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Cárcel de mujeres de Jamundí: el lado opuesto al hacinamiento en las prisiones

En el Centro de Reclusión de Mujeres de Jamundí no hay casos de hacinamiento como en otras instituciones penitenciarias. Hay desde libertad de culto hasta para una musulmana.

27 de agosto de 2012 Por: Beatriz Lopez y Aura Lucia Mera, Al Alimon

En el Centro de Reclusión de Mujeres de Jamundí no hay casos de hacinamiento como en otras instituciones penitenciarias. Hay desde libertad de culto hasta para una musulmana.

“En el mundo en que yo vivo,siempre hay cuatro esquinas,pero entre esquina y esquina,siempre habrá lo mismo.Para mi no alumbra el sol, para mí todo es tinieblas. La expectativa era total. Días antes de nuestra visita a la Cárcel de Jamundí, los medios de comunicación trinaban ante el hacinamiento e insalubridad en las cárceles colombianas, donde todo tiene precio, desde una llamada por celular hasta el cacho de marihuana, el colchón raído o el rincón para dormir en pasillos atestados de hombres sin futuro que sobreviven en medio de bacterias y olor a orines rancios, mientras el miedo yace a la espera de la puñalada trapera al caer la noche, cuando llega el hastío, la soledad y la desesperanza.El dragoneante Yépez llegó puntual a recogernos en la camioneta del Inpec. Tenemos los permisos. “Al alimón”, esta vez convertido en trío, con el súper-fotógrafo Áymer Álvarez, creía que iba rumbo a la cárcel de Sing Sing. Para ambientarnos prendimos Olímpica donde cantaba Wilson Mayoma, ‘El Preso’, de Fruko y sus Tesos. Nos salimos de la Panamericana para adentrarnos en una trocha destapada y solitaria. Un ganado macilento nos anuncia la llegada a Chiminangos, la vieja hacienda, donde se construyó el Centro de Reclusión de Jamundí, entregado en el 2009, en la época de Valencia Cossio, y cuyo costo fue de $172.994 millones.Mientras la camioneta da brincos y saltos, en medio del polvo y los huecos (¿qué se hizo la partida para pavimentarla?), Yépez recuerda su paso por Villa Hermosa, esa cárcel maldita donde se “hospedaron” varios de los capos del narcotráfico, y donde los reclusos hacían los famosos zapatos de Arturo Roa. Hablo de los sueldos tan bajos que ganaban anteriormente los guardianes, de su jubilación de la cual solo tendrá derecho al 70%, de los 42 sindicatos del Inpec, con l.422 aforados, hoy convertidos en uno solo. Unos kilómetros, y se divisa la mole gigantesca de bloques de cemento gris con rejas azules. A la vera del camino, lo que se inició como una invasión va tomando forma: casitas para albergar familiares de reclusos, que muchas veces llegan desde lejos. Incluso, una de ellas, que era un cambuche-muladar, con la ayuda del Centro se convirtió en una casa digna, para recibir visitantes. También se ven tiendas con artículos de primera necesidad. Ya los familiares no tienen que pasar la noche a la intemperie. Pero había personas de escasos recursos que viajaban de otras ciudades. El padre Fernando, párroco de la iglesia de Jamundí los hospeda gratis en la casa cural. “La doctora”Ingresar es un proceso lento. Por lo menos hay cinco anillos de seguridad antes de llegar a la oficina de la Directora del Centro de Reclusión de Mujeres: fotos, huellas, requisa de bolsos, cámaras y celulares, reseñas. Por fin, nos recibe Claudia Patricia Giraldo Ossa, “la doctora”, que está a cargo de una población de l.067 reclusas. Joven, atractiva, tacones altos y falda corta. Nada que ver con el prototipo de una directora de un penal. Irradia calor humano. Lo contrario de lo que podría pensarse, no es abogada. Es contadora y administradora de empresas. Lleva muchos años trabajando en las cárceles, como en el Buen Pastor. También allá dejó su huella. Le ha tocado ver de todo. Desde los lugares infrahumanos y hacinados, hasta ocupar la Dirección de este Centro. No tiene escoltas ni padrinos políticos. No siente temor. “Mi piloto y mi padrino es Jesucristo”, dice. Su oficina es sobria. Para acceder a ella, nuevamente huellas, firma, foto y entrega de bolsos. Bloques grises. Un crucifijo al fondo. Una mesita con artesanías hechas por las reclusas, las cuales están uniformadas y limpias, con atuendo beige y naranja. Una interna se acerca a contarle algo y llora. Está abrumada por un problema económico. Patricia encuentra la solución inmediata. Es ejecutiva, sin perder el estilo maternal que la caracteriza. Mujer espiritual, religiosa y consciente de su misión en la tierra de servir a los demás. Claudia Patricia Giraldo es hija de Juan Fernando Giraldo (fallecido) y María Salomé Ossa, que se trasladaron de su natal Granada (Antioquia) a Cali, desde hace 50 años, donde criaron a sus 8 hijas mujeres y fundaron una empresa, que hoy es orgullo de los caleños. Su madre tuvo 10 partos y 8 “novedades”. Sobreviven 8 mujeres, 7 de las cuales son excelentes profesionales. Hace lobby con frecuencia ante las empresas vallecaucanas para que envíen sus trabajos al Penal, a través de maquilas. “No tienen que pagar prestaciones, ni agua, ni luz, pero le dan trabajo a las internas y todos salimos ganando”, dice. Cuatro mil reclusosEl complejo del Centro Penal de Jamundí alberga 4.000 reclusos, 3.000 hombres que están en el ala derecha de la edificación y l.067 mujeres, en el ala izquierda, divididas en alta, mediana y mínima seguridad. Dentro de esa población hay 400 en detención domiciliaria, que atienden algunos oficios dentro del penal. En vista de que hay un proyecto para reducir el hacinamiento en las cárceles nacionales, han llegado prisioneras de Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Putumayo, Medellin, Bogotá y Pasto, cerca del 40%.Un mundo dentro del mundo. Un microcosmos dentro del Valle. La Alcaldía de Jamundí colabora en muchos proyectos. La escuela Nelson Mandela existe gracias a la cooperación de la Secretaria de Educación. Algunas empresas encargan trabajos a través de maquilas. Un mundo aparte, en el que conviven cientos de mujeres de todas las edades, administradores, dragoneantes con sus alojamientos independientes. Un mundo tan extraño pero tan real. Un mundo donde cientos de seres se agarran a los barrotes para comunicarse con sus compañeros de reclusión. Una ciudadela amplia, que más parece un aeropuerto internacional con sus torres de vigías de vidrios blindados y polarizados. Una ciudadela cercada por alambres de púas, alarmas, vigilancia constante, con espacios amplísimos, canchas, buen trato, para atenuar de algún modo la terrible pérdida de la libertad.En este submundo coexiste toda una amalgama de patologías. “La mayoría de las internas ha tenido problemas desde su niñez, por abandono de los padres, maltratos, abuso sexual, que muchas veces las induce al delito. Como casi todas pertenecen a estratos bajos, el único medio de subsistencia es vender droga o robar”, afirma la sicóloga Almanza. Allí coinciden las que han infringido la ley 30 (microtráfico), las que han robado a mano armado o matado por celos, guerrilleras, paramilitares, secuestradoras, pero, gracias a la libertad de cultos, católicas, budistas, protestantes, evangélicas y hasta musulmanas logran liberar sus culpas a través de la oración. El aire cosmopolita lo dan las 12 extranjeras que llegaron de España, Italia, México, Guatemala, Estados Unidos, cuando pretendían “exportar” coca en sus maletas. Chat desde la prisiónMientras la directora atiende un mil cien frentes, la dragoneante Ilia María Ocampo, de Derechos Humanos, nos acompaña en el recorrido por el Penal. El patio de visitantes nos deslumbra. Un diseño en cemento vanguardista, se convierte en mesas y bancas para los visitantes, en forma serpentina, para que cada familia tenga su privacidad dentro del conjunto. En los días de visita, se comparte, se charla, se ríe o se llora. Pero el contacto existe. Lo mismo pasa con los cubículos para la comunicación de internas y abogados. Pueden intercambiarse documentos y tener contacto. Las manos se pueden estrechar.Atravesamos las canchas deportivas bajo un sol calcinante. Al otro extremo se ven unos muñequitos de plastilina que se aferran a los barrotes de cada piso, con toallas o sábanas blancas que forman letras, corazones y ondean cada una de diferente manera. No son muñecos de plastilina. Son los internos del pabellón de varones que se entrelazan a los barrotes azules para comunicarse con el pabellón de mujeres, lejano, pero visible. Tienen sus códigos, su vocabulario. Chatean al aire. Se enamoran. Pelean. Hacen el amor.Más adelante vemos de cerca jovencitas trepadas como spaghettis entre las rejas y las toallas, dialogando con sus novios o sus “parches”. Mandando corazones, diseñando letras. Las saludamos desde las canchas... nos dibujan corazones. “El peligro es que muchas veces se caen. Para trenzarse en las rejas altas, tienen que hacer acrobacias. Ya hemos tenido algunas con fracturas...”comenta Ilia, la joven de los DDHH, que responde con cariño y respeto las solicitudes que le hacen las reclusas. A lo lejos, muy lejos, los hombres envían sus señales, agarrados como arañas, ondeando las toallas”. Es el único penal en que se pueden comunicar de esta forma. Ningún otro tiene barrotes por donde circula el aire. Tampoco coinciden en las fachadas que se miran a la distancia”.Resocialización¿Tienen ustedes un proyecto de resocialización de las detenidas a través del trabajo o del estudio? , preguntamos a la directora, antes de iniciar el recorrido.El establecimiento cuenta con una escuela, que está bajo resolución de la Secretaría de Educación: el colegio Nelson Mandela, del cual, en este momento, salen graduadas todas las internas. Los profesores y el rector cumplen horarios como en cualquier centro educativo formal. Hay dos jornadas en la mañana y en la tarde. El colegio está dividido en dos alas: la A, que es para sindicadas, y la B, para condenadas. Está la educación formal y la informal con la colaboración del Sena, donde reciben estudios de sastrería, peluquería, cocina, manicure, pedicure, manipulación de alimentos. Dentro de la formación formal tenemos la UNAD, universidad a distancia, en la actualidad hay una interna que estudia literatura y filosofía.Visitamos la biblioteca y el colegio. Luego pasamos a la sala de trabajo: maquilas de varias empresas. Elaboran cremalleras. Encuadernan. Ensartan chaquiras. Hacen cerámicas. Hay una emisora de radio interna. Salones de belleza. Tienda para vender artículos de primera necesidad, gaseosas y mecato. Todo manejado por internas, bajo la supervisión de personal capacitado que les enseña.El “rancho” o la comida tiene una de rigurosa calidad. Directora y encargada de los Derechos Humanos prueban diariamente la sopa, el arroz, la carne, la harina complementaria, las verduras y el postre. “Así podemos garantizar que todo tenga buena sazón y su valor nutricional. “Siempre se quejan algunas, pero uno se acostumbra”, afirma la directora.Bebes, salud y sexoLlegamos al pabellón materno-infantil. Lágrimas pujando por salir. Adolescentes embarazadas, otras recién paridas. Cada una con su celda individual y la cunita del bebé al lado. Con toldillo, osito de felpa y cobija de colores. Un patio grande interior. Televisor de plasma. Salimos al jardín del pabellón: piscina de plástico para los mayorcitos y una mini pileta para los más pequeños. Columpios. Biblioteca con cuentos. Juguetes. Cochecitos para pasearlos. Un salón comunal donde duermen la siesta después de almorzar. Los pueden tener hasta que cumplan tres años. Los papás brillan por su ausencia. Laboratorio clínico, sala de urgencias con sus cubículos individuales, oxígeno, monitores cardíacos, equipo de resucitación, aparato para ecografías vaginales, enfermería, primeros auxilios. Personal capacitado las 24 horas. Historias clínicas al día. Sin embargo, según afirma el Defensor del Pueblo del Centro Penitenciario de Jamundí, “hay que mejorar el sistema de salud en las cárceles. Existen falencias ya detectadas por nosotros, por el Ministerio y por el mismo Gobierno. No hay una cobertura total. Se violan los derechos humanos en todas las cárceles del país”.La Directora se apresuró a responder: “quien maneja la salud en las cárceles es Caprecom. Aquí dentro del establecimiento no hemos tenido problemas, porque está el Hospital de Jamundi, gracias a un convenio con el Alcalde. Cuando una interna requiere atención de Urgencias, de inmediato se traslada al hospital“.Los espacios para las visitas con- yugales son amplios, con colchonetas limpias. Batería sanitaria completa. Curiosamente, las visitas a las mujeres apenas llegan a un 10%. En el Pabellón de hombres, en cambio, sobrepasan el 80%. Son mujeres abandonadas por el amor. Enfrentadas en solitario a pagar sus errores, muchos de ellos cometidos por promesas de amor. El lesbianismo es frecuente. Muchas por no tener ninguna relación masculina, otras por su condición genética. Las peleas son duras cuando de celos se trata. Existe un total respeto hacia la orientación sexual de cada interna. Lo que se vigila son las riñas, muchas veces con consecuencias mayores.La decanaHablamos con Ruth. La veterana en edad. Setenta y tres años. Apuñaló hace años a un amigo de su hermano que lo quería matar en una pelea. Le quitó el cuchillo con un palo y se lo clavó en la barriga. Logró huir casi 15 años pero al final la capturaron en un retén. Todavía le falta tiempo. Es posible que por edad, le den la libertad. El homicidio fue hace mucho tiempo. Si se hubiera entregado, ya la habrían absuelto. “Mi pecado fue huir, pero me asusté”. Es de Mocoa. Ya tiene sus hijos grandes y nietos. Rara vez los ve. Fuma y trabaja. Las compañeras la quieren. Es la decana del Penal.“Vivimos en el pabellón de la Tercera edad. Todas nos entendemos bien”. Visitamos el Pabellón. Limpieza impecable. Celdas ordenadas, cada una con su baño y ducha. Están acondicionadas para cuatro personas. Un patio grande, televisión de plasma. Bancas para descansar. Otra historia triste, de las muchas que pululan en la prisión, es la de Irma del Carmen, una mujer de 45 años, devastada por el sufrimiento: “Vivo en Mocoa, donde están mis hijos. Vendía papeletas de estupefacientes al menudeo. Alguien me sapió y fui condenada a 7 años. La casita entró en extinción de dominio”, confesó.***Salimos convencidos una vez más de que la justicia en Colombia es implacable... pero para los de ruana. Basta mirar las “celdas” de los Nule, Samueles y Uribitos. Sin embargo, en este Centro de Reclusión de Mujeres de Jamundí se han roto las fronteras de las “cuatro esquinas y las tinieblas” y el sol alumbra a las internas, a los bebés, a la musulmanas y a las extranjeras, pero especialmente, el sol brilla para su directora que ha sido capaz de imponer la disciplina, sin traspasar los límites del autoritarismo.

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