LITERATURA COLOMBIANA

Sobre el desconsuelo como recurso literario, un diálogo con el escritor Carlos H. Tofiño Dimitrio

El caleño Carlos H. Tofiño Dimitrio acaba de publicar su segundo libro de cuentos ‘Manual de desconsuelo para perder la razón y otras soledades sin capítulo’, bajo el sello Fallidos Editores.

GoogleSiga a EL PAÍS en Google Discover y no se pierda las últimas noticias

El libro de cuentos 'Manual de desconsuelo para perder la razón y otras soledades sin capítulo', fue publicado por Fallidos Editores en 2020. | Foto: Foto: Especial para Gaceta

1 de mar de 2021, 07:34 p. m.

Actualizado el 18 de may de 2023, 11:01 a. m.

Gente caminando por las calles de una ciudad, van y vienen, los rostros se repiten cada día como en una película acelerada, pero algunos nunca vuelven a aparecer, son lo que tal vez murieron y cedieron su lugar en la calle a otros, o cabe la posibilidad de que se hayan perdido, se detuvieron en algún punto y no supieron regresar, o simplemente se negaron a continuar con la monotonía a la que estaban condenados.

A esta última especie de ciudadanos malditos pertenecen los personajes de ‘Manual de desconsuelo para perder la razón y otras soledades sin capítulo’, el segundo libro de Carlos H. Tofiño, el escritor y realizador audiovisual caleño, publicado por el sello independiente Fallidos Editores.

Personajes como Anaik, en el cuento ‘Ciudades de la memoria’, que un día son despojados del único punto de apoyo que los mantenía protegidos de una realidad inmisericorde, desconsolada, sin refugio, huérfana, así se sintió Anaik cuando el único cine había desaparecido en medio de la continua transformación, que a cada segundo sufría la ciudad. Desconsolado pudo sentirse Juan Quiceno al comprobar que siendo arquitecto nunca podría construir un lugar donde los solitarios pudieran encontrarse.

El desconsuelo parece el preámbulo a la soledad, cuando se pierde finalmente todo, así le sucede al sicario de ‘Tan ridículo como existir’, a quien la violencia le arrebató su amada Susana, y él completamente enajenado y hundido en el alcohol, no siente empatía ya por nadie, ni siquiera por su hija. A veces, un juego de ajedrez, entre viejos tahúres, lo dispersa de su soledad.

Estos cuentos parecen aludir a que justamente en el siglo XX y XXI, la soledad cambió radicalmente su connotación visual. Si antes se asociaba el concepto de soledad con inmensidades vacías como un amplio paisaje desértico o el firmamento limpio del verano, hoy la soledad remite a multitudes acaloradas en parques, centros comerciales y estadios, y en calles y calles, donde cada persona se siente absolutamente sola aunque esté rodeada por millones de seres semejantes. A lado y lado, atrás y delante suyo, con seguridad hay alguien solitario, y en el reflejo del aiphone, alguien se ve en su propia soledad. Ante este preocupante fenómeno no sorprende que el gobierno japonés haya creado un ministerio de la soledad, tal vez su labor sea tocar los hombros de cada persona y recordarle que aquí hay otros como tú, no estás solo.

Es así como actúan los dos personajes de ‘Manual de desconsuelo para perder la razón’, el cuento más largo del libro, donde Ramón Ignacio Cruz, un escritor con vocación malditista se niega a resolver su soledad, a encontrar un rumbo distinto que no sea el de la literatura, allí también aparece Tomasa Linares, una mujer sin interés en comprometer su futuro con nadie, menos con un escritor maldito. Pero entre la desidia de uno y la negación de la otra, poco a poco, por caminos tortuosos y fragmentarios, el laberinto de emociones compartidas los va uniendo, aunque nada los protege del sufrimiento, y a veces prefieren permanecer en su soledad, para no sentir una vez más, cuando todo acabe, el dolor del desconsuelo.

Carlos Humberto Tofiño Dimitrio, nombre novelesco, nació hace 35 años en Cali, se formó como comunicador social en la Universidad Javeriana, y al tiempo que desarrolla diferentes proyectos audiovisuales, también ha venido escribiendo y publicando relatos, de los cuales tiene dos recopilaciones: ‘Historias como lágrimas en días tristes’ (2011) y ‘Manual de desconsuelo para perder la razón y otras soledades sin capítulo.’ (2020).

—¿Cómo nació su interés por la literatura?

Crecí entre libros y grandes bibliotecas, mi papá era un apasionado de la literatura y yo pude presenciar esa fascinación, creo que eso no solo facilitó ese interés, sino que me hizo identificarlo como algo inherente a la vida, como algo necesario y permanente como las demás cosas primordiales, entonces poco a poco se fue convirtiendo en algo tan elemental como respirar, jugar, reír, en determinado momento y a veces hasta sin saberlo me era necesario escribir.

Recuerdo que cuando era niño y aprendí el abecedario pero aún no sabía leer, escribía letras juntas con la intención más ingenua de lograr una palabra y le preguntaba a mi papá o a mi mamá qué palabra había escrito en esa página, con tan mala suerte que no era ninguna pronunciable por exceso de consonantes, o porque su existencia en nuestro idioma aún no estaba concebida. Recuerdo con claridad mi primera lectura, que fue ‘El diablo de la botella’ de Robert Louis Stevenson en la edición de Torre Amarilla, fue el primer libro que leí por mis propios medios sin que tuvieran que leérmelo, también recuerdo otro libro que muy probablemente tuvo una gran influencia en toda mi infancia y luego de ahí no se pudo despegar nunca, que es ‘La enciclopedia de las cosas que nunca existieron’ y creo que sus historias, personajes, mitologías, se instauraron de una forma muy presente en mi forma de concebir la vida… desde los seis años que fue el momento en el que en una feria del libro me lo regalaron mis padres. Y es posiblemente uno de mis tesoros mejor guardados, a pesar de haber sufrido inundaciones e innumerables trasteos, nunca ha dejado de ser uno de mis libros de cabecera.

—¿Y el nombre del libro cómo lo encontró?

Creo que uno de los detonantes de la creatividad es a veces la falta de certezas y en muchas ocasiones eso produce mucho desconsuelo en las personas, muchos de mis personajes han atravesado esas circunstancias o las atraviesan de alguna forma en su relato. Siempre me ha gustado un poco la condición del anonimato, de la soledad, de la renuncia a ciertas lógicas sociales. Creo que también es un acto muy digno de la naturaleza humana continuar a pesar del desconsuelo, aunque también es un sentimiento mutable, no se vive en el desconsuelo, pero se construyen muchos aspectos del ser.

—¿Qué fue primero el cine o la literatura?

¿El huevo o la gallina? A eso se le llama orden causal indefinido. Hay un escritor, pintor, filósofo, y semiólogo creo también, John Berger que dice que primero vemos y oímos y a partir de ahí desarrollamos el lenguaje hablado y escrito, en ese orden de ideas, creo que primero habría sido el cine, la gran película-libro-vida que ocurre ante nuestros ojos de la que habla Jack Kerouac en ‘Los vagabundos del dharma’. Pero personalmente no conozco el orden específico de lo que primero me llamó la atención, sí había sinceramente una inclinación mucho más fuerte por la literatura, en mi adolescencia, pero en ese mismo momento, y tal vez a través del teatro fui conquistado también por el cine, en algunos rodajes o grabaciones a los que tuve la oportunidad de ir, aún antes de salir del colegio.

—¿Cómo se relaciona el cine con sus proyectos literarios?

Mi relación con el cine como decía, va desde la cinefilia hasta la realización. En mi tesis de grado realicé un análisis sobre las intertextualidades del cine y la literatura en los procesos metadiegéticos de la narración, lo más difícil fue ponerle el nombre. Pero sí creo que cada vez que uno se adentra en cualquier proceso narrativo, o artístico es importante que existan esas comunicaciones, la imagen con la pintura, la escritura con la narración cinematográfica, la dramaturgia con los personajes, y la música que en su gran capacidad universal le da un ritmo a toda la existencia. Porque la música también se percibe con los ojos, y también se escucha en las letras, autores como Rafael Chaparro Madiedo, Irving Welsh, le han dado bandas sonoras a sus libros y han permeado capítulos enteros de ritmos y sonoridades, aunque no son los únicos hay montones, pero son los primeros que se me vinieron a la cabeza ahora. Entonces la relación entre el cine y la literatura existe para mí en muchos aspectos, en la forma de crear personajes, en la forma de construir historias, en muchos casos mis cortos, o piezas experimentales, han sido primero una creación literaria y probablemente siga existiendo esa relación. Ya decía Orson Wells que para la literatura no se necesita más que lápiz y papel y para el cine un ejército de gente.

—¿Se puede ser escritor y cineasta al mismo tiempo?

En el fondo mis más grandes pasiones son la lectura y el cine, de esa obsesión por ver y leer han salido a la luz algunas creaciones, que son parte de esa misma admiración por ambas artes, pero creo que el trabajo y el camino que hay que recorrer para decirse escritor o cineasta es largo arduo y quizás aún inexplorado para mí, o en proceso de exploración tal vez, en últimas las etiquetas de escritor y cineasta, o hijo, o padre , o estudiante, o profesional, o vagabundo, o amigo, o amante o amado pues son el resultado de un paso por la vida en la que en determinado momento somos todo lo que hemos querido o lo que hemos pensado ser, y somos también eso que pensamos a veces no ser, pues todos esos títulos son un resultado de un proceso que finalmente ocurre de manera espontánea.

—¿Cómo surge la idea para escribir la historia de ‘Manual de desconsuelo para perder la razón’?

La idea de crear un personaje a muchas voces es algo que venía intentando hace tiempo. Entonces había varios personajes recurrentes en algunos intentos de cuentos, la idea de que fueran existiendo en el mismo cuento la fueron propiciando creo que los mismos personajes.

Una vez el título existió la verdad me gustó mucho, entonces los escritos que lo precedieron fueron entrando en ese universo y algunos que lo antecedían también encontraron cabida en la historia de este escritor y sus fugas. Empecé a enviarlo a distintas convocatorias, y tuvo diferentes extensiones, que se fueron acortando y mezclando con otros cuentos, que fue donde surgió la idea de anexar otras soledades sin capítulo al título. El personaje que huye de sí mismo, la idea de abandonar una vida para adentrarse en el anonimato, y la serie de sucesos que fueron ocurriendo se dieron gracias a que ya existía de alguna manera el contexto.

—¿Por qué decidió que ‘Manual de desconsuelo…’ estuviera narrado de forma fragmentaria y a varias voces?

Porque concibo no concibo la particularidad como un efecto sólo nuestra percepción individual, sino que somos pedazos de la memoria de otros.

—¿Cuáles son los autores que más lo han influenciado?

Esta pregunta me resulta particular porque si bien cada vez que la respondo hay varios autores que se repiten, en esa respuesta vienen a la cabeza otros que no recordé en otra ocasión en que la respondí también, entonces cada vez que la respondo hago un repaso por los autores que tal vez más quiero o más retomo o leo con más frecuencia. Pero creería que Fernando Pessoa es uno de los más importantes, Elena Garro, Roberto Bolaño, Carson McCullers, Günter Grass, Rafael Chaparro Madiedo, Tomas Gonzáles, Elmo Valencia, Luigi Pirandello, Miguel de Unamuno, un sinfín, es muy difícil enumerar, y los porqués son otra larga lista, algunos por sus tramas, por su extensión, por su ritmo, en este caso Roberto Bolaño y el tema de las múltiples voces, creo que pudo haber sido una influencia muy marcada. Chaparro Madiedo en sus ditirambos infrenables, Elena Garro por la intimidad de sus personajes y sus cartas, Pessoa en esa profunda capacidad de perderse dentro de las múltiples identidades de uno mismo, y mi papá por supuesto, que publico tres libros y que como le digo desde muy niño siempre lo vi escribir, incansablemente.

—¿Cómo es que Fallidos Editores publicó su libro? ¿Qué tal fue esa experiencia?

La convocatoria la conocí el año pasado, pero Fallidos es una editorial que lleva más de 7 años, y han publicado traducciones, textos de ensayo y otros formatos. Me enteré de la convocatoria durante la pandemia, por lo que el tiempo que permanecí en casa me permitió volver a acercarme a la selección de cuentos y reescribir capítulos, después envié mi libro. Recibí la noticia en mayo o junio, y partir de ahí surgieron algunas sugerencias editoriales de capítulos, de situaciones que se fueron ajustando, hasta encontrar el texto final.

—Ese cubo de ‘La noche que llovieron papeles’ parece otro Aleph como el de Borges…

Este cuento tiene una particularidad especial y es que fue escrito para un concurso donde María Kodama era una de los jurados, es tal vez una de las principales razones de que sea en buena parte un texto que homenajea y se alimenta de Borges. Además sentía una extraña sensación de que sus ojos en cierto momento estuvieran de alguna manera frente a mis letras.

—La ciudad es un tema que aparece en todos los cuentos, pero en el último ‘Ciudades de la memoria’, ¿de algún modo está retratando la transformación de Cali?

Todas las ciudades se transforman y yo he visto la transformación de Cali en el contexto de la construcción de la Avenida Colombia y del Boulevard del río, en esa época estaba estudiando documental de creación en el Centro Cultural de Cali, antigua FES, y pasé largo rato grabando y fotografiando esta transformación, recuerdo el club de ajedrez ‘Los maestros’ que queda en la calle del pecado, ahora en un segundo piso, pero en ese momento ocupaba toda la esquina, eso se volvió una idea de documental que nunca acabé, que hoy por hoy se llama ‘La película que recuerdo’ y es un documental en desarrollo, en algún momento tendré que finalizarlo. Es muy probable que esa experiencia haya nutrido ese cuento. Y también el cuento ‘Tan ridículo como existir’, que es la historia de un ajedrecista.

—¿Qué opina de la tradición literaria de Cali? ¿Cuáles son los autores locales que valora y por qué?

De todos los caleños creo que Elmo Valencia ocupó un lugar muy importante entre los escritores que alguna vez leí con apetito, sus ritmos en ‘El universo humano’, que fue el primer libro que leí de él me parecieron retadores, con ese sagrado toque de irreverencia que me atrapó. Con Andrés Caicedo, por el contrario nunca me he podido sentir muy compenetrado a pesar de que es uno de los íconos de la literatura vallecacucana y su representación en el mundo, aunque me encontré en un momento de mi juventud alguna obra de teatro suya que sí me encantó, es ‘Los imbéciles están de testigo’ y después tuve la oportunidad de leer otras de sus obras que me gustaron mucho, lo mismo me pasa con sus escritos acerca del cine, pero no con sus cuentos o novelas. Por otro lado escritores como Porfirio Barba Jacob y Gonzalo Arango los siento muy caleños a pesar de ser paisas, y es porque se asentaron acá en algún momento de sus vidas y su literatura está muy influenciada por algunos aromas caleños, creo yo, o tal vez no sea así.

Periodista y escritor, entre sus publicaciones destaca el volumen de ensayos ‘Libro de las digresiones’. Reportero con experiencia en temas de cultura, ciencia y salud. Segundo lugar en los Premios Jorge Isaacs 2022, categoría de Ensayo.

Regístrate gratis al boletín de noticias El País

Descarga la APP ElPaís.com.co:
Semana Noticias Google PlaySemana Noticias Apple Store

AHORA EN Gaceta