Así era José Libardo Martinez, el policía del Esmad asesinado en Univalle
Ayer, mientras era despedido en medio del dolor de sus familiares, amigos y compañeros, el policía debía estar con su esposa y su hijo en el circo. Historia de una pequeña promesa.
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3 de sept de 2012, 05:43 p. m.
Actualizado el 22 de abr de 2023, 02:06 a. m.
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Ayer, mientras era despedido en medio del dolor de sus familiares, amigos y compañeros, el policía debía estar con su esposa y su hijo en el circo. Historia de una pequeña promesa.
José Libardo Martínez, ese adolescente juicioso que nunca se metía en problemas, un día se escapó de la casa. Tenía 16 años, grado con honores, carrera universitaria que sus padres podían pagar, futuro casi predecible: estudiar química y trabajar como profesor en un colegio.Era el nerd de la casa, el inteligente, el aplicado, el de las medallas en el cuello. Pero el pelado cachetón y obediente se rebeló: hizo a escondidas todos los trámites, regresó a su casa, sólo dijo: Papá, firme este papel que me voy para la Policía.¿Por qué un joven contradice su destino y decide arriesgar su vida todos los días?A Martínez le gustaba que la gente lo quisiera, que lo saludaran en la calle, que lo recordaran como un héroe, de esos que protagonizaban las películas de acción que él disfrutaba como un niño. Entonces ser policía le permitía estar cerca a la comunidad: durante un año fue patrullero, de los más destacados. Pero Libardo también era ambicioso y al año se cansó de los casos pequeños, de -a veces- quedarse quieto todo el día. Volvió a la rebeldía: le dijo a su cabo que quería irse al Escuadrón Móvil Antidisturbios, Esmad. A este grupo sólo entran los hombres más fuertes de la Policía. Los requisitos: medir más de un 1.70, no sufrir problemas respiratorios, aprobar con un promedio alto 16 asignaturas de teoría y práctica. El curso dura cinco semanas y sólo lo pasan quienes superen una prueba final: controlar una protesta donde les lancen piedras, gases tóxicos, explosivos, disparos. El esposoYulieth habla de una promesa. Está sentada en una silla Rimax en el patio de una casa del barrio San Luis de Cali. Tiene una blusa negra y un saquito blanco. No usa maquillaje, las uñas están sin pintar, los ojos hinchados: por estos días las fuerzas a duras penas le alcanzan para mantenerse en pie. A los trece años ella lo gritaba con ilusión: te voy querer siempre José Libardo. Seis años después, juró en una iglesia que su amor sería eterno. Hoy, 3 de septiembre del 2012, cuando él está en la sala de su casa encerrado en un ataúd, cuando sabe que nunca regresará, ella no se retracta: promesa es promesa. ¿Se puede amar sólo una vez en la vida?Martínez era un esposo ausente, pero nunca se hizo extrañar. Siempre estaba allí, con una llamada, unas flores sin motivo, un beso a la madrugada, una salida a cine, una cena sorpresa. Todo eso -cuenta Yulieth- recompensaba el tiempo que pasaba controlando protestas en las universidades, disturbios en el MÍO, marchas violentas, enfrentamientos entre pandillas.El Esmad de Cali tiene 166 hombres que atienden a diario entre uno y dos casos de desorden en la ciudad. Sus turnos duran hasta doce horas y el riesgo es parte de la rutina. El año pasado al subintendente John Lucero Ramos le tuvieron que amputar la mano derecha luego de un ataque con explosivos. Este año, otros diez miembros del grupo sufrieron lesiones. El papáSon las 5:00 p.m. del lunes 3 de septiembre. A esta hora Juan David, de 5 años, tendría sus manos gorditas -idénticas a las de Libardo- agarradas a la ventana esperando que su papá llegara, como todos los días, pitando como loco en su moto. A las 7:00 p.m. estarían entrando a la función del circo para la que Martínez ya tenía sus tres boletas. Durante la función Juan David seguro estaría sentado en las piernas de su papá, pegado a él como una garrapata. Yulieth, entonces, tendría esa sonrisa que sin querer siempre aparecía en su cara cuando salían los tres a pasear, cuando el policía arriesgado se quitaba ese uniforme que lo hacía lucir como un robot y se convertía en un papá alcahueta, un esposo enamorado, un hombre de familia. El destino de Martínez volvió a cambiar, quizás en el fondo él lo sospechaba. El viernes pasado, antes de que un hombre sin rostro ni compasión le disparara en la cabeza, él estaba callado, pasivo, nervioso. No era el policía ambicioso que a los 16 años desafió a sus padres para seguir su vocación. Ese día Martínez no quería pelear. Estaba allí -cuentan sus compañeros- en una esquina de la Universidad del Valle, esperando que todo acabara, rogando por poder regresar esa noche a su casa. Son las 5:00 p.m. del lunes 3 de septiembre. Yulieth y Juan David no están en el circo. Ninguno se ríe. Ahora sólo serán los dos. Ella hace otra promesa: seguir viviendo, por ese amor que no morirá, por ese niño que la mira y le dice: No estés triste que la otra semana vamos a otra función. La muerte silenció la Plaza de CaicedoTres de septiembre. Cuatro de la tarde. Es el sepelio del subintendente José Libardo Martínez. La Catedral de San Pedro está rodeada por policías del Esmad. Fueron compañeros de José Libardo. Afuera hay acaso mil personas, algunos sostienen pañuelos blancos, otros, flores del mismo color. En la iglesia el féretro está al fondo, delante del altar, cubierto por la bandera de Colombia. El sacerdote habla, bendice, lo riega con agua. Fue un hombre que sirvió a su patria, que murió defendiendo el orden y defendiendo las convicciones de una Institución. Pero sobre todo, defendiendo a los demás, dice el subdirector general de la Policía, general Edgar Orlando Vale Mosquera y agrega, son las violencias las que están matando a todo el pueblo colombiano. Lo lamentamos por la familia de José Libardo Martínez y por todo el país.Mientras el ataúd es conducido hacia la entrada de la iglesia una banda suena: una marcha no de guerra, es fúnebre delante del silencio general de la Plaza de Caicedo. El sacerdote pronuncia unas últimas palabras y esparce el agua de nuevo. Las personas mueven los pañuelos, se han concentrado delante del ataúd que es subido a la carroza. Los pañuelos siguen siendo movidos y luego suena un aplauso. La procesión inicia, desciende por la Carrera 5 y dobla luego en la Calle 15. Van hacia el Cementerio Metropolitano del Norte. Cinco y treinta, oscurece.
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