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El psiquiatra que ayudó a capturar a Luis Alfredo Garavito

Óscar Díaz, psiquiatra forense, trabajó en el Instituto de Medicina Legal de Cali e hizo parte del equipo de investigadores que atrapó al asesino serial de niños Luis Alfredo Garavito. ¿Cómo ve a Cali hoy un hombre que durante 24 años lidió con la violencia de la ciudad? Perfil.

1 de febrero de 2015 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

Óscar Díaz, psiquiatra forense, trabajó en el Instituto de Medicina Legal de Cali e hizo parte del equipo de investigadores que atrapó al asesino serial de niños Luis Alfredo Garavito. ¿Cómo ve a Cali hoy un hombre que durante 24 años lidió con la violencia de la ciudad? Perfil.

"Soy producto de la mezcla de un montón de cosas”, dice sentado en su consultorio el analista del asesino serial de niños Luis Alfredo Garavito , el psiquiatra forense Óscar Díaz.“Soy chino, salvadoreño y colombiano. Nací el 17 de agosto de 1951 en la ciudad de San Salvador, Centroamérica, pero mi papá era de origen chino y crecí bajo tradiciones chinas. Además vivo en Colombia desde que era universitario”.La mezcla de culturas ha originado cierta confusión. En una ocasión, cuando viajó a El Salvador, su país, para a dictar un taller, los periódicos lo anunciaron así: “Prestigioso colombiano ofrecerá conferencias sobre psiquiatría forense”.El analista de Garavito se carcajea mientras lo cuenta. De cierta manera, se parece al señor Miyagi, el coprotagonista de Karate Kid. Comparten algunas características: baja estatura, ojos algo rasgados, andar pausado, cabello escaso, pero sobre todo la seguridad de quien conoce a fondo lo que hace. Y lo que habla. “Todos los abusadores sexuales son, por lo general, coleccionistas. Luis Alfredo (Garavito) lo es”.IIEn alguna ocasión, cuando era aún adolescente, el analista de Garavito debió consultar a un psiquiatra. Se sentía extraño en su propio país. En su casa y en el restaurante chino del que vivía la familia tenían costumbres muy distintas. Su padre, que había llegado a El Salvador a los 17 años y se casó con una salvadoreña, lo crío como se crían los hijos en Asia, quizá como una manera de defender una identidad que América, en ese entonces, les arrebataba. En El Salvador estaba prohibida la residencia de negros y chinos, a no ser que estos últimos se pusieran nombres cristianos. El padre de Óscar decidió llamarse Julio Díaz. En China, Óscar se llamaría Li Jo Psu.Cuando abría la puerta de su casa, entonces, notaba cómo los hijos de los vecinos trataban a sus padres de otra manera. En China, papás e hijos no se abrazan, no se tocan, o por lo menos no tanto.En el colegio, para rematar, imitaban su acento, le gritaban “chino come ratas” y un día cualquiera un estudiante de un grado superior le dijo: “oiga chinito, es hora de que se peine como un hombrecito”. Hasta sus primeros 12 años, Óscar se vestía como lo hacen los niños en China: pantalón corto de dril color caqui, camisa de dril también caqui, camisilla blanca y un corte de pelo a ras. Su escaso cabello no se le hacía un problema hasta que le dijeron eso de que debía peinarse como un hombre. La visita al psiquiatra para enfrentar el acoso “y otros problemas que no le cuento a todo el mundo”, hizo que Óscar, después de graduarse como médico de la Universidad Nacional de El Salvador, finalmente se decidiera por estudiar psiquiatría con formación psicoanalítica. En ello también influyó su fascinación por entender por qué actuamos como actuamos.“La historia de los seres humanos cambia día a día. Hoy puedo citar un paciente y hacer lo mismo mañana y siempre vamos a hablar de cosas distintas, historias distintas. Cambiamos todo el tiempo en cuanto a los sentimientos y eso me llamó la atención”. Óscar estudió psiquiatría en Colombia, Bogotá exactamente, pues en El Salvador no había dónde hacerlo. En 1984, gracias a una vacante en el Instituto de Medicina Legal, llegó a Cali en condición de psiquiatra forense. Durante la celebración de los 100 años del Instituto le otorgaron la medalla ‘100 años por los aportes científicos a la institución en la investigación criminal en el país’. La medalla la muestra con orgullo ahora, de pie y vestido con el que debe ser su color preferido, caqui. En el Instituto, entre otros asuntos, hizo investigaciones sobre homicidios seriales, la conducta suicida, feminicidios. En Guatemala investigó durante algunos meses la razón por la cuál la impunidad rondaba el 100 por ciento, un trabajo financiado por el Reino de Suecia y bajo pedido del Instituto Interamericano de Derechos Humanos en San José de Costa Rica. Pero: ¿qué hace en realidad un psiquiatra forense?III“Cuando llegué a Medicina Legal Cali comienzo a interesarme en descubrir qué hay detrás de la conducta criminal. Comienzo a darme cuenta que detrás de cada hecho delictivo hay una especie de terreno gris que en la parte jurídica no se tenía en cuenta: ¿qué induce a una persona para que cometa un delito? Eso me llamó la atención. Poder mirar más allá en un asesino y entender que es un ser humano con una historia que hay que tener en cuenta para descubrir por qué hizo lo que hizo. Recuerdo ahora una frase de una compañera de El Salvador: la psiquiatría es la ciencia de los porqués. Todo lo que hacemos los humanos tiene un por qué y eso lleva a otro por qué y a otro, para, en el caso de los que comenten crímenes, no quedarnos con la cáscara, la fachada”.En una ocasión le asignaron el caso de unos jóvenes que habían herido a unos amigos cortándoles el cuello. Cuando Óscar conversó con los padres, se enteró que los agresores vivían en hogares disfuncionales: un padre paciente esquizofrénico, una madre con un cuadro depresivo severo. Pero no solo eso. Durante los hechos, los muchachos estaban jugando a la tabla ouija. Escucharon voces que les pedían que mataran a sus amigos, dijeron. Entraron en estado sicótico, es decir que habían perdido todo contacto con la realidad. Su diagnóstico: inimputables.El concepto del psiquiatra forense es una prueba más para condenar a alguien a la cárcel o abstenerse y en cambio enviarlo a un hospital psiquiátrico. Y no siempre los psiquiatras forenses entran en acción. El fiscal es el que determina si es necesaria su participación en el proceso. No todos los que comenten crímenes están locos, por supuesto, aunque muchos simulan estarlo para escapar de la justicia.“Parte de mi labor en Medicina Legal fue enseñarle al aparato judicial en Colombia cuál es el rol de la psiquiatría forense: evaluar el estado mental de un delincuente en tres momentos (el antes, el durante y el después del delito). Sin embargo, a veces los fiscales me enviaban casos absurdos. Recuerdo el de Juvencio Grueso, un hombre que se tomó a la Red de Solidaridad con un cuchillo. El fiscal me pidió que determinara si era imputable o no. Le pregunté: ¿de qué lo acusa? Estamos en ese proceso, me dijo. Entonces le advertí que si no sabía de qué lo acusaba, yo no podría hacer nada. Era absurdo analizar a alguien sin saber qué buscaba entender el fiscal. Lo más grave es que esa situación todavía se está presentando”. En los casos en que debía participar, Óscar iba hasta la escena del crimen. Al igual que un pintor deja su firma en su cuadro, dice, un asesino también deja su rúbrica y no todos los investigadores están capacitados para descifrarla. Salir de la oficina hasta el sitio donde hallaban los cadáveres fue clave para descubrir a Garavito. Uno de los cuerpos de los 250 niños que asesinó tenía sus genitales en la boca. Mutilarlos era una manera de alimentarse de la virilidad que, suponía el abusador, le hacía falta. “Luis Alfredo mataba a los niños para no dejar testigos que lo incriminaran, pero también como una manera de evitarles el sufrimiento que padeció de niño. Así pensaba. Él fue maltratado por su papá, quien le decía que no servía para nada. Además, el mejor amigo de su padre lo violó cuando tenía 12 años. Por eso escogía víctimas que tuvieran ese rango de edad”.Para atraparlo tardaron años. Garavito cometió sus crímenes entre 1992 y 1999, cuando por fin fue detenido en flagrancia en Villavicencio. La tardanza para cazarlo se debe, entre otras cosas, a las debilidades de la investigación judicial en Colombia. Las autoridades de cada ciudad trabajaban por su cuenta. Las osamentas de los niños aparecían en el Valle, el Eje Cafetero, Tunja, pero nadie advertía que estuvieran relacionadas. Cuando el analista de Garavito recibió información de investigadores de Buga y otros municipios del Valle sobre lo que estaba sucediendo, pidió que todo el país le reportara casos similares: osamentas de niños mutilados en parajes lejanos. Solo en ese momento detectaron que un asesino serial estaba actuando y se formó un equipo de investigadores de toda Colombia para atraparlo. Uno de los agentes, por ejemplo, se disfrazó de indigente para permanecer en el rango de operaciones del abusador, el centro de las ciudades. El investigador se vio obligado a comer de la basura para pasar desapercibido y enfermó. El esfuerzo valió la pena. Tras las pesquisas, la familia de Garavito fue hallada en Trujillo, Valle. En una maleta que había dejado al cuidado de una mujer le encontraron recortes de periódico con la noticias de sus asesinatos. También guardaba los tiquetes de los buses intermunicipales que tomaba con sus víctimas, después de engañarlas con promesas de trabajo como ir a conseguir leña o vacas. Las fechas de los tiquetes coincidían con las fechas de las desapariciones de los niños. También tenía un papel de panadería con rayitas marcadas. Cada rayita era un niño asesinado. Por lo general, ya lo había dicho, los abusadores sexuales son coleccionistas.“Recuerdo que en la audiencia Luis Alfredo sintió ganas de vomitar. Todos se extrañaron. ¿Qué iba a vomitar sino había comido nada? En realidad estaba sacando todo el peso que llevaba por dentro. Sin embargo puedo afirmar que una persona como él solo se detiene si está detenido, muy anciano, o muerto”.IVEl analista de Garavito, después de 27 años de trabajo en el Instituto de Medicina Legal en Cali, finalmente se pensionó. Sucedió en 2011. Ahora se dedica a atender consultas particulares, dictar clases en universidades, ofrecer asesorías jurídicas, mirar, desde la distancia, la ciudad. ¿Cómo analiza la situación de violencia de Cali? Óscar Díaz entrecruza sus dedos, ubica sus manos sobre su estómago, mira un momento al piso como buscando algo y opina que una de las explicaciones a la violencia es que no hay penas severas para quienes están cometiendo los asesinatos: adolescentes con cinco, siete muertos encima.“He visto cómo se le ríen en la cara a las autoridades porque saben que no les pueden hacer nada, mientras que en Estados Unidos hay adolescentes sentenciados a cadena perpetua”. Pero hay algo más. El caso de Garavito, dice, dejó muchas enseñanzas para la investigación judicial que no se están tomando en cuenta ni en Cali ni en el resto del país.“Mientras no seamos conscientes de lo que estamos haciendo, y las autoridades no intercambien información para atrapar a los delincuentes, trabajen en equipo, estamos en nada. Como no hacemos investigación profunda, no tenemos argumentos, no hay cómo acusar, luego hay impunidad. Y esa impunidad genera violencia. Al no creer la gente en la justicia, la toma por su cuenta”.Hace unos días lo llamaron para que diera su opinión sobre un delito sexual cometido nueve años atrás. Se negó a participar. Que pidan la opinión de un psiquiatra forense nueve años después de cometido un delito se le hace absurdo. “No tengo una bola de cristal, no soy adivino”. Lea aquí: Retrato de una madre cuyo hijo fue una víctima de Luis Afredo Garavito

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