado, que guarda con mucho celo su identidad histórica y revolucionaria construida en los años 1960, son factores que inciden en la posibilidad de un resultado final negativo.

Lo esperable es que el Eln se ponga a tono con la nueva situación existente tanto en el mundo como en Colombia, es decir, que se convierta en ‘contemporáneo del presente’ y no del pasado. La lucha armada ya no tiene sentido como instrumento político y, por el contrario, produce consecuencias desastrosas en todos los niveles, sobre todo en los que este grupo dice representar. “Mucha agua ha pasado bajo los puentes” es de aquellas épocas del ‘guerrillero heroico’, representado en la figura de Camilo Torres.

Las Farc negociaron en un momento en que sus principales dirigentes habían sido abatidos y se encontraban en una situación crítica en la que continuar en la lucha era correr el riesgo de ser exterminados por vía militar. La situación del Eln es distinta porque ninguno de sus altos dirigentes ha sido tocado y durante los últimos años ha crecido exponencialmente hasta el punto de que ahora, con más de 5.000 efectivos, llega más fortalecido a la mesa de negociaciones.

El punto más difícil de las negociaciones anteriores con el Eln fue siempre su exigencia de convocar una ‘convención nacional’, que involucrara la sociedad civil en el proceso. La interpretación que hacen los dirigentes de este movimiento es que su problema no es con las armas sino con las condiciones que, según ellos, las han hecho necesarias. Por ello consideran indispensable que los habitantes de las regiones que controlan participen directamente en los diálogos para señalar sus necesidades y encontrarles solución.

Las expectativas de éxito de las negociaciones tienen que ver con que se llevan a cabo en un momento en que un Presidente de izquierda, exmilitante guerrillero, se encuentra dispuesto a propiciar toda clase de cambios. Más aún, existiría una coincidencia importante entre la propuesta de una ‘convención nacional’ y el impulso que el Primer Mandatario está dando a la organización de diálogos regionales para construir un Plan de Desarrollo. Si estas dos orientaciones se concilian podríamos estar ante un hecho novedoso. A esto habría que agregar el acierto de Petro en nombrar entre los negociadores a José Félix Lafourie, representante del gremio de los ganaderos y de los sectores más refractarios al proceso de paz.

El Eln tiene en su haber un prontuario de atropellos y de exacciones contra la propia sociedad que dice representar. Los sectores más fundamentalistas consideran que los dirigentes del grupo deben ser tratados en el marco de la justicia penal ordinaria. Sin embargo, no hay que olvidar que en todo proceso de paz hay una ‘colisión de valores’.

Reclamar justicia es legítimo. Pero la paz también es un valor fundamental. Y si queremos lograrla hay que pagar un costo y encontrar alguna forma de conciliación entre ambas: sacrificar justicia por paz. No se trata sólo de un problema ético sino también de la realpolitik, como dicen los alemanes.