LITERATURA
Tanta vida 'Bajo el volcán', un ensayo sobre la obra maestra de Malcolm Lowry
Recorrido por la accidentada vida del escritor Malcolm Lowry y la génesis de su obra maestra ‘Bajo el volcán’. ¿Cuánto de vida real hay en su novela y cuánto de ficción? A través de las biografías del autor inglés, Daniel Ferreira descubre algunos puntos donde confluyen vida y obra.
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Hay dos situaciones vividas por Malcolm Lowry (Cheshire, 28 de julio de 1909 – Ripe, 26 de junio de 1957) que son definitivas para que ‘Bajo el volcán’ (1947) alcanzara esa dureza del diamante y se convirtiera en una obra maestra. El momento en que, en diciembre de 1937, Jan Gabrial, su primera esposa, se despide de él en Ciudad de México y Lowry le da unos pendientes de regalo y ya no se vuelven a ver. El otro momento es cuando, en noviembre de 1945, ocho años después, finaliza la cuarta y última versión de ‘Bajo el volcán’ en la cabaña en Dollarton, Canadá, poco antes de que esa cabaña se consumiera en las fuerzas del elemento que lo perseguía mientras escribió la novela: el fuego.
Como todos saben, la actriz estadunidense Jan Gabrial y el escritor británico Malcolm Lowry se conocieron a expensas del escritor Conrad Aiken en la pensión Carmona de Granada, España, en 1933. Luego cada uno viajó por separado, se reencuentran en París y se casan a escondidas del padre de Lowry, en 1934 (secreto decidido por el propio Lowry para mantener la mesada que el padre le enviaba al hijo díscolo). Poco después Gabrial viajó a Estados Unidos mientras Lowry fue a Inglaterra. Se reencontraron en Nueva York y, para renovar el tiempo de permanencia de Lowry en Estados Unidos, viajaron a México en barco (San Diego-Acapulco), donde arribaron el día de muertos de 1936. En una playa de Acapulco, Malcolm Lowry probó el mezcal. Mezcal y día de muertos son dos de los elementos constitutivos de su obra maestra.
Lowry vivió el día de muertos de 1937, en Acapulco, pero debió aproximarse aún más al gran misterio mexicano con Juan Fernando Márquez, en Oaxaca y afinando la mirada con la lectura de D. H. Lawrence (1885- 1930), otro escritor que había trasegado una década antes por esos pagos y también había sido influenciado por el sincretismo mexicano para escribir ‘La serpiente emplumada’ (1926), uno de los libros que influyeron en Lowry.
Cuentan los antropólogos de la ciudad-Necrópolis de Mitla, en Oaxaca, que en los túneles de los templos se enterraban vivos a los sirvientes de los reyes muertos y a los héroes, y que bajo esas montañas había kilómetros de túneles donde los enterrados vivos vagaban hasta morir de inanición en el Mictlán, las nueve regiones del mundo de los muertos. El día de muertos es una de las fiestas popularizadas que conservan el sincretismo de lo indígena, lo religioso-colonial y en tiempos de Lowry ya era referente en el mundo de “lo mexicano”.
Luego viajaron por tierra de Acapulco a Cuernavaca y entonces se impregnaron del ambiente mexicano que campeaba en los años del sexenio de Lázaro Cárdenas y el fin del periodo entreguerras.
Hospedados en un hotel cuya edificación aún existe (aunque abandonada y en venta frente al Cine Morelos de Cuernavaca) y luego en una pensión de la actual calle Humboldt, se dedicaron a merodear los alrededores de la pequeña ciudad veraniega de la sierra volcánica y a recorrer sus cantinas y las fiestas patronales.
En un viaje a Azcapatzingo (Tomalín, en ‘Bajo el volcán’), al parque de Chapultepec (del Estado Morelos), para presenciar un jaripeo, una de esas parodias de las corridas de toros que ya habían visto en Granada, ocurrió aquella escena que había de convertirse en el embrión de ‘Bajo el volcán’: el camión de pasajeros en que viajaban se detuvo a la vera del camino donde yacía un hombre agonizante junto a su caballo. El hombre había sido herido de muerte y en su pecho había un puñado de monedas que uno de los pasajeros del camión le arrebató al fallecer. Lowry, cuyo consejo a los escritores noveles era tomar nota de casi todo lo que vieran en la vida, anotó con precisión de detalles lo que pudo captar de la indolencia y las reticencias mexicanas a la autoridad, y escribió un primer borrador de un cuento titulado ‘Bajo el volcán’ y con una sola escena: un trío de extranjeros se dirigen a un jaripeo en México y se encuentran con aquel hombre muerto junto a su caballo y uno de los mexicanos lo roba.
Lowry ve en ello las tensiones de la época resumidas en una sola imagen. Los personajes son el cónsul de Inglaterra, su hija y yerno. El que lo roba es un fascistoide criollo. La escena habría de reescribirse y convertirse en el capítulo VIII de ‘Bajo el volcán’, donde ya los personajes son el cónsul, su esposa y el hermanastro del dipsómano en Quauhnáhuac, en la séptima hora del día de muertos de 1938, un año después de la caída de la República española y el estallido de la guerra mundial.
Con los datos reunidos por los biógrafos pueden inventariarse tipos, modelos, momentos y lugares que habrían de servir a Lowry para desentrañar un mundo completo a través de la historia del cónsul Firmin.
Una visita prolongada del escritor norteamericano Conrad Aiken, maestro y promotor de Lowry, a Cuernavaca puso los nervios de punta a Jan Gabrial, porque la presencia de Aiken estimulaba el alcoholismo de Lowry. Aiken aupaba a Lowry contra su esposa, después de los avances y pretensiones sexuales que había tenido en España para con ella, a los que Jan Gabrial se negó. Las rondas alcohólicas provocan discusiones en la pareja y tras una de esas discusiones Lowry escapa a una nueva ronda alcohólica con el reloj de pared. La pelea con Jan Gabrial tras esa fuga alcohólica y su noche pasada en vela tomando notas pudieron haberse convertido en los primeros bocetos para ir decidiendo la médula del drama conyugal. Faltaba el fulgor de la época, los transvases de la cotidianidad mexicana y la tragedia inevitable de un hombre que ha decidido elegir la bebida sobre el perdón, más o menos como Lowry eligió quedarse en un México en plena implementación de reformas políticas cuando Jan Gabrial le dio dos alternativas: o ella o la bebida, y él eligió la bebida, tal como lo elige el cónsul ante Ivonne.
Lowry viaja a Oaxaca en diciembre de 1937. Sin el divorcio de Jan Gabrial, Lowry no hubiera emprendido el viaje a Oaxaca de la misma manera en que ocurrió, para vivir las experiencias que vierte luego en el drama de la separación de sus personajes: el cónsul Firmin y su esposa Ivonne.
En Oaxaca Lowry visitó Parián, un pueblo como un cementerio abandonado junto a una barranca y allí la cantina El Farolito, delimitando así los elementos geográficos y los personajes que le servirían para situar su novela en un nuevo lugar de ficción.
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Buscar una conexión directa entre vida y obra es un ejercicio de fanáticos, tan inútil como inevitable. Si pensamos que la vida de Malcolm Lowry marca una continuidad cifrada de su historia personal a la vida de ficción del cónsul Firmin (protagonista de su novela), tal vez ningún viaje de turismo literario o ninguna de las dos biografías publicadas hasta el momento (‘Malcolm Lowry, un biografía’, Douglas Day, 1973, y ‘Perseguido por los demonios’, Gordon Bowker, 1993) pueda brindar claves para acceder al universo de Lowry tanto como en el universo ya quieto y detenido para siempre de ‘Bajo el volcán’. Una experiencia que puede ser revisada en cualquier momento y degustada sin moverse de la silla. Lo cual parece una paradoja, porque buscamos en las biografías lo que ya está en la novela y en la novela lo que hay de más de Lowry en su personaje.
En Quauhnáhuac, 1939, Laruelle evoca a la pareja del ex cónsul Geoffrey Firmin y su esposa Ivonne mientras camina del Casino de la selva a la cervecería XX junto al cine de la ciudad donde proyectan como un año atrás Las manos de Orlac. El primer capítulo cifra el contenido de forma liminar e indica que la tragedia acaecida se remonta al día de muertos del año anterior. Es noviembre de 1938 cuando se da inicio al segundo capítulo de ‘Bajo el volcán’, la mañana en que Ivonne llega a Quauhnáhuac después de haber abandonado al cónsul Geoffrey Firmin por un año. Ivonne encuentra al cónsul en el bar de Hotel Bellavista y se da paso a la historia. Observa el zócalo con los juegos mecánicos, la máquina infernal y la rueda de la fortuna detenida, lugares donde les acaecerán los últimos sucesos de sus vidas. De ahí en adelante la novela durará 12 horas hasta la muerte del cónsul en El Farolito y de Ivonne en el bosque de Parián. Los espacios recorridos serán El hotel Bellavista (Hotel España en la Cuernavaca de entonces), los espacios internos de la casa del cónsul, la carretera junto a la barranca de Amanalco que lleva al Casino de la selva por donde pasean Hugh e Ivonne a caballo, el jardín salvaje de la casa, el baño y la piscina, la torre de Laruelle (Hotel Bajo El volcán en la calle Humboldt de la Cuernavaca actual), la feria de atracciones mecánicas en la plaza principal (zócalo), la mezcalería de la señora Gregorio, la cantina frente a la estación de autobuses (La Universal, que existió en Cuernavaca), la carretera al pueblo de Tomalín (Tomellín está en Oaxaca) donde los tres personajes ven la escena embrionaria que les marcará el destino (el hombre muerto junto al caballo 7 y los policías y la célula fascistoide de los “sinarquistas”, pronazis mexicanos, que matarán al cónsul, visto en Chapultepec), la arena de toros donde Hugh despliega sus talentos como torero y cantor y el salón Ofelia donde se jacta de sus avatares en la guerra civil española y el hermano le recrimina su cobardía al huir cuando la República está por caer traicionando a España (tal como lo traicionó a él acostándose con su mujer), el camino a Parián donde el cónsul se encamina a su muerte, la cantina El farolito donde encuentra a sus asesinos y al caballo número 7, el bosque (en Oaxaca estuvo El Farolito y está el pueblo de Parián que le sirvió de modelo) donde muere Ivonne apaleada por el caballo número 7 y la temible barranca de Amanalco bajo el volcán donde el cadáver del cónsul es echado junto al perro que acompaña a los difuntos en el gran misterio mexicano.
Esa geografía de ficción mezcló pueblos y nombres de Morelos y de Oaxaca, para resituarlos en el espacio imaginario de Quauhnáhuac y un día emblemático que los mexicanos convirtieron en un monumento nacional con denominación de origen: el día de muertos. Dieciséis meses duró su primera estancia en México (de octubre de 1936 a julio de 1938) y en esa etapa, Lowry construyó el mapa y el descenso al infierno del cónsul Firmin.
Tales transvases de espacios reales a espacios y tiempos se suman las circunstancias vivida por Lowry entre Cuernavaca y Oaxaca, y tomaban forma literaria en algo que habría de convertirse en el método Lowry: derivar detalles de la vida corriente y de lugares vistos y de hechos conocidos, sabidos o recopilados o vividos para disponerlos como parte de escenas literarias, descripciones a partir de notas tomadas al vuelo y convertidas en detalles enfáticos (lo que los narratólogos llaman símbolos) como una suerte de análisis deductivo de la vida a partir de lo que está en las orillas de la percepción exacerbada del protagonista.
Conexiones que contraen los episodios de toda una vida a las pocas horas que dura la novela y que preceden a la muerte del ex cónsul y su esposa Ivonne y que se van juntando con la asociación mental libre, el estupor alcohólico y las constantes reiteraciones referidas a los secretos que mueven la trama, la traición y abandono por parte de su esposa y la traición del hermano. Para llegar a ello se tardó ocho años e incontable botellas.
Por ejemplo: el intérprete que conocen en Acapulco Lowry y Jan Gabrial y con el que comparten la primera posada, en Cuernavaca, sirvió parcialmente de modelo para delinear a Hugh, el hermano periodista del cónsul. La casa del cónsul es una mezcla de aquella que compartió con Jan Gabrial y Aiken situada en la calle Humboldt. El vecino cónsul norteamericano que despreciaba a Lowry por borracho y no llegó a hablarle, es modelo para el puritano Quincey. El cineasta mexicano que se encuentran cuando van al jaripeo será modelo para Laruelle, uno de los amantes de Ivonne, la trágica protagonista de la novela. El extravío de Lowry en una ronda de cantinas (de las 150 que llegó a haber en Cuernavaca) es un poco el periplo de cantinas que lleva el cónsul desde que su mujer lo abandonó un año antes y que acaba ese día de muertos en que transcurre el argumento de ‘Bajo el volcán’.
Las doce horas finales de la vida del cónsul están cohesionadas por una suerte de suspenso de símbolos, detalles cuya reiteración aumenta en cada capítulo y establecen puentes y puntos de referencia entre la subjetividad, el pasado y el pensamiento de los personajes, y el relato directo (la acción objetiva) que se va descomponiendo. La novela cambia del estilo directo al monólogo interno y eso crea un tono que se va haciendo delirante mientras el personaje principal, el cónsul, entra en el frenesí alcohólico.
El tránsito del orden al delirio provoca el efecto ebrio de distorsión de la realidad que hace que el tema y la forma se complementen en ‘Bajo el volcán’. Es un libro de un barroco simbólico: desplazamientos, introspecciones, contrapuntos y yuxtaposición de diálogos y detalles significativos que funcionan como vínculos y anunciaciones. Los “símbolos” son reiteraciones de esos detalles que se acumulan a lo largo de los 12 capítulos de la novela.
El efecto que logran los símbolos es una forma alterna de la intriga, no son los indicios y puntos de giro de las superficiales novelas de acción basadas en la dilatación de la trama a partir de suspender la información y entregarla dosificada; aquí los símbolos son minucias y detalles que crean la idea de la tragedia anunciada constantemente. Con cada reiteración, los detalles van adquiriendo nuevas significaciones simbólicas mientras se acerca el desenlace y las interpretaciones aumentan en la relectura. Anuncios que se repiten (como la expulsión a los que osen dañar el jardín), el título de la película que pasan en el cine (Las manos de Orlac), personajes secundarios que reaparecen en el horizonte cada vez más distorsionado del cónsul: un perro que morirá también en la barranca pero antes es alimentado por el cónsul con un taco y lo persigue por las calles, un indio que carga a otro a la espalda, un borracho que toca la flauta a ojos cerrados en el caballo número 7 -personaje que reaparecerá muerto en la carretera junto al mismo caballo que matará desbocado a Ivonne- la virgen de los solitarios, los agentes pro-nazis mexicanos, el jefe de jardineros, la anciana alcohólica que intenta alejarlo de El Farolito, los testigos de la pareja que se deshace, Laruelle y el doctor Vigil evocadores del drama frases y letreros; las cartas que cuentan y completan el secreto culpable de la traición reiterada, las infidelidades de Ivonne con el hermano del cónsul y con el cineasta francés, la obsesión alcohólica; las alusiones constantes: a la muerte en día de muertos, al bosque de Parián, a la barranca que será la fosa, a la derrota de la República española y el inminente estallido de la guerra mundial y expansión del fascismo, a la ferocidad diabólica del mezcal, al culto de la muerte de los mexicanos, a los dos volcanes personificados como amantes separados y tumba de los héroes.
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Para que todos estos vínculos se establecieran en los sucesivos borradores, tuvo que darse el hecho infausto en la vida de Lowry: la separación de Jan Gabrial, para que así el autor descendiera al inframundo de las cantinas y absorbiera el sincretismo mexicano, que logró captar, tal vez por su mirada distanciada de extranjero y trasladar a la novela en Oaxaca.
Es en aquella ciudad misteriosa donde los agaves son más altos que las casas y las montañas solitarias como pirámides, fundada por los zapotecas en el actual estado del mismo nombre, cuna y meca del mezcal de los perdidos donde Lowry encarnará la caída al abismo del cónsul Firmin y donde su perfil se acentúa con el duelo del autor por el abandono de su primera mujer. Allí descubrirá las cantinas y los burdeles carcomidos de sífilis y las bandas paramilitares, allí será apresado por mala conducta, allí encontrará amparo y solidaridad en la compañía de un proverbial oaxaqueño con el que se harán grandes amigos y al que dedicará una obra completa y sucesivos homenajes, Juan Fernando Márquez.
El oaxaqueño llevó a Lowry a Cuicatlán, Parián y a Nochixtán por cuyos caminos fueron atacados a bala por paramilitares y le mostró El Farolito, le habló a Lowry de la virgen de la soledad y lo rescató de las garras de los comisarios, le prestó dinero y le auguró la tragedia de su vida si no dejaba el alcohol (del que también Márquez era devoto). A la vez Lowry anticipó la muerte de Juan Fernando Márquez al narrar la muerte del cónsul. Cuando regresó a Oaxaca, ocho años después, con el libro concluido en busca de su amigo se enteró de que lo habían matado en una pelea de borrachos tal como muere el cónsul en el libro.
Informa el biógrafo Douglas Day (‘Malcolm Lowry, una biografía’, FCE) que en una de las excursiones que hicieron a la sierra Lowry con Juan Fernando Márquez encontraron cabezas humanas petrificadas y las donaron al museo arqueológico de Oaxaca. El día de muertos es lo que da un ambiente carnavalesco y expresionista al último día del cónsul Firmin. En realidad, en la novela figuran dos fiestas de difuntos. La de 1938 y la de 1939, que es cuando se inicia la acción de la novela con la evocación en el primer capítulo que Laruelle hace de la pareja trágica, muerta exactamente un año atrás y el hallazgo sorpresivo de una de las cartas no enviadas del cónsul.
En su carta de defensa de ‘Bajo el volcán’ al editor Jonathan Cape explica el engranaje de símbolos y el poder numinoso del libro. La novela era para Lowry como un oráculo. Pero el oráculo principal era la propia vida del autor que quedó cifrada en cada giro, en cada página, en cada diálogo, porque lo que alimentaba la novela partía de vivencias específicas, de cosas vistas en las calles, de reproches hechos por sus esposas, de consejos dados por los amigos (y nunca aceptados), de discusiones ideológicas con Conrad Aiken. Si Juan Fernando Márquez y otras personas que se cruzaron para vida de Lowry en esos años ofrecieron tipos humanos en los cuales basarse para delinear el perfil y construir la historia del Cónsul y del hermano Hugh, fueron sus dos esposas las que permitieron a Lowry construir la personalidad de Ivonne, la esposa adúltera.
Gordon Bowker (‘Perseguido por los demonios’, FCE), segundo biógrafo, cuenta con mayor detalle el periplo y las versiones encontradas entre Lowry y su primera esposa Jan Gabrial. Pero Douglas Day contó con la perspectiva de la segunda esposa, Margerie Bonner, para llegar a establecer la enorme influencia que ejerció en el borrador definitivo de la novela y en el destino literario de Ivonne.
“Buscar una conexión entre vida y obra es un ejercicio de fanáticos, tan inútil como inevitable. Si pensamos que la vida de Lowry marca una continuidad cifrada de su historia personal a la ficción”.
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En una cabaña a 40 kilómetros de Vancouver, en Dollarton, Canadá, subían cada tarde un bosque para visitar a un vecino que los surtía de cangrejos y les enseñó a extraer lo primordial para soportar la vida primitiva que eligieron llevar alejados de los centros urbanos. En el bosque de Dollarton, Margerie Bonner sugirió a Lowry cuál debía ser el desenlace de Ivonne: morir aplastada por un caballo.
Se habían casado en diciembre de 1940 tras el divorcio de Lowry con Jan Gabrial el 1 de noviembre del mismo año. Vivieron una suerte de idilio en aquella cabaña donde Margerie Bonner se convirtió en la lectora, mecanógrafa y correctora del manuscrito de ‘Bajo el volcán’. El 7 de junio de 1944 se incendia la cabaña de madera que construyeron. Margerie, luchando a puños con las llamas, logró rescatar ‘Bajo el volcán’. Pero cuando Lowry, siguiendo el arrojo de su mujer intentaba rescatar ‘En lastre hacia el mar blanco’, un madero encendido le cayó encima. A él lo salvaron los vecinos, pero la novela se hizo pavesas. Una versión temprana del borrador se había quedado en casa de la madre de Jan Gabrial, pero solo se pudo acceder al material en 2001, cuando los papeles de la primera esposa pasaron a la biblioteca pública de Nueva York. El borrador fue publicado en español con el título: ‘Hacia el mar blanco’ (Malpaso, 2017).
De febrero a noviembre de 1945, después de sufrir dos misteriosos incendios más en cabañas prestadas, reconstruyen la primera cabaña y Lowry da por terminada la cuarta versión de ‘Bajo el volcán’. A finales de noviembre viaja con Margerie a México y allí permanece durante seis meses recorriendo Cuernavaca, Oaxaca y Acapulco hasta mayo de 1946 cuando son deportados.
De los percances de esos 6 meses de su segundo viaje a México, Lowry toma notas para dos proyectos literarios que quedarán inconclusos: ‘Oscuro como la tumba donde yace mi amigo’ y ‘La mordida’. Al mismo tiempo, en marzo de 1945, hospedado en el segundo piso de la torre de Laruelle, en Cuernavaca, recibe la carta de aceptación con condiciones del editor inglés Jonathan Cape y escribe la que será la carta de 40 páginas de defensa de ‘Bajo el volcán’ (hay varias ediciones: ‘El volcán, el mezcal, los comisarios’, Editorial Universidad Veracruzana, traducción de Serio Pitol; Archivo Lowry de Raúl Ortiz y Ortiz; la nueva edición de ‘Bajo el volcán en Random House incluye también la carta), tras la cual la novela es aceptada tal como la conocemos.
Después del incendio de la cabaña donde había vivido el idilio que hiciera imaginar a su personaje como un Edén perdido, empezó para Lowry la extinción del fuego. El agua se convertiría en su segundo elemento. El agua que era el elemento de su novela quemada. El paraíso ya había sido vivido y estaba perdido. Ninguno de sus siguientes libros logró ser terminado. Con algunos islotes lúcidos que le bastaban para escribir ráfagas de borradores de 300 páginas, ya no hubo tiempo suficiente para las incesantes revisiones, donde el arte lowryano maduraba y daba el punto de diamante de su pureza. Siempre estaba demasiado borracho o sedado por los barbitúricos o ensimismado tras las terapias de elecroshock, todo lo cual afectó la fuente de la creación y su don visionario. Es así como ‘Ferry de octubre a Gabriola’, ‘La mordida’ (sin edición en español), ‘Piedra infernal’, ‘Escúchanos señor, desde el cielo tu morada’, ‘Oscuro como la tumba donde yace mi amigo’ (títulos de las traducciones), fueron imaginadas por su autor como partes de una totalidad llamada ‘El viaje sin fin’, pero la inestabilidad de Lowry convirtió aquello en un viaje jamás concluido.
No anhelamos los lugares sino lo vivido. Y ello es irrecuperable. Esa cabaña, sublimada también como un anhelo del cónsul en ‘Bajo el volcán’, la destruyó el fuego y todo intento por reconstruirla fue solo el simulacro de volver a tener las ínfulas, las ganas de vivir, el amor y la lucidez que perdió justamente cuando perdió la juventud y dejaron reconstruido el nuevo hogar y se marcharon a recorrer un mundo devastado por la guerra, devastados ambos por el alcohol y la locura.
Nada le interesó a Lowry de lo que vio después en el mundo. El México de su segunda estadía le pareció una trampa terrible y un agujero de sangre de donde se había salvado ya una vez. Sicilia era una isla de gente con camisetas a rayas que se burlaba de verlo borracho. París era un museo de cosas muertas del que solo le interesaban los pubs. Las huellas de la guerra, de la deshumanización que anticipó en el capítulo VI de ‘Bajo el volcán’, estaba en todo. Solo Roma logró hipnotizarlo, solo Roma porque allí murió el poeta Shelley. Solo Roma porque era una ciudad sobre ciudades sepultadas. Solo Roma por lo mismo que le atrajo Cuernavaca, porque era una ruina y todo un mundo había que imaginarlo a partir de un fragmento.
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En Wimbledon, internado en el psiquiátrico Atkinson Morley, antes de morir, Lowry se sometió a una de las curas de burro psiquiátricas que había en la época para el alcoholismo: “terapia de aversión optativa”.
Dicha terapia lo sometía a encierros con dosis de alcohol y medicamentos para provocar náuseas a la ingesta alcohólica. Se suponía que la mente debía asociar el desagrado con el alcohol y así disociar el gusto por el asco, y eso, sumado a un cambio de aptitud de Lowry que romantizaba la bebida como elixir de creación, según el médico, podría servir para que dejara de beber y recuperarse para la vida y la creación.
Antes de entrar en la terapia, el psiquiatra de la sanidad pública británica, doctor Raymond, que le hizo chequeos después de una seguidilla de médicos en tres países, consiguió convencerlo de tomar la droga de la verdad, la metedrina. Esta droga provocaba una suerte de hipnosis con la que el paciente podía ofrecer respuestas verdaderas a todo lo que se le preguntara para precisar el diagnóstico, porque bajo su efecto perdería la voluntad. Margerie había intentado por todo los medios hacerle aceptar que un psicoanálisis de Jung le permitiría verse cara a cara con sus demonios y hacer un barrido psicológico que limpiara el inventario de mentiras y miedos que alimentaba su compulsión por la bebida (y acaso su violencia contenida, volcánica, después de intentar matarla e intentar suicidarse). La otra opción, contemplada por ella, era la lobotomía, que lo hubiera convertido en un genio vegetativo, pero por presión de otro médico y un amigo de Lowry, fue descartada y aceptó la terapia de aversión.
El efecto de la droga de la verdad consiguió que Lowry hablara sin parar durante cinco horas de todo lo que en realidad lo aterrorizaba y alimentaba sus miedos y su adicción: se remontó a la violenta moral paterna de la infancia, que provenía de un superyo represor y ultraconservador -como su padre y madre victorianos-, su curiosidad homosexual reprimida, la inseguridad por su virilidad y las exiguas dimensiones del miembro, su desempeño menguado seguramente por el alcohol, sus plagios culposos cuando aún era un autor en formación y el temor eterno a ser defenestrado por los plagiados en su ópera prima y en su novela perdida (‘Ultramarina’, ‘En lastre hacia el mar blanco’), su necesidad de una mujer que resolviera todos sus asuntos materiales y que ocupara el lugar simbólico de la madre y que proyectó primero en Jan Gabrial, quien renunció a cuidar al genio borracho traicionando el pacto marital y que después lo enganchó a Margerie Bonner quien aceptó tal carga sacrificando su propia determinación como actriz y escritora, y decidió ser la mano derecha, la secretaria, la amante, la esposa, la enfermera del genio y estar disponible 24 horas durante todo el resto de la vida.
La explicación de su caída definitiva fue haber aceptado abandonar el refugio primitivo que había alzado en Dollarton, Canadá, y donde había sido más prolífico, más abstemio, más lucido y fuerte y más amoroso. Había aceptado abandonar el refugio simplemente por la insistencia de Margerie quien aquejada también de múltiples dolencias, problemas intestinales, un alcoholismo solapado, y lo que otro médico llamó “locura de dos”, lo había conminado a ser, junto a ella, un viajero impenitente. Perder ese lugar en el mundo, el lugar donde creía haber enraizado, fue lo que lo arrojó al abismo, según el médico.
El médico concluyó que una relación de total dependencia con Margerie lo había “institucionalizado”, viviendo su matrimonio como una institución que le brindaba asistencialismo en todo: ella le ataba los zapatos, lo vestía, le daba de comer, lo guiaba, escribía al dictado lo que cada vez le costaba más pulir y componer de su obra. Lowry no podía hacer nada por sí mismo y por eso aceptó irse con ella de la cabaña, ante el ultimátum y amenaza de abandono. Luego Lowry le cobró la inconformidad a Margerie sumergiéndose en la bebida: tres litros de vino diluido en agua, pero había superado ya el récord de 3 litros de whisky, y en otra época, dos de ginebra.
Mejor psicoanálisis que la metedrina no podría haber conseguido si hubiera acudido a Jung. Lowry llamó al efecto locuaz de la metedrina: “coitus interruptus intelectual”. La terapia de aversión sirvió como una pausa, pero lo devastó fisiológicamente, dejando de él la impresión de que ahora sí se había convertido en su célebre personaje de ‘Bajo el volcán’, el cónsul Geoffrey Firmin. En una foto que le hicieron durante una excursión para avistar pájaros ya no es Lowry sino el cónsul. La foto aparece en los anexos de la biografía de Bowker. Fue tomada después de las terapias de aversión, antes de su última recaída en el alcohol, el año en que murió, a sus 47 años. Hay colinas en el fondo y un lago a sus pies y es su última fotografía. Fue tomada en el recorrido que hizo con Margerie por el Lake District. En otras fotos Lowry adopta una pose contemplativa, juguetona o felizmente ebria con bastones al aire, libros abiertos, pipa, poses de escritor ensimismado. Aquí la mirada está declinada. No hay horizonte. El peso del cuerpo es el peso del mundo en la curva de la espalda. La sonrisa es una mueca impostada. Su vigor corporal ha desparecido y la ropa flota sobre él. Está flaco. Encallado en el islote de su ya permanente demencia alcohólica. Es junio de 1957. El 27 de junio ocurrirá su muerte.
La estabilidad psíquica, por recomendación del médico, dependía de fabricar en Inglaterra condiciones similares a las que tenía en Dollarton, Canadá. Se establecieron en una casa con jardines en un pueblo, Ripe, e hicieron excursiones al norte para el avistamiento de aves. Pero Lowry ya no viviría lo suficiente para volver a sus manuscritos interrumpidos y concluir su obra, a la que volvía cada vez con más dificultad y pausas dipsómanas.
Y es que había una distorsión también de la verdad surgida por la droga de la verdad, o toda verdad es una construcción ficticia. La cabaña de Dollarton que anhelaba Lowry no podía ser suplantada por otra en Ripe, ni era tampoco la húmeda y restaurada segunda cabaña de la que se empeñaba en saber todo en la distancia, pues la segunda cabaña fue la que Margerie y sus huesos aborrecieron frisando la cincuentena. Lowry añoraba la cabaña y el muelle soterrado que construyeron hombro a hombro, tabla a tabla, pilón a pilón, y que se jactaba en cartas de haber construido sin herramienta doce años antes. Esa cabaña de madera junto a un bosque donde imaginó la muerte de su heroína Ivonne, fue donde en realidad logró escribir ‘Bajo el volcán’, donde podía arrojarse al agua del lago desde la ventana, allí era donde estaba su Eridanus, su lugar en el mundo, su paraíso. Pero él ya no era el mismo. Lo que anhelaba de vuelta era algo que había perdido con la cabaña: su juventud.
Menos de un año le quedaba de vida cuando se sometió a la terapia de aversión, y el trabajo sobre ‘Ferry de octubre a Gabriola’, los cuentos de ‘Escúchanos señor desde el cielo, tu morada’ y un ensayo político (que se perdió), fueron las obras en las que trabajaba cuando recayó en la bebida, golpeó a Margerie y amenazó con matarla. Ninguno de los dos biógrafos pudo establecer la secuencia de la hora señalada: si comió un puñado de barbitúricos antes de echarse en el piso de la primera habitación de la casa de Ripe hasta morir ahogado o si a Margerie se le fue la mano en vitaminas, luego la golpeó para caer inconsciente y morir ahogado en sus propios fluidos.
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Publicado en Gaceta con autorización del autor, reproducido también en El Espectador.