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Durante las protestas del pasado domingo, la Policía la emprendió contra el periodista Néstor Arce, de Confidencial. | Foto: Agencia EFE

NICARAGUA

La metamorfosis de Ortega en Nicaragua: de revolucionario a dictador

Desde abril pasado, las protestas que buscaban tumbar los cambios pensionales tienen en jaque al Gobierno que se defiende con represión y violencia.

21 de diciembre de 2018 Por: Andrés Agudelo / Especial para El País*

Los latinoamericanos somos testigos de una paradoja dramática en Nicaragua: la paulatina conversión del héroe en villano, el resquebrajamiento del mármol revolucionario con el que se erigieron los rebeldes sandinistas hace poco más de tres décadas.

Daniel Ortega, fulgurante líder guerrillero sandinista a finales de los setenta, ha añadido su nombre al de tantos tiranuelos tropicales que, supuestamente, se habían extinguido en América Latina desde el siglo pasado.

La sombra de la familia Somoza se proyecta a través de la familia Ortega. El caudillo receptor de esperanzas en tiempos pasados, hoy es muy temido y poco amado por su pueblo. Y como si de un cuento de Chesterton se tratara, un sacerdote católico tiene un inusitado protagonismo en medio de una crisis política y humanitaria que ya cuenta por centenares a sus muertos.

Silvio Báez es el obispo auxiliar de Managua, la capital del país centroamericano. Si bien lo precede en jerarquía el cardenal Leopoldo Brenes, monseñor Báez se ha destacado en las calles y en las redes sociales (tiene cuentas en Twitter, Facebook y un canal de Youtube) como una de las figuras más representativas de la oposición al régimen de Ortega. En octubre pasado el obispo denunció una campaña de desprestigio y amenazas en su contra.

Por su parte, el Gobierno difundió unas grabaciones en las que, supuestamente, Báez entreteje una conspiración para derrocarlo.
Pronto se cumplirán once meses desde que la crisis en el país centroamericano estalló. Una protesta generada por una reforma al sistema de pensiones que en apariencia no representaba una amenaza para los Ortega, se salió de las manos, fue ganando adeptos y girando hacia asuntos políticos más estructurales: la corrupción y el autoritarismo.

Según datos de Transparencia Internacional, para 2017 Nicaragua, Haití y Venezuela estaban entre los 30 países más corruptos del mundo.
Además, el país centroamericano es uno de los más pobres de la región y durante el 2018 los ingresos provenientes del turismo se redujeron por la inestabilidad política.

Lea también: 'Nicaragüa expulsa a misiones de derechos humanos de la CIDH y de la OEA'.

La crisis

Las consecuencias humanitarias de la crisis no son menores: cerca de 300 personas han sido asesinadas en medio de la represión, mientras que otras sufren una persecución política constante, ya sea por parte de las fuerzas oficiales del régimen o por escuadrones paramilitares que sirven como un tentáculo criminal del Gobierno. Miles de nicaragüenses se han desplazado a las fronteras de su país huyendo de la violencia.

Todo lo anterior ha sido registrado y denunciado por la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos), excusa utilizada por Ortega para expulsar a los representantes de la organización el pasado miércoles.

Rosario Murillo, esposa del presidente Daniel Ortega, es la actual vicepresidenta de Nicaragua. Su figura desgarbada se ha convertido en la sombra del autoritarismo en el país centroamericano; controla las milicias del Fsln (antigua guerrilla desmovilizada que se transformó en partido político), los negocios domésticos, la casa de Gobierno y un conglomerado de medios de comunicación de propiedad de la familia Ortega, entre otros.

En medio de este panorama de autoritarismo y violencia, la Iglesia católica vuelve a tener un protagonismo inusitado, como aquel 1979, año en el que la dinastía Somoza fue finalmente derrotada. Muchos católicos, siguiendo el ejemplo de sus obispos, conforman las barricadas en las calles de Managua, se atrincheran para soportar los embates de la Policía y las agresiones de los sandinistas, para quienes los templos religiosos y los sacerdotes católicos se han convertido en un blanco predilecto.

Y sobre esa hojarasca de angustia y represión se destaca la figura de Silvio Báez. El obispo parece infatigable: acompaña las movilizaciones populares, concede entrevistas, grita consignas, realiza denuncias en las redes sociales, publica sus homilías en Youtube. Hace unos meses, el prolífico escritor nicaragüense Sergio Ramírez, expartidario político de los Ortega, se refirió con las siguientes palabras sobre el obispo en su cuenta de Twitter: “Monseñor Silvio José Báez es una voz moral de Nicaragua y querer callar esa voz profética es una torpeza. Él seguirá hablando por todos los que no tienen voz, por encima de las mentiras, buscando la paz y la justicia”.

Daniel Ortega ha ocupado la presidencia de Nicaragua en cuatro ocasiones: 1985, 2007, 2012 y 2017. Sus derrotas electorales de 1990, 1997 y 2002 parecen haberle dejado la mala lección de atornillarse, contra viento y marea, en el poder. El costo humanitario y político de que los Ortega se parezcan cada vez más a los Somoza está llevando a Nicaragua a una debacle sin precedentes.

Una oleada de indignación internacional ha tomado fuerza en las últimas semanas en contra de las medidas represivas de los Ortega: a las voces de algunas organizaciones defensoras de los derechos humanos se suman las de periodistas internacionales, empresarios, diplomáticos y líderes como Luis Almagro, secretario de la OEA.

A diferencia de los Somoza, los Ortega no tienen un delfinato generacional amplio. A diferencia de los setenta, los ciudadanos nicaragüenses de nuestros días se comunican con smart-phones y transmiten la represión en vivo y en directo. A diferencia de la Venezuela de Maduro, la Nicaragua de Ortega no tiene grandes reservas petrolíferas que ofrecer.

* Analista político colombiano

Según el Frente Amplio Democrático, la expulsión de los organismos de DICH confirman “el deseo de Ortega de no tener testigos de sus crímenes”.

Temor de la prensa

El martes pasado la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) solicitó a la Organización de Estados Americanos (OEA) analizar y adoptar medidas necesarias para que Nicaragua cumpla la Carta Democrática Interamericana.

En comunicación enviada a Luis Almagro, secretario general de la OEA, la presidenta de la SIP, María Elvira Domínguez, y el presidente de la Comisión de Libertad de Prensa e Información, Roberto Rock, reiteraron “su extrema preocupación y condena por el asedio del régimen nicaragüense contra las libertades de expresión y de prensa”.

La SIP se refiere al asalto de la sede de Confidencial y otros medios de comunicación y la confiscación de documentos y equipo periodístico.

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