El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cultura

Artículo

Montaje de una obra por parte del grupo del TEC. | Foto: Archivo de El País

Teatro Experimental de Cali, un lugar para la utopía

Durante la segunda mitad del siglo pasado, Enrique Buenaventura concibió una radical y novedosa forma de hacer teatro en Colombia, que fue admirada y estudiada en todo el mundo. El TEC, su teatro, fue su espacio vital y el continuador de su herencia.

11 de julio de 2017 Por: Bernard Rieux / Especial para Gaceta

1955. Tenía 30 años, había pasado por la escuela de pintura de Bellas Artes en Bogotá, había escrito poesía desde que aprendió a escribir y había leído a Lorca, a Neruda, a Huidobro, a Shakespeare a Brecht a Lope de Vega a Beckett a Cervantes; había viajado por la costa Pacífica, por la Amazonía, por Venezuela, Brasil, Argentina, Chile. 1955.

Tenía 30 años y una incipiente fama internacional, regresaba a Cali como asistente de dirección de la escuela de teatro de Bellas Artes dirigida por el español Cayetano Luca de Tena y entonces, acaso, comprendió que debía cambiarlo todo, derribarlo todo para reconstruirlo: Enrique Buenaventura se encontró con una ciudad provincial y elitista deslumbrada con la cultura importada de Europa junto a un público escaso para el teatro que consumía obras que no le hablaban de su realidad y un número aún más escaso de textos teatrales. Ese mismo año, entonces, una cierta revolución habría de empezar: Buenaventura no solo se hizo director de la escuela de teatro y reorientó toda la estructura de la formación de los actores y dramaturgos, sino que inició todo un movimiento que buscaba, a la manera del teatro de Berthold Brecht, construir el Teatro Épico colombiano.

Un movimiento que años después se llamaría el Nuevo Teatro Colombiano, que además marcaría un punto de referencia para todo el mundo.

***
Miércoles, mayo 30. La maestra Jacqueline Vidal llega junto a cuatro actores del Teatro Experimental de Cali al periódico El País para promocionar su nuevo montaje de ‘Los dientes de la guerra’, obra que Buenaventura dejó si terminar en 2003, cuando murió. La maestra Jacqueline - es probable que las señas no sean innecesarias - es la viuda de Buenaventura, francesa, quien llegó a Cali en 1963, luego de conocer el deslumbramiento por el genio.

Bebemos un café mientras uno de los actores, Esteban, dice que se trata de una obra que se transformó por el contexto político de Colombia, sobre todo, tras los acuerdos entre el Gobierno y las Farc. “Es una obra que reflexiona sobre la historia de Colombia a partir de todas las guerras civiles que han desangrado el país y que, al final, se hace una gran pregunta: ¿cuánto cuesta un ideal”, termina Esteban. Hablamos otro tanto sobre el día de la presentación, el precio de las entradas, el número de actores.

Luego pregunto: ¿Qué piensan de lo que es el teatro ahora en Cali? ¿Es como fue en los 60 y 70? La maestra mira a sus actores, se queda en silencio y luego, con una voz ásperamente suave, trabajada por la nicotina, dice: “Creo que muchos artistas abandonaron la vida de un teatro que toca lo inquietante de la sociedad, un teatro que dispara una premonición sobre lo que puede suceder en el futuro. En cierto sentido, el teatro ha dejado de ser insurrecto”.

***
Aquello fue lo que hizo Buenaventura, un teatro insurrecto. Durante la primera mitad del siglo XX, el alemán Brecht creaba el teatro épico, una forma teatral opuesta al teatro burgués que solo buscaba el entretenimiento del espectador. Un teatro que abordaba los temas más inmediatos de las sociedades modernas en Europa y que, ante todo, creía en la posibilidad de cambiar el mundo.

En la segunda mitad del siglo XX Buenaventura hizo lo propio en Colombia. Se volcó sobre la historia colombiana, viajó al Chocó y al Amazonas y empezó a comprender las peculiaridades de la historia y de la cultura de este país, pero no para dotar sus obras de elementos folclóricos sino para entender la historia y los mecanismos por los cuales Colombia llegó a ser lo que era en los 50 y 60: un hervidero de violencia política.

Entonces escribe y monta obras como ‘Réquiem por el Padre Las Casas’, en la que presenta a Bartolomé de Las Casas, defensor de los indígenas que para liberarlos de la opresión del conquistador debe sacrificar al esclavo negro; o ‘La trampa’, una escenificación que criticaba el comportamiento de las clases altas y de los militares antes las dictaduras en Latinoamérica. Y también trajo consigo toda la vanguardia Europea: en el Teatro Escuela de Cali Buenaventura realizó montajes de piezas como ‘Ubu Rey’, de Alfred Jarry o ‘Tirano Banderas’, de Valle Inclán, que alternaba con montajes del teatro griego e inglés clásico.

Pero más allá de todo aquello, Buenaventura trajo una forma nueva de hacer teatro: junto a sus muchachos desarrolló la técnica del trabajo colectivo, que implicaba una creación en la que todos los actores se inmiscuían en una fuerte investigación sobre el tema de la obra y en la que representación se hacía sobre la base de esa investigación y de improvisaciones actorales. Desde entonces, el teatro en Colombia y en Latinoamérica no sería igual.

***
Viernes, Junio 9. En la sede del Teatro Experimental de Cali los actores, incluida la maestra Vidal, ensayan. Al día siguiente presentarán ‘A buen entendedor’, una obra escrita por Buenaventura que, a partir de un conjunto de adagios populares, reflexiona sobre el problema de la distribución de la tierra en el país.

maestra dispone una mesa para hablar conmigo frente a varias pinturas de Buenaventura. Toma sus cigarrillos - fumará de corrido durante todo nuestro diálogo – y me escucha hablarle de nuevo de eso que de algún modo se nos convirtió en un mito: esos años en que Cali fue el centro del arte de Colombia y el TEC era buscado por artistas de todo el mundo para aprender de su método. ¿Cómo era aquello?, le pregunto. La maestra empieza a explicarme que se trataba ante todo de que el teatro de Buenaventura empezó a hablarle a los caleños de su vida, de sus problemas.

“Eran obras que analizaban la sociedad, que tenían toda la fortaleza del teatro clásico y también de la cultura popular del país y que empezaron a atraer a la juventud que quería hacer arte, pues el TEC no solo alentaba a hacer teatro, sino también poesía y literatura, pero como una forma de crítica a la sociedad”. Era una apuesta radical e implacable que, una vez empezó a ser incómoda para las clases altas, condujo a Buenaventura a ser expulsado de Bellas Artes. Fue en 1967. Para 1963 la escuela de teatro de Bellas Artes había cambiado su nombre a Teatro Escuela de Cali. En 1967 Buenaventura y sus actores realizaron el montaje de ‘La Trampa’, una pieza crítica sobre las dictaduras latinoamericanas. La obra fue presentada en el teatro Municipal, al cual acudieron varios oficiales del Ejército, que presenciaron cómo el personaje ‘Sargento Dinamita’ representaba en clave de sátira los abusos militares.

Días después Buenaventura recibió la noticia de su expulsión de Bellas Artes por “incapacidad administrativa e inmoralidad”. Fue entonces cuando, gracias al dinero que había recogido por ganar varios premios de dramaturgia, decidió independizarse, comprar una casa en el centro de Cali y fundar oficialmente el Teatro Experimental de Cali. Durante los años siguientes, entonces, se alcanzó una especie de clímax sostenido: se montaron obras como ‘La tragedia del Rey Cristophe’, ‘Soldados’, variaciones de ‘A la diestra de Dios Padre’, ‘La orgía’; el TEC se abrió como un espacio cultural de intercambio con compañías como ‘La Candelaria’ de Bogotá o grupos de Argentina, Chile, Cuba y EE. UU. Cali y Bogotá empezaron a liderar varios festivales de teatro que, siguiendo la línea ideológica de Buenaventura, procuraron llevar el teatro a los escenarios populares, a estudiantes universitarios, a sindicatos de trabajadores, a jóvenes de barrios marginados, a cárceles, a las comunidades campesinas.

Aparecieron en Cali jovencitos como Andrés Caicedo – que hizo parte del TEC y participó en varios montajes -, Luis Ospina, Carlos Mayolo, Fernell Franco, quienes desde el cine y junto a artistas consolidados como Pedro Alcántara y los nadaístas instalados en Cali, formaron la meca de producción artística colombiana.

- Hubo un momento, sin embargo, en el que eso cambió. ¿Cuándo? - pregunto.
- No sé muy bien, fue a finales de los 80 y los 90 y fueron varias cosas. Por un lado, muchos alcaldes de Cali empezaron a crear la idea de que al hablar de arte y cultura se hablaba solo de salsa y la salsa es importante, pero no es lo único. Y además apareció el teatro comercial con Fanny Mickey, que por lo demás, pasó por el TEC.
- ¿Por qué el teatro comercial afectó al teatro independiente que se hacía en Cali?
- La principal, es porque implantó la idea de que no era necesario apoyar el teatro, de que podía ser una mercancía para mucha gente. Por otro lado, porque de algún modo empezó a perderse esa vocación que existía con el TEC, ese amor por el teatro artesanal y por vivir por el arte. Ahora se vive es por el dinero...

***
Son las seis de la tarde y los actores ensayan. Cada uno toma un instrumento, el saxofón, el trombón, la trompeta. La maestra Vidal toca el clarinete. Han aprendido música allí mismo, en el teatro. Ensayan todos los días, quizá 8 horas, quizá más, en las que trabajan la escenografía, leen textos de historia, de sociología, de crítica cultural, para realizar los montajes.

“El trabajo que se hace aquí es de muy alto nivel y es muy exigente. Se trata de vivir para el teatro”, dice Daniela Rodríguez, una de las actrices.
Maira García, otra actriz, me explica que el TEC ofrece becas a los 13 actores que hacen parte de la compañía, como una forma de garantizar su vocación. Varios de ellos estudian, van a la Universidad a cursar carreras como Literatura o Sociología.

“El teatro, en cambio, no se estudia en una academia, el teatro se hace, se aprende en el oficio”, dice Maira. Todos, los 13 actores y la maestra Vidal, procuran volver a lo esencial, procuran mantener la tradición que el genio de Buenaventura instituyó.

Los veo, mientras afinan los instrumentos y luego los observo ensayar algunos diálogos. La mayoría son jóvenes que no exceden los 30 años, algunos, que no llegan a los 25; jóvenes rebeldes, idealistas. De pronto, entonces, el espacio de la casa del TEC revela toda su dimensión: un espacio para el romanticismo radical, un resquicio innegociable para la utopía.

AHORA EN Cultura