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De Cali a Ucrania: la historia del médico colombiano que rehabilita a un país en guerra
Jeison Pérez, fisioterapeuta, dejó su trabajo en una UCI en Cali para unirse a Médicos Sin Fronteras en Ucrania. Hoy, en plena guerra, ayuda a rehabilitar a heridos por explosiones y disparos, y forma al personal local para enfrentar un futuro con miles de pacientes afectados.

20 de abr de 2025, 01:15 a. m.
Actualizado el 22 de abr de 2025, 12:40 a. m.
Cuando Jeison Habit Pérez llegó a Ucrania después de tres días de viaje desde Cali, lo primero que escuchó fue una alarma por un posible misil balístico que se aproximaba.
Jeison se acababa de bajar de un tren nocturno – es la forma más ‘segura’ de moverse en un país en guerra - en Odesa, la tercera ciudad más grande de Ucrania. Justo cuando le dio la mano al conductor de Médicos Sin Fronteras que lo iba a transportar, se encendieron las sirenas. Hacía un frío de menos siete grados y en el celular de la organización leyó: ‘posible ataque aéreo en progreso’. Jeison quedó paralizado.
– Ese fue el ‘Welcome to Ucrania’– dice después de llegar a su casa tras un día largo de trabajo en el hospital de Médico Sin Fronteras, la ONG con la que trabaja para rehabilitar los heridos por la guerra.

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El segundo nombre de Jeison – Habit - es árabe. Se debe a lazos familiares con libaneses. Él, sin embargo, nació en Manizales y completa 24 de sus 34 años de vida radicado en Cali. Llegó a la ciudad siendo un niño después de que su mamá se pensionara de la Policía y quiso darse un aire nuevo en otro lugar.
Al principio, Jeison soñaba con ser arquero. Hincha del América, jugó en varios equipos de Cali y alguna vez integró las filas del Once Caldas, pero pronto los entrenadores le advirtieron que su estatura le impediría llegar al profesionalismo: 1.70. En el deporte, sin embargo, conoció la fisioterapia y le gustó.
Jeison es fisioterapeuta, egresado de la Escuela Nacional del Deporte, especialista en cuidado intensivo del paciente adulto crítico, en la Universidad del Rosario. También se especializó en docencia universitaria en la Icesi.

Durante diez años trabajó en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Fundación Valle del Lili, a la que renunció para viajar a Ucrania, en una misión que dura seis meses.
– Soy un convencido de que la academia de salud colombiana tiene mucho para darle al mundo. La academia del país te prepara al más alto nivel para cualquier reto. Nosotros tenemos todo tipo de pacientes en Colombia, muchos de trauma, por lo que nuestra curva de aprendizaje es muy buena, con un rol de la fisioterapia y la rehabilitación de excelente calidad. Estaba convencido que podía aportarle a la gente que lo necesitaba, como en Ucrania. Quería salir del país para compartir el conocimiento que desarrollamos en Colombia – dice.
Jeison aplicó a trabajos con ONG internacionales, en las que compitió con fisioterapeutas de todo el mundo, hasta que lo contrataron en Médicos Sin Fronteras. Él lo conversó con su esposa, también enfermera en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Fundación Valle del Lili, con la que tiene un perro que adoran, y ella lo apoyó para dar ese salto de fe de dejar la estabilidad laboral para ayudar a otras personas en el exterior.
Según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), hasta febrero de 2025 - cuando Jeison llegó a Ucrania, se había confirmado la muerte de más de 12.600 civiles y 29.000 heridos, un gran número de ellos con amputaciones.

– Lo que sucede es que Ucrania es un país muy grande y los combates están lejos de donde se podría prestar atención médica rápida para evitar una amputación. Médicos Sin Fronteras tiene varios puntos móviles de atención, y ambulancias que sacan a los pacientes de las zonas de guerra. Allí se controla el daño inicial, pero al ser un país tan grande, el tiempo juega mucho a tu favor o en contra. Si estás lejos, si es difícil que te saquen de una zona de combate, y tardas 8 horas en una ambulancia, o 4, es difícil evitar la amputación porque el daño vascular, la dosis de trauma que recibes por una explosión cercana o por una bala de un calibre grande, es muy importante – comenta Jeison, mientras se alista para preparar su comida.
Él trata de que el menú sea “lo más criollo posible”. Cocinar es una de sus maneras para disipar la mente de la guerra y del frio. En Odesa están a 5 grados. Comienza la primavera.
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En Ucrania, Jeison tiene una tarea que va más allá de rehabilitar a los pacientes heridos. Se encarga de formar a los fisioterapeutas ucranianos para que sean ellos los que lo hagan. Él entrena tanto a los ‘fisios’ del gobierno, como a los de Médicos Sin Fronteras. Hace rondas en el hospital de Odesa, verifica los tratamientos, las terapias a seguir.
Porque a mediano plazo, el país tendrá un problema: la población herida de guerra está entre los 30 y los 40 años; son la fuerza laboral, los llamados a sacar a Ucrania adelante cuando llegue la paz. Los fisioterapeutas tienen la misión de evitar en lo posible que los heridos queden con complicaciones que los dejen para siempre en una cama o con alguna discapacidad física.
– La intención es dejar la academia de fisioterapeutas formada con la experiencia que adquirimos en Colombia para que puedan replicar el conocimiento y saquen su pueblo adelante – dice Jeison.

La rehabilitación temprana consiste en fisioterapia postamputación, pero también ha aumentado el número de pacientes que requieren tratamiento para el trastorno de estrés postraumático.
Entre 2023 y 2024, Médicos Sin Fronteras trató a 755 pacientes en su programa de rehabilitación. Sus ambulancias trasladaron a 25 mil pacientes, más de la mitad de ellos con heridas causadas por traumatismos violentos.
– La ferocidad de esta guerra no ha disminuido, y las necesidades médicas humanitarias no han hecho más que aumentar. Incluso si la guerra terminara mañana, cientos de miles de personas necesitarían años de fisioterapia a largo plazo, o apoyo para el trastorno de estrés postraumático. Garantizar esta atención requiere un compromiso humanitario permanente – dijo el coordinador general de de la organización en Ucrania, Thomas Marchese.
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La casa donde se encuentra Jeison junto al resto del equipo de Médicos Sin Fronteras está cerca del mar Negro. Tiene un sótano donde todos se refugian cuando hay alarmas, es decir todos los días. Hay un encargado de la seguridad que les indica qué se debe hacer y qué no.
Jeison es religioso, y está seguro que quien no lo sea, en Ucrania se convierte.

– ¿A qué más te pegas en noches difíciles? El que no sea religioso, aquí a alguna deidad se encomienda.
En las noches, Jeison escucha los drones de reconocimiento o de ataque directo. Suenan como motos volando, dice. Tras vivir en medio de la violencia de Colombia y ahora en Ucrania, ya sabe reconocer los disparos de balas de calibre menor o grande, como las del sistema anti aéreo ucraniano.
– Si miro por la ventana se alcanzan a ver las balas tratando de tumbar los drones en la noche. Los mandan a esa hora porque son oscuros.
Pese a todo, los ucranianos intentan seguir adelante. Aunque hay un toque de queda en todo el país, las ciudades que no han desaparecido funcionan. Hay supermercados abiertos, restaurantes, bares. En el centro de Odesa hay mucho movimiento, le han contado a Jeison, pues él jamás ha ido por recomendación de seguridad.

Los ucranianos le agradecen su trabajo. Hace unos días, en el hospital, mientras hacía ronda y conversaba con colegas, escuchó que decían: ¡colimbian, colombian!
El paciente lo identificó por su acento y enseguida, apoyado por una traductora, le dijo mientras le mostraba una foto en su celular: “ellos son soldados colombianos, uno es el comandante de nuestro pelotón. Nos han apoyado, como lo hace usted desde la medicina. Ucrania siempre estará agradecida con su nación”.
Jeison no toma partido del conflicto, cuando alguien entra a su hospital deja de llamarse militar, o civil, ucraniano o ruso. Todos son heridos de guerra. Punto. Pero Jeison sí cree que con Ucrania, Colombia tiene mucho en común.
– Esta gente solo quiere paz. Uno se siente identificado de cierta manera. El pueblo ucraniano solo quiere una paz que sea duradera en el tiempo. Solo quieren estar tranquilos con su vida, con su país, sin pensar que esto el día de mañana vuelva a suceder.