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Benjamin Barney Caldas

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Al aire en casa

Porque ir a bañarse toda la familia, junto con parientes y amigos todos los domingos a un sonoro y muy limpio río cercano, ya era otra cosa...

21 de diciembre de 2023 Por: Benjamin Barney Caldas

No poder salir de casa la convierte en una cárcel y entre más pequeña peor, semejándose entonces a la celda de una prisión, la que desde luego no quieren ni siquiera los habitantes de la calle; además, para poder entrar a una casa y disfrutar de las emociones que brinda su recorrido es preciso haber salido de otra. Por eso y para poder estar afuera en los meses de verano o cualquier día del año en el trópico caliente o medio, es una delicia contar con una piscina en casa o si es un apartamento que el edificio disponga de una común, porque ir a un club ya es otra cosa; y a falta de piscina los patios y solares, las terrazas y azoteas, y los balcones, se vuelven indispensables para poder estar afuera.

Piscinas que en algunas casas en ciudades como Cali y su entrañable clima, recuerdan los bellos baños de las bellas casas de hacienda del valle alto del río Cauca en Colombia, excavados en el suelo y recubiertos con sillares de piedra, de planta circular o alargada, y con una chorrera de agua fría derivada de alguna quebrada cercana, los que probablemente en algunos más recientes, ya con sus paredes repelladas, se tapaba el desagüe convirtiéndolos en pequeñas piscinas. Porque ir a bañarse toda la familia, junto con parientes y amigos todos los domingos a un sonoro y muy limpio río cercano, ya era otra cosa, con sancocho de gallina, Aguardiente Blanco del Valle y guitarra incluidos.

Son aquellas piscinas que invitan a asados para atender invitados con elaboradas viandas con vino, blanco primero para refrescarse y tinto después, dejando el licor como bajativo junto con el café negro; gratos encuentros acompañados de conversaciones y risas y si acaso una música suave, y apenas en ocasiones se entra en la piscina, pero siempre se la admira y disfruta mirándola. Toda una delicia para los que habitan las afueras de sus casas, ya sean piscinas, patios, solares, terrazas, balcones, azoteas y miradores, contando así con diversos lugares para estar, comer, leer, estudiar, trabajar o fumar ricos habanos, además de salir a las calles, plazas y parques de la ciudad y por supuesto al campo.

Patios que no son solo para mirar circulando a su alrededor por largos corredores, sino también para estar en ellos; solares para recorrerlos y mejor si cuentan con un huerto casero y un frondoso vergel; terrazas y azoteas para estar o comer afuera bajo un parasol al medio día o bajo el cielo al atardecer y con estrellas ya por la noche y la luna cuando se deja ver cómodamente desde una hamaca; balcones profundos para hacer diversas cosas adentro de casa, pero abiertos al aire y las vistas; y están los miradores desde los que desde el aire se puede otear todo alrededor, espiarlo con binóculos (que nadie ve y, por lo tanto, a nadie molestan) o imaginarse lo que sucede más allá en el universo.

“Te voy a hacer una casa en el aire –cantaba hace años Carlos Vives- porque el que no vuela, no sube”; y todos desde niños envidiamos las aves que surcan el aire y luego muchos no nos cansamos de mirar el cielo, para lo cual son bienvenidos todos los espacios de la casa descubiertos o sencillamente abiertos al aire por un costado. “Ponte a pensar cómo será bonito [vivir en una casa rodeada de aire visitable]. La única forma de vivir tranquilo […] pa que no te moleste nadie”. Por eso no hay celdas al aire libre y el peor castigo es un calabozo sin aire: una tumba con el muerto vivo muriéndose, como tantas casas ‘lujosas’ de tantos ‘vivos’ que no saben lo que es vivir al aire.

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