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Patricia Lara habla sobre 'El rastro de tu padre'

Su más reciente novela es una historia sobre el drama de las mujeres que anhelan tener hijos y que sin embargo, no encuentran una pareja que comparta ese sueño. El camino que muchas eligen es cada vez más frecuente: la inseminación artificial.

3 de abril de 2016 Por: Especial para GACETA

Su más reciente novela es una historia sobre el drama de las mujeres que anhelan tener hijos y que sin embargo, no encuentran una pareja que comparta ese sueño. El camino que muchas eligen es cada vez más frecuente: la inseminación artificial.

Una mujer que le entregó su vida a un hombre casado quien jamás quiso tener un hijo con ella; una hija producto de una inseminación artificial que decide viajar por el mundo para encontrar su origen, el rastro de su padre; una madre que tras ese viaje se siente abandonada, padece el devastador ‘síndrome del nido vacío’; un drama cada vez más común: mujeres que sueñan con dar vida, tener un hijo, pero que no encuentran una pareja para hacerlo. 

La más reciente novela de la escritora colombiana Patricia Lara, ‘El rastro de tu padre’,  pretende justamente eso: explorar los problemas de  los tiempos actuales en los que las relaciones de pareja parecen haber cambiado tanto, que pocos se entienden. Pocos tienen las mismas expectativas, prioridades.  Y con ello, las consecuencias: “la tercera parte de los hogares de Colombia tienen como cabeza de familia a una mujer que hace las veces de padre y madre al mismo tiempo”.

Patricia, ¿cómo surge esta novela? El tema, creo,  también tiene el poder suficiente para tratarse desde un oficio que usted ha ejercido desde siempre, el periodismo…

En 1980, cuando terminaba el master de periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York, leí en The New York Times que iban a crear un banco de semen de premios Nobel. La noticia me interesó. Yo era una periodista divorciada, de 29 años, con un hijo de 8, y soñaba con tener muchos hijos, ojalá con un marido que sirviera para papá y para marido, lo cual es bien difícil de conseguir en este país de caballeros que a las mujeres las prefieren brutas, como diría Isabella Santodomingo.

Luego regresé a Colombia, me casé por segunda vez y, cuando tenía 38 y 40 años, tuve dos hijos más… Así que, por mi edad, tuve que conformarme con 3 hijos. 

Al tema de la noticia del banco de semen de premios Nobel se sumaron  la situación de las madres cabeza de familia (yo lo he sido casi siempre, como la tercera parte de las madres de Colombia) y del llamado ‘síndrome del nido vacío’, un cataclismo que te llega cuando menos lo imaginas, un momento muy doloroso para las mamás y, generalmente, muy feliz para los hijos, pues tú te quedas sola, ya cansada, llena de achaques, y ellos se van felices de la casa a emprender su camino, como tiene que ser. Es la ley de la vida. 

Pero nadie está preparado para eso, como tampoco lo está para recibir la muerte de los padres. Entonces se produce ese ‘síndrome del nido vacío’, tan poco comprendido por los hijos y tan inexplorado literariamente, cuando sientes que todos esos espacios que te llenaban tus hijos, de un momento a otro, te los llena el vacío. 

Entonces te toca sacar fuerzas dentro de ti para empezar de nuevo… ‘Esa es la crisis más grande de una mujer antes de la muerte’, me decía mi psicoanalista sabia y vieja, Inga de Villarreal.

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De modo que de esas tres vivencias - el interés que me produjo la noticia de la creación del banco de semen de premios Nobel, mi experiencia como madre cabeza de familia que ha criado a sus hijos sola y mi dolor ante el nido vacío-, nace esta novela que titulé ‘El rastro de tu padre’.

Una de las protagonistas del libro, Estrella, es una estudiante de periodismo que va en busca de su padre, de conocer su origen. Para lograrlo emprende una gran investigación. A propósito, ¿qué tanto investigó Patricia Lara sobre el mundo de los bancos de semen para construir el relato? 

Gracias a la ginecóloga Claudia Borrero, directiva de la Unidad de Fertilidad de la Clínica del Country en Bogotá, me enteré de todo lo relacionado con la inseminación artificial y  me conecté con un banco de semen muy prestigioso que hay en California y del cual ellos importan las pajillas con el esperma que va a ser aplicado a las mujeres que solicitan ser inseminadas. 

Es un tema fascinante: se puede escoger semen de un hombre (por lo general estudiantes universitarios que necesitan completar sus ingresos) de ascendencia árabe o latina, blancos, amarillos o negros, de ojos verdes o azules, de cabello rubio o café, con aptitudes para la música o para las matemáticas, con un doctorado o un master en su hoja de vida, en fin, hay multitud de posibilidades. 

Y si quiere asuntos más específicos o información de primera mano, por ejemplo fotos de infancia del candidato o un texto escrito por él que pueda hacer analizar por un grafólogo, usted paga 20, 30 o 40 dólares más y ya. Igual, si el semen es de alguien que tenga un doctorado, vale más que el de quien tenga solo una maestría.  En fin, hay multitud de posibilidades.

El caso es que solo después de tener toda esta  información a la mano, me senté en cuatro períodos distintos, de dos y tres meses cada uno, un par de veces en Santa Marta y otro par en Nueva York, a escribir la novela. Luego vino el dispendioso proceso de edición, en que se corrige y se corrige, y después se deja descansar el texto, y se vuelve a corregir y, así, muchas veces.

El libro toca un aspecto que tal vez no se ha visibilizado lo suficiente: las mujeres que, aunque estén sin pareja, o incluso con una,  desean tener un hijo. Y sin embargo no encuentran un hombre con su mismo propósito, sus mismas prioridades. Es un drama común y silencioso… 

Creo que esa es una situación que se repite cada vez más. La mujer moderna, autónoma, ya no se somete tan fácilmente a los deseos y los caprichos de los hombres pero, como es natural, sigue anhelando ser madre. Yo no creo que sea simplemente un asunto de no quedarse solas por el que las mujeres quieran tener un hijo. Considero que ser madre, ser dadora de vida, es la experiencia más sublime que pueda tener una mujer. 

Y si ahora existe la posibilidad de serlo sin necesidad de que haya un hombre que se comprometa a ser papá (aunque fíjese que hoy todavía muchas mujeres quedan embarazadas de hombres que no se comprometen a ser padres), es lógico que el número de mujeres que se inseminan de manera artificial crezca cada día, como está ocurriendo en Colombia.

¿Qué casos conoció parecidos a los de la  novela? O en otras palabras ¿precisamente qué tan frecuente es la historia: la de las mujeres que van a los bancos de semen para cumplir un sueño?

Conocía casos de mujeres con problemas para tener hijos que se inseminaban generalmente con semen de sus maridos. Sabía por la doctora Borrero y por otros médicos amigos, de mujeres solteras que acudían a ese método, pero no conocía sus nombres. Pero curiosamente fue a raíz de la publicación de la novela que conocí a una mujer que había pasado por la misma experiencia.

¿Esta es la generación de los hijos sin papás, por cierto? ¿Qué cree usted? Hace poco una editora de este diario,  Paola Guevara, publicó una novela en la que narra cómo es vivir sin el padre, aunque en situaciones muy distintas. Las historias de hijos sin papás por diversos motivos son cada vez más comunes... 

Esa historia de Paola es increíble. De hecho, como le dije, la tercera parte de los hogares de Colombia tienen como cabeza de familia a una mujer que hace las veces de padre y madre al mismo tiempo. Y esa es una situación muy difícil tanto para los hijos como para la madre. Muchos hijos ni siquiera conocen el nombre de su papá. Y otros, aun cuando lo conocen, prefieren ni hablar de él por el dolor que les ha causado. Aun cuando por supuesto no se puede generalizar, aun son demasiados los hombres colombianos inconscientes de sus verdaderos deberes como padres.

Y entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo cambiar esa situación? En la sociedad sigue muy arraigada esa idea de que “papá puede ser cualquiera”…

Tal vez si en las escuelas se introdujeran talleres para que los jóvenes se miraran adentro, para que estuvieran en contacto con sus propios sentimientos, frustraciones y emociones y para que se dieran cuenta de las rabias reprimidas con las que caminan por la vida (talleres que también servirían para frenar en gran parte la drogadicción), quizás los jóvenes podrían darse cuenta de lo importantes que en su vida fueron sus padres o de lo dolorosas que fueron sus ausencias o sus maltratos, de modo que no repitieran en el futuro esas situaciones en sus hijos.

También creo que desde la literatura o incluso el periodismo se pueden lograr cambios, en la medida en que se genere catarsis y la gente sea consciente de sus carencias, limitaciones, errores y abusos. Mi ambición con esta novela precisamente es que les sirva a los lectores para entenderse más a sí mismos y para encontrar consuelo a sus dolores.

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