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Crítica: 'El rey del Once', la nueva película de Daniel Burman

El director argentino Daniel Burman ha navegado por la cinematografía con muchas banderas. Desde lo introspectivo y dramático hasta lo más comercial y prefabricado. Esta vez con ‘El rey del once’ regresa a sus orígenes para reencontrarse con esa voz que lo convirtió en un narrador intuitivo y auténtico.

14 de agosto de 2016 Por: Claudia Rojas Arbeláez / Especial para GACETA

El director argentino Daniel Burman ha navegado por la cinematografía con muchas banderas. Desde lo introspectivo y dramático hasta lo más comercial y prefabricado. Esta vez con ‘El rey del once’ regresa a sus orígenes para reencontrarse con esa voz que lo convirtió en un narrador intuitivo y auténtico.

Ariel decide viajar de Nueva York a Buenos Aires para presentarle a su padre su pareja, una bailarina de ballet clásico.  Ese,  al menos, parece ser su motivo. Sin embargo, cuando la novia le notifica que no podrá ir porque tiene que hacer una audición, él no cambia de planes y  sigue adelante con su viaje. Así se lo hace saber a su padre, quien por teléfono parece estar muy intrigado por conocer a su novia y hasta le pide que, por lo menos, le lleve una foto de ella. La conversación entre los dos hombres es descomplicada y fresca al punto que Ariel no lo llama papá sino por su nombre: Usher.

Así empieza la travesía de este personaje que al llegar a  Buenos Aires se dirige al sector del 11, una zona comercial por excelencia y donde el regateo es ley.  En este sector, habitado por muchos judíos que comercializan ropa y telas, es donde Ariel creció y donde conserva algunos de sus viejos conocidos. Allí su padre es reconocido por ser un gran benefactor, que dirige una fundación que ayuda y da a todos los miembros de su comunidad judía todo lo que necesitan de él. 

Ariel llega con la ilusión de pasar una semana con su padre pero el encuentro no ocurre, ni en el aeropuerto, tampoco en la fundación, mucho menos en su apartamento. Así transcurre el lunes.  Al llegar el martes las cosas no parecen cambiar, solo se comunica con su padre por teléfono y cada que lo hace el padre le pide un favor tras otro, siempre en función de los que tanto ayuda.  

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El hijo acepta y obedece sin reclamar su ausencia ni tampoco sus mandatos.  Así pasa el miércoles y el jueves.  Y mientras hace lo que le manda, poco a poco empieza a encontrarse con viejos conocidos, con sus espacios, con sus raíces.  Entre tanto, el padre solo presente como una voz telefónica que se disculpa, que siempre va en camino pero que nunca termina de llegar. 

‘El rey del once’ es una película dirigida por Daniel Burman, uno de los directores argentinos más prolíficos del país que  ha viajado por géneros y esquemas dramáticos y productivos, dándose licencia para abordar amores y decepciones. Pero si un tema ha sido eje de su carrera ese ha sido la familia a la que ha narrado desde diferentes perspectivas y momentos históricos. Así lo hizo desde su comienzo con una trilogía conformada por ‘Esperando al Mesías’ (2000), ‘Derecho de familia’ (2004)  y ‘El abrazo partido’ (2006), donde la paternidad era abordada en diferentes etapas.   Estas películas potentes desde la construcción de sus tramas y su cotidianidad nos mostraron la frescura de Burman para narrar no solo la intimidad sino también la ciudad y el universo que habitaban. 

Después vendrían otros trabajos, unos más serios como ‘El nido vacío’ (2008) que otros más ligeros ‘Dos hermanos’ y ‘La suerte en tus manos’ en los que buscaría desde la comedia y la producción a gran escala, nuevos escenarios sin tener mucha suerte. 

Ahora con ‘El rey de la once’, Burman regresa a su ritmo, a su tema, a su zona. No hablamos solo de la ubicación geográfica, de las calles del sector, una Buenas Aires que él conoce bien. No hablamos solo de los locales comerciales, la mercancía y el bullicio de las calles sino de sus propias raíces y de su esencia.  A los lazos judíos, a las tradiciones y a la familia.  

“Lo que se lleva en la sangre no puede negarse y aquel viaje que empieza  siendo una visita de una semana, se convierte en un regreso definitivo”.
 

Esta vez  desde la perspectiva del hijo pródigo que regresa a casa esperando los brazos abiertos del padre para encontrarse con una lección de vida. Una que, a diferencia de la que vimos en ‘Derecho de familia’ y en ‘El abrazo partido’, se da de otra manera, desde el silencio que forma y genera la reflexión.  

Así, a medida que Ariel pasa sus días en Buenos Aires, empieza a comprender al padre, a conmoverlo desde la mirada de los otros, aprendiendo a amarlo de una forma distinta.  Entonces empezamos a comprender que este silencio que aparenta indiferencia, en realidad esconde una lección, un aprendizaje, un perdón al olvido y a la indiferencia.

Todo lo que pareciera fruto de la casualidad, las llamadas, los favores, los encuentros entre Ariel y la asistente de su padre, resultan ser parte de un plan orquestado por el padre. Una enseñanza de vida que encierra un reclamo al abandono del país, de la tradición, de la herencia.  Pero lo que se lleva en la sangre no puede negarse y aquel viaje que empieza siendo una visita de una semana, se convierte en un regreso definitivo, en un paso de mando, en un entendimiento tardío. 

Grande esta virtud de Burman de  mostrarnos una anécdota simple y hasta graciosa en la superficie y revelarnos un conflicto subterráneo que nos sorprende y nos engancha con los nuestros.  Ahí está la fuerza de cine.  ‘El rey del once’ es mucho más de lo que aparenta y podría convertirse en una de las películas más grandes de Daniel Burman.

*@kayarojas 

Docente de la Universidad Autónoma de Occidente 

 

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