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‘Hijos del trueno’ es el libro de pronta aparición, de Juan Fernando Merino. | Foto: Foto: Isabella Vera Merino

CUENTOS

Los personajes excéntricos en 'Los mares de la Luna', los cuentos de Juan Fernando Merino

La obra narrativa del escritor Juan Fernando Merino está caracterizada por personajes y situaciones que exceden lo local y se inscriben dentro de una corriente excéntrica, compartiendo una experiencia diversa y más rica de la singularidad humana.

1 de noviembre de 2022 Por: &nbsp;Juan Sebastián Rojas, especial para Gaceta<br>

El libro de cuentos titulado Los mares de la luna (Editorial Planeta, 2020) de Juan Fernando Merino es la obra de un gran traductor y escritor de distancias cortas. Una cartografía lunar compilada tras muchos años de viajes, lecturas, escrituras y reescrituras.

En el prólogo de Elkin Restrepo el título es explicado por los cráteres que quedan en la luna, antiguamente comparados al mar. Cráteres que todos tenemos en nuestro cuerpo-luna, nuestras vidas-luna. Son rastros de dolores trazados por una pluma irónica, humorística, nada derrotista.

Los mares de la luna aparece veinticinco años después de su primer libro de cuentos, Las visitas ajenas, un tiempo lo suficientemente amplio para medir hasta dónde, para bien, la vida ha hecho de su literatura y de él otra clase de escritor. Un escritor único en un país con tantos autores obsesionados por parecerse y jugarse la carta de ser iguales. Y que ahora nos deleita con esta serie de narraciones inolvidables.

Elkin Restrepo llama al autor “excéntrico” con una obra “excéntrica”.

Merino sea dueño de un claro y particular sentido de la realidad, que podríamos llamar excéntrico, ajeno a toda pedantería, y que les da un valor aparte, bien significativo, a sus relatos. A sus bellos relatos.


Por excéntrico podemos entender que está fuera de centro, que busca otro centro. Pienso en los versos de Roberto Juarroz: “En el centro de la fiesta está el vacío. Pero en el centro del vacío hay otra fiesta”.

En el cuento de Juan Fernando Merino titulado “Mar de las olas”, el centro de la fiesta es ni más ni menos la llamada “capital del mundo”, Nueva York, donde el dios Dinero hace el vacío. Aparta los inútiles de los útiles, el arte rentable del arte callejero. Pero en el centro de ese vacío hay otra fiesta. Es la reunión de músicos que deciden armar una banda, y por armar pensemos en “vanguardia” en su sentido original militar. Son unos músicos-soldados de la vida que van a atravesar Nueva York revitalizándola con sus notas y poesía. Esto hasta que el viento los divida como arena de playa.

Es pues la historia de unos excéntricos que, al menos por un tiempo, encuentran su propio centro. Un centro triste y bello, caótico pero experimental, a la vez serio y lúdico, donde confluyen personajes con diferentes historias, sensibilidades, edades, lenguas y países. Es con la variedad y riqueza de la humanidad que es abordado “Mar de las olas” y los demás cuentos de este libro genial. La fiesta de lo periférico, lo marginal, lo supersticioso halla un centro en la cuentística de Juan Fernando Merino de forma efímera en términos narrativos: pues gran parte de sus personajes como las bandas de músicos o de mendigos de vacaciones acaban por desintegrarse. Más que ciudadanos de alguna ciudad son ciudadanos del mar que desaparecen con las olas. Pero lo efímero de estas excentricidades acaba por volverse eterno a través de la escritura modernista del autor, en el sentido de que la modernidad no es más que la suma de las palabras: moda (lo efímero) + eternidad.

La escritura de Juan Fernando Merino bebe de una gran cultura grecolatina, la cual permite darle un centro a tanta excentricidad. No podemos evitar pensar en Homero, el gran aeda ciego, así como el narrador del cuento “Mar de las olas”. Su nombre es Ithamar, que descomponiéndolo vemos la palabra “mar” y la palabra “ita”, que nos podría hacer pensar en Ítaca, como el centro grecolatino, la tierra del relato.

El vecino de Rodrigo era conocido como Ithamar el Ciego, un violinista de origen judío nacido en Argentina de abuelos rusos y ucranianos, con una leve mezcla criolla, tan ducho para interpretar una melodía Klezmer como una pieza clásica, un tango o un blues del Misisipi.

Este narrador es quien lleva a la eternidad el paso por el mundo de los músicos marginales. Podemos ver la figura sacrificial típica de las obras carnavalescas grecolatinas en cuanto a que los personajes acaban por conocer la desdicha e incluso la tragedia, pero, a cambio de esto pasan a la historia. Es decir pagan un precio alto por ser inmortalizados. En el cuento de Juan Fernando Merino, el último integrante de la banda, el hombre que se hace llamar “legalmente ciego”, es quien puede contar la historia de los músicos. Alguien de quien desconfiar, pues no sabemos si es completamente ciego o si nos está tomando el pelo. En cualquier caso, Ithamar nos da a ver un tema clásico: la dificultad de contar la historia verdadera, la más veraz. El mismo narrador es un excéntrico, desparpajado y socarrón que con artificios y aires de la cultura mediterránea le da un valor central a lo descentrado, a la marginalidad.

En el centro de los cuentos de Juan Fernando Merino hay una periferia que se nutre de la polisemia, del pasado grecolatino, de la mezcla de lo elevado y lo bajo propio del género carnavalesco, todo para hallar su propio centro. Su propia fiesta a la que invito a participar al mayor número de lectores.

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