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Diego Maradona luciendo la gorra hecha por emprendedores caleños.

DEPORTES

La gorra de Maradona: un producto que nació y salió de Cali hacia la cabeza del 'Dios' del fútbol

Juan Felipe Campo y Diana Romero son los creadores de la gorra de Maradona que ha llegado a todos lados.

8 de noviembre de 2020 Por: Jorge Enrique Rojas, reportero de El País

A veces cuando va a la cancha, Dios usa una gorra fabricada en Cali. Al frente se ve la imagen icónica de su rostro, bajo los rulos salvajes que le crecieron cuando ya había robado el cielo con la mano izquierda en el Mundial de México 86.

Un sello de esa época y sus poetas a salvo del VAR. La cara del argentino que rompió las leyes del universo al morir y renacer tantas veces; unos días como futbolista, y otros días como hombre. Abajo, en letra cursiva, se lee su apellido: Maradona.

El viaje de esa gorra hasta la cabeza de Dios es la historia de un chico del barrio Colseguros. Se llama Juan Felipe Campo, tiene 27 años, está por graduarse como abogado y quiere especializarse en derecho deportivo.

Hace tiempo, cuando empezó a buscar un trabajo relacionado con su carrera, comprobó que la realidad laboral era quizás aun peor de lo que anunciaban, de modo que decidió emprender a partir de su otra pasión.

Hincha americano por herencia familiar, pero también por la sensata demencia de elegir ese color para toda la vida, un día empezó a diseñar un concepto de camisetas estampadas que fueran un elogio a sus ídolos de la niñez. Para bautizar la marca, escogió un nombre en coherencia: ‘Soy leyenda’.

Al principio, digamos, tuvo varios inversionistas de la fe; amigos que creyeron en la idea y que lo alentaron. Pero quien confió ciegamente en el proyecto fue su novia, Diana Romero. Desde entonces es su socia. Hoy es su prometida. La forma más simple de explicar lo que pasó en adelante es el efecto de la bola de nieve: abrieron una cuenta de Instagram, hicieron las primeras ventas y una cosa llevó a la otra.

De un momento a otro Juan Felipe estaba ofreciéndole sus camisetas al presidente del América, y de un momento a otro, Tulio Gómez le estaba haciendo un pedido de quinientas unidades.

Ese negocio fue el salto al vacío. “Empezamos a pensar que la marca podía globalizarse, y ahí decidimos sacar gorras con las leyendas del fútbol. La de Maradona fue una de las primeras que hicimos”. Lo que cuenta Juan Felipe ocurrió hace dos años.

Desde ese día hasta hoy, la gorra de Maradona llegó a su cabeza, apareció en un documental de Netflix, la empezaron a ‘piratear’ en Argentina, Diego la regaló, preguntó por la marca, le mandaron otra, y ahora las gorras tienen distribuidores en Buenos Aires y Miami. Para que todo sucediera, claro, Dios tendría que resucitar de nuevo.

Los tropiezos de Maradona

La primera muerte de Diego Armando Maradona quedó fechada el 24 de septiembre del 83, cuando jugando para el Barcelona español, Andoni Goikoetxea le quebró el tobillo izquierdo con una patada criminal en un encuentro por la Liga contra el Atlético de Bilbao.

Ocho meses más tarde el cruce se repitió en la final de la Copa del Rey. Y después de que el árbitro concluyó el juego, el choque pasó a ser una pelea de pandillas: un cabezazo de Diego al ‘Chato’ Núñez, luego un rodillazo al mentón de Sola, y ahí fue Troya.

Al ‘10’ lo suspendieron tres meses y esa sanción fue su fin blaugrana. Creyéndolo desahuciado lo dejaron marchar al Napoli de Italia, donde le dio vuelta al destino para brillar en su versión inolvidable.

Antes de Maradona, el santo de los napolitanos era San Jenaro. Después de Diego, no tienen dudas de haber conocido a Dios.

Poco antes de sentarse en la cima del mundo con el título del 86 en su regazo, Maradona ya había resbalado por los toboganes laberínticos de la cocaína. Entonces, desde esa época se acostumbró —y nos acostumbró— al hábito de revivir.

Resucitó de tres sanciones por doping; volvió para jugar en el Sevilla, en Newell’s, en Boca y en la Selección, hasta que en USA 94 le inventaron una película hollywoodense para cortarle las piernas, como él mismo dijo. Resucitó de la obesidad.

En 2005 reinauguró su viejo cuerpo para conducir un show televisivo que se convirtió en uno de los programas más vistos en la historia argentina: ‘La noche del 10’. El país entero se sintonizó con su lucha; Maradona había resucitado de la droga.

En 2010 regresó a la Selección como director técnico. Y ahí perdió nuevamente la vida cuando lo mataron por no ganar el Mundial de Sudáfrica.

Desde aquello, la cotidianidad de Diego se conserva más o menos en el mismo punto y aun vive de resucitar. En ocasiones como entrenador de algún equipo remoto y millonario que lo contrata como atracción mediática, y en otras como un fenómeno que tuerce todos los pronósticos médicos. “Jesús resucitó una vez. Vos muchas”, le escribieron sus fieles en un trapo que, según la Revista Vice, a modo de bandera le colgaron a las afueras de la Clínica Suizo Argentina en el 2004.

El hematoma subdural crónico por el que la semana pasada fue intervenido en la parte izquierda de su cabeza es apenas otro capítulo del grueso libro que registra sus reclusiones hospitalarias. Ahora lo han diagnosticado maniaco-depresivo y alcohólico. Pero esa es otra historia.

Así llegó la gorra a las manos de Maradona

En el 2018, cuando Diego fue a dar a la segunda división del fútbol mejicano para encargarse de Los Dorados de Sinaloa, el fundador de ‘Soy leyenda’ encontró un camino para hacerle llegar la gorra que había hecho con su imagen más mítica.

Fue una coincidencia en realidad, cuenta Juan Felipe: “Un abogado que estudia conmigo es uno de esos amigos que tienen primos en todas partes; una vez me dijo que tenía un primo que jugaba en Dorados y ahí empezó el intento”. El servicio de correo le costó trescientos mil pesos.

En el recuerdo de Juan Felipe hay un mes entero sin noticias. Hasta que de la nada llegó la foto. Con el torso desnudo en el camerino, Diego posaba con una sonrisa bajo la gorra: “No me la creía. Empezamos a subir esa foto, y empezamos a crecer en seguidores. Debido a eso se comunicó el primer distribuidor que tuvimos en otro país, dijo que necesitaba el producto en Buenos Aires”.

En el estado de resurrección en que se encuentre, el mejor jugador de todos los tiempos sigue siendo una de las vallas publicitarias más efectivas del mundo.

Por eso su contrato con Los Dorados incluía una docuserie de Netflix: ‘Maradona en Sinaloa’. Cuando la gorra apareció en los capítulos, en Argentina empezaron a falsificarla.

Y la ‘pirateada’ fue más publicidad. Pero la bomba estalló el año pasado, cuando Diego regresó a su país para dirigir a Gimnasia y Esgrima de La Plata, y en uno de sus histrionismos típicos le regaló su gorra al capitán.

Más o menos desde ahí, dice Juan Pablo, el distribuidor empezó a facturar lo suficiente como para cerrar su antiguo negocio y dedicarse solamente a ‘Soy leyenda’. Porque además de la de Diego, están las gorras de Riquelme y de Messi, que son las que le siguen en ventas. Son 87 modelos en total.

El máximo ídolo de Juan Felipe, en todo caso, no es Maradona. Es Messi. De Maradona admira el fútbol pero no le gusta la biografía que dejó por fuera de las canchas. O bueno, hay algo que lo hace sonreír. Un tiempo después de haber regalado la gorra, Diego preguntó por otra igual.

Entonces, del área de prensa de Gimnasia y Esgrima de La Plata se comunicaron para darles la razón, y así la gorra de Dios volvió a su cabeza, esta vez en cuatro colores. Y así, luego otro distribuidor los buscó para empezar a vender la marca en Miami.

En Cali, Juan Felipe y su novia son toda la empresa. Ellos hacen desde el mercadeo hasta los despachos. La confección la tercerizan. Todo es producto local.

En el barrio La Tablada de Rosario, al norte argentino, funciona la sede de la ‘Iglesia Maradoniana’ desde 1998: un culto de fanáticos fundamentalistas que ponen a girar el calendario alrededor de su astro, para celebrar la Navidad cada 30 de octubre, que es cuando Diego nació en el pesebre de Villa Fiorito.

Entre un inventario inagotable de objetos fetiche que adornan ese sitio, entre fotografías, esculturas, cuadros y camisetas veneradas por quienes pierden la cabeza por Diego, la gorra de Maradona ya ocupa un lugar en el altar. No importa cuántas veces lo maten. Dios, finalmente, seguirá haciendo milagros.

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