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Opinión: "El dolor más grande"

"Me conmueve pensar que, para un poeta, esta debe ser la más bella confesión de impotencia: saber que hay dolores -como la pérdida de un hijo- que no tienen nombre".

3 de abril de 2013 Por: Paola Guevara | Editora de Vé

"Me conmueve pensar que, para un poeta, esta debe ser la más bella confesión de impotencia: saber que hay dolores -como la pérdida de un hijo- que no tienen nombre".

El acto poético por excelencia es dar nombre a lo que no tiene nombre. Y sin embargo Piedad Bonnett, filósofa y literata, autora de siete libros de poesía, cuatro obras de teatro y cuatro novelas, maestra de las palabras por vocación y por oficio, titula su más reciente novela ‘Lo que no tiene nombre’.Me conmueve pensar que, para un poeta, esta debe ser la más bella confesión de impotencia: saber que hay dolores -como la pérdida de un hijo- que no tienen nombre; dolores que están más emparentados con la pulsión anterior al lenguaje que con la lucidez del verbo. Y sin embargo, Bonnett no se rinde. Como intelectual, como mujer y como madre se da a la tarea de narrar su quiebre, su fractura, de sacar de la esfera de lo íntimo el suicidio de su hijo Daniel y convertirlo en experiencia universal gracias al poder de la literatura.Así nos entrega un relato lleno de altura y dignidad, de sobriedad, de maestría y belleza; desgarrador hasta lo más hondo pero desprovisto de sentimentalismo autoflagelante. Valiente, también, pues cuestiona de frente las pálidas respuestas de la religiosidad convencional ante la muerte, los prejuicios sociales y la doble moral en torno al suicidio e, incluso, la desorientación de la psiquiatría a la hora de encarar los desafíos de enfermedades mentales como la que condujo a Daniel a arrojar su humanidad por el sexto piso de su edificio. ¿Por qué contar algo tan íntimo? ¿Es legítimo hacerlo? ¿Por qué hacer al mundo partícipe de una tragedia familiar que, por tabú o tradición, se suele guardar en el más riguroso hermetismo? Ella misma se plantea estos cuestionamientos éticos y se los responde con las palabras de Annie Ernaux: “Es posible que un relato como este provoque irritación o repulsión, o que sea tachado de mal gusto. El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, da el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior”.Y va más allá: Bonnett justifica la narración de su experiencia aterradora en que, al fin y al cabo, quien escribe lo hace para plantearse preguntas; para darle perspectiva y sentido a su tragedia; para contar, a través de su historia, la historia de muchos; por una inquebrantable fe en las palabras pero, sobre todo, porque -en palabras del escritor español Juan José Millás- “La escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”.La lucidez alcanzada por Piedad Bonnett en ‘Lo que no tiene nombre’ sugiere un trabajo de filigrana con el material explosivo de sus propios demonios. Al exponer su corazón, expone el nuestro; le pone palabras a lo que no sabíamos siquiera que existiera y con ello traza nuevas rutas de sensibilidad y conciencia en nosotros, su familia espiritual de lectores, a quienes nos resta agradecerle que nos haya considerado dignos de su historia.

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