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Viaje a La Barra, el pueblo del Pacífico que pasó de la fama al olvido

En 2009, ‘El vuelco del cangrejo’ —la celebrada película de Óscar Ruiz Navia— les regaló a los habitantes de La Barra, en especial a ‘Cerebro’, algo que nunca cortejaron: la fama. Hoy, cuando esa misma gente se ve sometida a la rebeldía del mar de leva que arrasó con todas sus playas, ‘Cerebro’ cuenta cómo es la vida de este hermoso recodo del Pacífico.

17 de agosto de 2014 Por: Jorge Idárraga | Especial para GACETA

En 2009, ‘El vuelco del cangrejo’ —la celebrada película de Óscar Ruiz Navia— les regaló a los habitantes de La Barra, en especial a ‘Cerebro’, algo que nunca cortejaron: la fama. Hoy, cuando esa misma gente se ve sometida a la rebeldía del mar de leva que arrasó con todas sus playas, ‘Cerebro’ cuenta cómo es la vida de este hermoso recodo del Pacífico.

Las últimas marejadas de abril terminaron de arrasar lo que quedaba de La Barra. Dos años atrás había empezado este proceso, e incluso antes, cuando ya la populosa y bulliciosa playa de Ladrilleros —distante una hora de Buenaventura— con sus quioscos y casetas, sus equipos de sonido y sus miles de turistas, debieron ceder terreno ante el embate de la puja contra el acantilado. Hoy, el legendario ‘Chorro de la Maestra’ ya no existe.Desde los años ochenta, el pequeño villorrio de pescadores de La Barra se había convertido en el lugar preferido de viajeros, artistas, rockeros, estudiantes y de toda la gente ‘bacana’ que veía en esta playa un refugio ideal en el Pacífico vallecaucano. A cuarenta y cinco minutos a pie desde Juanchaco y Ladrilleros, quedaba la distancia perfecta de la rumba dura de estos balnearios y de los turistas, que por definición se aburren del vago rumor de las olas que, como canta Petronio, “vienen y se besan”.La Barra era entonces una calle larga de arena apelmazada con casas a lado y lado que comenzaba en el bohío de ‘Cerebro’, pasaba por la Escuela Santa Librada, llegaba al bar ‘Son de Mar’ y terminaba en un pequeño espacio abierto donde quedaba la única casa de dos pisos, la tienda y el comedero de los visitantes. El lugar donde se reunían todos, todas las tardes. Aún más al fondo quedaban la vichería y el embarcadero sobre el estero, desde el cual se iniciaba y se sigue iniciando cada madrugada la faena de pesca, y desde donde se viaja en canoa hasta las lagunas de agua dulce formadas por cristalinos riachuelos antes de caer al estero.Una región transparente y encantada donde la selva y el agua hacen tan grande barullo que si alguien se queda callado durante cinco minutos puede volverse loco.En sus mejores tiempos, montadas las carpas para dormir y alrededor de una fogata en la playa, se escuchaban algunos tambores en la noche, el sonido acuático de un piano de la selva y la agitación de cantadoras y guasaes al ritmo triste de los alabaos, esos ‘blues’ del Pacífico, como les llaman algunos.Arnobio Salazar Rivas, conocido como ‘Cerebro’, era el líder más carismático del pueblo y el anfitrión más dedicado y alcahueta. Había nacido en la quebrada Barradentro y se había criado entre ese lugar y la playa de Bocas del San Juan, en límites con el Chocó. “Cuando el mar también se llevó esa playa, la gente que vivía por esos lados comenzó a emigrar para este lado. En ese entonces aquí no había nadie, todo era monte. Por eso es que la tierra es de nosotros, los negros”, cuenta ‘Cerebro’. Así, pues, fue como se fundó La Barra.El momento estelar de La Barra llegó cuando en 2009 el joven director de cine Óscar Ruiz Navia la escogió como escenario de su película ‘El vuelco del cangrejo’ y al propio ‘Cerebro’ como el protagonista de su ópera prima. A partir de entonces, cierta fama, prosperidad y brillo cayó sobre los habitantes de este rincón del Pacífico. En esto fue definitivo que la película gozó de buena crítica y fue ovacionada y galardonada en varios festivales alrededor del mundo.Berlín, La Habana, Locarno y Buenos Aires entre otros, prodigaron premios y aplausos. Hoy, cinco años después de ese brillo, ‘Cerebro’ recordaría como un sueño los viajes a Buenaventura, a Bogotá, a Barranquilla, a Cartagena, incluso a Toronto y a Gramado, en Brasil, a los lanzamientos de la película, las entrevistas por radio y televisión. Fue el breve instante de fama que los sacó por un momento, a él y a todo el pueblo, de la soledad y el inveterado olvido.Todavía disfrutaba ‘Cerebro’ de esa sensación la mañana en que empezó el viento infame. La mañana en que el mar de leva que azotaría a La Barra durante dos años, destruiría todas las casas y modificaría para siempre la línea costera, como había sucedido en el inicio de los tiempos con la playa de Bocas del San Juan.Entre cada puja, los habitantes empezaron a desbaratar lo que quedaba en pie de sus viviendas y a construirlas más adentro y hacia el fondo de la playa, por los lados donde empieza la trocha hacia Juanchaco y Ladrilleros. De modo que cuando las últimas marejadas de abril pasado terminaron de arrasar con todo —incluida la escuela Santa Librada, que era de ladrillo y cemento— como si el tiempo girara en redondo, ‘Cerebro’ y sus vecinos ya hacía tiempo estaban entregados a la resignación de ver acabados treinta años de trabajo y a empezar de nuevo. Como siempre ocurre en este país ridículo, los representantes del Estado llegaron demasiado tarde. El Gobernador del Valle y el Alcalde de Buenaventura hicieron presencia, regalaron mercados, unas libritas de arroz, basurita. Les hablaron de reubicar el poblado, arriba en la trocha, y titularles a cada uno por parcelas. Pero eso no es lo que conviene a los habitantes de La Barra, sino la titulación colectiva, pues siempre han disfrutado y vivido de todo el territorio, incluida la playa, de donde proviene buena parte de su sustento. “El problema es que nosotros hemos vivido aquí toda la vida, pero no tenemos las escrituras”, explica ‘Cerebro’.Aferrado a un pasado glorioso, el hombre mandó a imprimir el afiche promocional de ‘El vuelco del Cangrejo’. Un afiche que saca y guarda cada día, agregándole un texto: El sabor del Pacífico. Atendido por ‘Cerebro’. 312 8162506. Sancocho de pescado. Ceviche de camarón y piangua. Arepa de huevo – Aborrajados – Empanadas. Bienvenidos. —Hermano, no vaya a decir que esto se acabó, para que la gente vuelva—, me dice enfático. Y no, no se ha acabado. Porque el movimiento natural de la vida dará siempre a la estirpe de La Barra una nueva oportunidad sobre la tierra, parafraseando a García Márquez, de quien, como se habrá dado cuenta el lector, también hago memoria y exorcizo en estas líneas.

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