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Élmer Mendoza o el inventor de un género: la narcoliteratura

Élmer Mendoza regresa con las aventuras de su personaje icónico, el detective ‘Zurdo’ Mendieta, en su más reciente novela: ‘Besar al detective’. GACETA habló con este mexicano que, como Joyce, busca imponer un nuevo sistema de escritura. ¿Por qué no?, se pregunta.

21 de agosto de 2016 Por: Santiago Cruz Hoyos / Periodista de GACETA

Élmer Mendoza regresa con las aventuras de su personaje icónico, el detective ‘Zurdo’ Mendieta, en su más reciente novela: ‘Besar al detective’. GACETA habló con este mexicano que, como Joyce, busca imponer un nuevo sistema de escritura. ¿Por qué no?, se pregunta.

Élmer Mendoza duerme profundamente en las noches. Es de los que se acuesta y se levanta temprano. A las 5 a.m. ya está frente al computador. Pero esa noche de 1977, cuando tenía 28, inexplicablemente no podía dormir. No había tenido una decepción amorosa, un problema en el trabajo, nada por el estilo. Ya estaba casado incluso, un hijo, trabajaba como ingeniero en electrónica, en la empresa era candidato para ser enviado a Estados Unidos a una capacitación especial, tenía ‘futuro’. 

Pero esa noche no podía dormir. Entonces abrió un cuaderno de 100 hojas y se puso a escribir, escribir, escribir. Solo se detuvo cuando notó la luz del amanecer entrando por la ventana y él miro hacia esos rayos de sol con sorpresa. 

- Para mí fue como una señal extraña y definitiva y tomé la decisión: ser escritor. Me hice una pregunta: ¿qué necesitaba para ser un buen escritor?, y me dije: estudiar letras hispánicas. Entré a la Unam. Y bueno, ya estoy aquí. 

En su familia, y uno que otro amigo, le dijeron loco, “el tipo de cosas que te dicen para salvarte de ciertas tentaciones”. Loco por renunciar a un sueldo generoso y seguro, el estado de confort absoluto de quien lo tiene  todo, a cambio de algo muy distinto: la incertidumbre del escritor, demorarse 21 años y ocho meses, por ejemplo,  para  que una editorial grande publique tu primera novela publicable. Porque antes, escribió otras cinco que no merecían el papel impreso.

- Es que todavía no me lo explico, fui muy osado en ese momento. Pero creo mucho en el instinto, eso que te dice no te vayas por aquí, mejor por acá. Yo soy moreno, pero creo que tengo sangre indígena. Quizá esa parte me ayuda a percibir el mundo de una manera particular y me ha ayudado  a tomar ciertas decisiones espectaculares.

Cuando era niño, Élmer soñaba con ser científico, trabajar en el sistema espacial, ir a la Nasa. Tuvo entonces una beca para estudiar en una universidad americana, convertirse en doctor en física. Pero algo, otra vez,  le dijo: por ahí no. 

Ser  escritor, ser un buen escritor,  a veces, implica ser también kamikaze, renunciar a cosas casi imposibles de renunciar como la posibilidad de tener una casa en Palm Beach, Miami. Élmer Mendoza también renunció a esa casa. 

***

En él, en Mendoza, las cosas parecen suceder ‘tarde’: se hizo escritor a los 28, tardó 21  años y ocho meses en publicar su primera novela  – ‘Un asesino solitario’-  aprendió a leer cuando tenía diez.

Sucedió que en el estado de Sinaloa, el corazón agrícola de México, donde nació,   sus abuelos le enseñaron primero las actividades usuales del campo. Élmer era un campesino que además de trabajar la tierra iba al cine, películas de Pedro Infante, escuchaba corridos, veía la violencia: puñales, pistolas y  escopetas eran habituales entre los agricultores. Los usaban para cazar animales, sobre todo, pero también para matarse entre ellos. 

Como no había ley, o cuando llegaba  era muy tarde, algunos hacían justicia por su mano. Su abuelo le decía incluso que solo a los que mataban a alguien les componían un corrido. El mero macho, el que lleva el miedo en los talones, ese era el respetado en Sinaloa.

Ese primer contacto con la violencia fue también su primer acercamiento con las temáticas de las que, muchos años después, serían sus historias. Élmer Mendoza es considerado el creador de un subgénero literario: la narcoliteratura. 

- En ese tiempo en que vivía con mis abuelos el narcotráfico apenas estaba saliendo. Según la leyenda todo empezó a principios del siglo pasado, cuando buscaron las vías para llevar contrabando a Estados Unidos. Hay un corrido de los tequileros que cuenta  todo, cómo llevaban tequila a Estados Unidos en la época de la Prohibición. Estados Unidos siempre ha sido el destino final de lo prohibido. Pero yo empecé a escribir del narcotráfico antes de que se convirtiera en el problema nacional que es hoy, con toda la cantidad de muertos y de declaraciones de prensa. Y no tenía idea de que pudiera pasar eso, que me empezaran a llamar ‘el jefe de los narco escritores’, cosas así.   ¿Qué es lo que he hecho de distinto?, me preguntaba.  Yo lo único que he hecho es contar historias comunes de manera no común.   Pero no sé si lo que hago se pudiera sostener como un auténtico género literario. Eso ya lo sabremos con los años. 

***

Entre 1978 y 1995 Élmer Mendoza publicó sobre todo cuentos. Cinco tomos.  También algunas crónicas. Y escribió esas cinco novelas que jamás publicó porque sí, estaban bien escritas, pero eso no es suficiente. 

- Les faltaban alma.  Mi objetivo es crear una literatura que toque las fibras más sensibles del ser humano.

Entonces tomó talleres literarios, leyó cientos de novelas, escudriñó sus técnicas y, con paciencia, fue encontrando la guía, o comprendiendo lo que él llama “el misterio” de cómo es que alguien se convierte en un buen escritor. Para vivir, mientras tanto, daba clases. Aún lo hace. En la Universidad Autónoma de Sinaloa imparte el curso de literatura clásica y medieval. 

- En nuestros países es muy difícil vivir únicamente de la escritura. 

[[nid:568310;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/08/p8gacetaagos21-16n1photo01.jpg;left;{La más reciente obra.Especial para GACETA}]]

En 1999 publicó, por fin, ‘Un asesino solitario’. Es el testimonio  de un sicario, Jorge Macías, que es contratado para que asesine a un candidato presidencial. 

El crítico Federico Campbell escribió que con esa novela, Mendoza  es “el primer narrador que recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico en nuestro país”. También dijo: “se nota una inusitada y vivaz exploración lingüística de los bajos fondos mexicanos, convertidos en rigurosa materia literaria”.

Desde entonces a Élmer lo empezaron a  llamar así, el precursor de la narcoliteratura, y no faltó quien dijera que escribir de narcos era  una moda. Mendoza dice en cambio que lo que él hace es contar su época,  establecer un territorio narrativo que antes no existía y  que  tiene que ver con la actividad ilegal en su país. 

Y  cuando se hizo casi viral aquello de “precursor de la narcoliteratura”, “maestro de la novela negra”, se dijo en su acento mexicano pues “órale, ahí les va otra historia del mundo narco”, ‘El amante de Janis Joplin’, (2001) una novela sobre un joven que mató en defensa propia a un mafioso y su vida se convirtió en un escape permanente. 

Después vendrían ‘Efecto Tequila’, ‘Cóbraselo caro’, ‘La prueba del ácido’, ‘Nombre de perro’, ‘El misterio de la Orquídea Calavera’ y su más reciente obra que ya llegó a Colombia, ‘Besar al detective’.  

Pero fue antes, con ‘Balas de plata’, premio de novela Tusquets 2007, que Élmer Mendoza se hizo mundialmente conocido. Fue, también, la novela en la que aparece su personaje más icónico, el mismo que ha aparecido en sus siguientes historias policíacas y que, anuncia, seguirá apareciendo: el detective Édgar ‘el Zurdo’ Mendieta. 

[[nid:568313;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/08/p8gacetaagos21-16n1photo03.jpg;left;{El debut como novelista. Especial para GACETA}

- En aquella historia de ‘Balas de Plata’ el ‘Zurdo’ debe investigar la aparición de varios cadáveres que se han  encontrado en cuestión de días. 

Un día una amiga  llegó a mi oficina llorando. Sus lágrimas eran muy gruesas y yo me impacté. Le habían matado a su mejor amigo.  Lo estaban velando en un pueblo cercano y  me pidió que la llevara. En los 36 kilómetros que recorrimos ella y una amiga suya me contaron la historia base de ‘Balas de plata’. Pero tuve el relato en la cabeza durante unos diez años porque nunca se supo quién era el culpable del asesinato. Como que tenía esa restricción. En Latinoamérica y en México vivimos en un universo muy rico en delitos, y yo esperaba tener toda la historia para desarrollar el discurso literario. Tenía como esa traba de cómo era posible que tuviera que hacer una historia imaginaria sobre el delito en un país como el mío, cómo contar la novela sin conocer los mecanismos reales que había alrededor de ese asesinato. Pero me fasciné y me inventé lo que le faltaba a la historia. Fue un proceso en el que alcancé un grado de madurez muy importante. Me descubrí como novelista.

***

“Me gusta contar de cierta manera: caótica quizá, incómoda quizá, pero viva; dejar que las palabras lluevan sobre la línea y que escurran, ensucien, limpien u oscurezcan la página, la pantalla o el sueño”, dijo Élmer Mendoza durante el discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua. 

Al teléfono, desde su casa en México, dice: 

- Si esas cinco primeras novelas que escribí y que te comenté hace un rato no las publiqué fue porque se parecían a todas. Creo que gracias a eso no me podrán señalar de imitar a nadie. Por el contrario, me están imitando a mí. Pero ese es el resultado de la búsqueda.

En la ‘narcoliteratura’ de Mendoza se nota sobre todo una intención de escribir como nadie más lo está haciendo. En sus diálogos no utiliza guiones, no utiliza comillas, algo que, a los editores tradicionales, puristas, les podría generar un infarto o por lo menos, un desmayo.

En su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua Mendoza habló de ello.

"Sentía que el paso del punto y aparte al guión de diálogo era muy largo, que mi lector ideal, embarcado en ese momento en un ritmo subyugante, iba a perder un tiempo precioso en llegar a la primera palabra antecedida del guión”, comenzó.  

“La eliminación de los guiones me permitió dotar a mi discurso de un dinamismo oral que impidió que mi lector ideal se distrajera”, dijo después. 

Antes, sin miedo, había  dicho: “Desde que leí a Joyce supe que era muy importante aunque tenía pocos lectores. Decían que había impuesto un sistema de escritura en 1922 con ‘Ulises’ que nadie podía superar. Desde luego que lo primero que pensé es que yo podría conseguirlo, ¿por qué no?”…

***

- ¿Cómo surgió su personaje, el ‘Zurdo’ Mendieta, que ya viene apareciendo en sus historias desde Balas de Plata? Usted ya lo definió más o menos así: “un metro ochenta de estatura, 84 kilos de peso, perezoso para el ejercicio, aficionado al whiskey, regular en el uso de las armas, con un corazón grande y con una temeridad que raya en la estupidez”...

- En cada novela yo he contado algo del ‘Zurdo’ que no  he contado en la anterior. Cuando publiqué  ‘Balas de Plata’ pensé que el ‘Zurdo’ solo iba a aparecer ahí. Pero cuando dos amigos me preguntaron si iba a hacer otra novela con este personaje, dos amigos muy queridos -   Arturo Pérez Reverte y Xavier Velasco -  y yo les dije no,  ellos me dijeron, con otras palabras: ¡cómo se te ocurre! Has creado un gran personaje. Tienes que trabajarlo en otras historias. Y yo del ‘Zurdo’ había contado algunas cosas, muy como  de la literatura contemporánea, que presentas un personaje y dices lo necesario, no como en el Siglo 19, que contaban todo.  Eso lo confirmé cuando intentaron comprar los  derechos del ‘Zurdo’  para una serie de televisión.   Me decían que  le faltaban muchas cosas, que  los guionistas no se atrevían a definirlo porque le faltaban elementos, pero que ellos querían imaginar esos nuevos elementos. Pero  pensé que lo que ellos planteaban desmerecía al personaje y no acepté, pese a que  perdí una gran cantidad de dinero. Siempre digo que con esa decisión perdí la posibilidad de comprar una casa en Palm Beach.

***

Cuando Élmer Mendoza estaba finalizando ‘Besar al detective’, su más reciente novela que  tiene como protagonista de nuevo al ‘Zurdo’  (va  tras la pista de un brutal asesinato de un adivinador) tuvo una experiencia con la muerte. Le dio un infarto. Y eso, sospecha, cambió el resultado final de la obra.

- Ya había terminado de escribir la novela, pero corrijo mucho. Es decir,  cuando termino de escribir  no está terminado el trabajo. Sigue el proceso de corregir varias veces. En esas estaba cuando me llegó el infarto. Estuve varios meses incapacitado porque mi médico no  quería ni que leyera, ni que escribiera. Hasta que me autorizó ir revisando textos y que máximo, hiciera notas.  En todo ese periodo de quietud lo que hice fue reflexionar mucho sobre la historia que tenía. Porque cada nueva novela, aunque sea con el mismo personaje,  tiene que ser diferente. Nunca voy a meterme en un ciclo de confort, utilizar los mismos recursos. Siempre trato de ir contra mi mismo, buscar lo que no he contado, y durante el proceso de recuperación me dediqué a eso. Y ya cuando volví al trabajo supe que el primer borrador no era la novela que quería, así que tenía que seguir trabajando. Por eso creo  que mi experiencia con la muerte influyó en el resultado final. Utilicé las notas que había hecho en mi convalecencia  hasta lograr lo que esperaba.

[[nid:568315;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/08/p8gacetaagos21-16n1photo04.jpg;left;{Novela ganadora del premio Tusquets.Especial para GACETA}]]

Si el médico le prohibió hasta leer, indica una especie de obsesión con el trabajo literario…  

Así es. Soy absolutamente disciplinado. A las 5: 00 a.m. ya estoy escribiendo. Ahora, por restricción médica, empiezo a trabajar a las 6: 00 a.m., pero no todos los días lo consigo, a las 5: 00 a.m. estoy.  Y siempre los espacios de trabajo  tienen que ser diarios, tienen que ser constantes. Esa es la manera en que yo creo que puedo hacer una literatura diferente, ojalá una literatura imprescindible. Es mi deseo. 

Mis maestros con los que he podido conversar, como el escritor Fernando del Paso, me dijo alguna vez: agarra el toro por los cuernos, que quiere decir convertir la escritura en un trabajo cotidiano, crear a pesar de todas mis limitaciones, los cansancios. A mí eso me ayuda a sentirme auténticamente  un creador. 

Yendo a la novela, ‘Besar al detective’ habla de una característica de los narcos tanto colombianos como mexicanos. Necesitan controlarlo todo, incluso su futuro. El control es poder. Entonces acuden a brujos, lo que por otro lado deja ver  su miedo.

Y por eso también son muy religiosos. Ofrecen demasiadas cosas a los santos. Ellos tienen tres santos básicos en México: la virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo y  Malverde. Pero tienen, como los narcos colombianos, el mismo sentimiento: la inseguridad. Sienten la necesidad de  saber qué les va a pasar. 

En la novela también hay  ironía,  humor, insinuar más que decir.

Ese recurso  lo aprendí leyendo a escritores de Europa del este. Ellos no podían contar nada debido a la censura de los gobiernos, entonces apelaban a la ironía como uno de los puntos de estética más importantes. Es un mecanismo de defensa y una manera de decir lo que querían decirle a los lectores. Es un recurso que  me sirve mucho. No quiero tener enemigos; mi aspiración es hacer la mejor literatura de mi época y para lograrlo necesito  cierta  seguridad. 

¿Ha tenido problemas por sus libros?

No. Solo una vez la Procuraduría mandó un agente de dos metros  y 120 kilos de peso por un ejemplar de alguno de mis libros, pero eso fue todo. Sé que tengo lectores en la clase política. A veces me pagan las cuentas en los restaurantes.  

Volviendo a la novela, el lenguaje es muy mexicano, la jerga callejera, pinche tu madre. Pareciera que está la intención de convertir al lenguaje de la calle en literario.

Una de mis búsquedas fue precisamente esa: cómo debía contar las historias, con qué  lenguaje. Y el día que lo descubrí fue, pues no sé, como descubrir a América, un sentimiento de seguridad que me sorprendió después, porque en ese momento fue una euforia absoluta. Descubrí el ensamble que yo podía hacer entre la calle, las jergas, y la norma estándar de la literatura, las técnicas. Y fue cuestión,  a lo largo de los libros, de encontrar un equilibrio conveniente. 

Y además nunca imaginé que yo iba a ser traducido y todas esas cosas, pero desde que eso pasó he trabajado hombro con hombro con los traductores que me sorprenden con la cantidad de preguntas que me hacen, pero que me han servido para poderme explicar yo mismo y el pueblo al que pertenezco, la forma en que hablamos. Y eso imagínate, me llevó a la Academia Mexicana de la Lengua. 

¿Cómo te nutres para contar las historias, armar los personajes, contar ese mundo narco? Supongo que, como un reportero, vas y los entrevistas, a los narcos...

Yo todo eso lo hice. Fui promotor de lectura y me metí en los penales, en los centros de rehabilitación para drogadictos, donde el 80% había traficado. Estuve con ellos meses enseñándoles a escribir y en ese proceso te cuentan sus vidas. Y me contaron muchas cosas que ellos no iban a escribir porque eran delitos, confesiones. Pero ellos me abrieron sus corazones y me contaron una serie de atrocidades que hicieron y yo aprendí lo que tenía que aprender con ellos. Todavía dirijo un programa para fomentar el habito de leer en prisiones, sobre todo ahora que tantas mujeres presas nos piden ir.  Y no sabes la cantidad de historias que me siguen contando. 

¿Cuál es la actualidad de México con la recaptura del ‘Chapo’ Guzmán, por cierto?

La captura del ‘Chapo’ no ha afectado el tráfico. Es un negocio muy rentable y creo que siempre habrá gente que lo haga. Si desaparecen los capos hay inmediatamente relevos. No me consta, pero sospecho también que los narcos mexicanos siguen asociados con los narcos colombianos. El mercado sigue siendo el mismo.

***

En su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, Élmer Mendoza también dijo: 

“Dicen que los buenos escritores tienen una biografía real pero deben desarrollar una leyenda. Las leyendas son lindas, pero supe que primero debía trabajar en una posible biografía y para eso debía escribir, escribir y escribir”.

 

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