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Camila Sosa Villada ha presentado dos obras teatrales: 'Carnes tolendas' (2009) y 'El cabaret de la Difunta Correa' (2017). | Foto: Foto: Catalina Bartolomé, cortesía para Gaceta

LITERATURA

Las palabras feroces de Camila Sosa Villada, autora de la novela 'Las malas'

Desde su publicación en 2019 en la colección Rara Avis de Tusquest, la novela ‘Las malas’ consagró a Camila Sosa Villada como una autora de imaginación poderosa, que logró retratar con crudeza y poesía la vida de una comunidad trans. Entrevista con una escritora feroz.

26 de abril de 2020 Por: L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

El reino fantástico de las travestis es una casa rosada a las afueras de la ciudad, “la pensión más maricona del mundo”, y su soberana es la Tía Encarna, madre putativa de todas las avergonzadas, marginadas y perseguidas. Hasta allí llegan huyendo de las hordas inquisidoras y buscando algo del amor maternal y la comprensión desprejuiciada que la sociedad ‘normal’ decidió negarles por ser —nacer— mujeres en cuerpos de hombres, y por atreverse a salir como reinas a la calle.

Ese cuento de hadas que rondan todas las noches el parque Sarmiento en la ciudad de Córdoba, cada una con zapatos altos de tacón acrílico y vestidos de lentejuelas que encandilan cuando una luz se pone frente a ellas. Un cuento lleno de magia, violencia y ternura, narrado por una joven travesti de sinceridad brutal, quien a medida que descubre el mundo fantástico de la Tía Encarna y su matriarcado trans, reconoce la belleza de su propia identidad. Ese cuento se llama ‘Las malas’ (Tusquets, 2019) y fue escrito por Camila Sosa Villada, la autora argentina que se ha convertido en una de las voces literarias más originales de la nueva narrativa latinoamericana.

Nacida bajo el nombre impuesto de Cristian en 1982 en un pueblo de la provincia de Córdoba, hijo de un padre alcohólico y una madre sumisa que “sentían vergüenza de mí”, desde niño recibió la burla y la amenaza: “¿Sabe cómo lo vamos a encontrar su madre y yo un día? Tirado en una zanja, con sida”, igual en su hogar, como en la escuela y la calle. Pero, poco a poco, fue encontrando el camino para transformarse en Camila, “la magia de convertirme en mí misma”, y a los 18 años, asumiendo su verdadera identidad se fugó a la ciudad capital donde entró en contacto con las travestis del parque Sarmiento. Durante varios años compartió con ellas la vida marginal y la prostitución “que se ejerce como una consecuencia”, y junto a ellas conoció el amor y la valentía de defender su derecho a la igualdad, como todos los seres humanos. Al mismo tiempo, llevando la máscara de hombre, Camila estudió periodismo y teatro en la universidad.

De esa experiencia nacieron ‘Las malas’, por eso una de sus líneas narrativas es autobiográfica, ya que siguiéndola los lectores observan la metamorfosis de Cristian en Camila, un proceso de aprendizaje colectivo que cumple todas las características de las grandes novelas de formación como ‘Mujercitas’ de Louisa May Alcott. De hecho, al igual que en el clásico decimonónico, salvo que en clave trans y con un trasfondo urbano, en ‘Las malas’ hay una hermandad cuyas aventuras terminan siendo escritas por una de sus miembros. En este caso por el personaje de Camila cuando abandona la casa de la Tía Encarna y la prostitución, para dedicarse enteramente al teatro y la literatura, artes donde su voz femenina es plenamente aceptada.

No obstante, al margen del testimonio en voz de la narradora que denuncia la exclusión social de la comunidad transexual —ese parque oscuro en Córdoba, se parece a todos los parques de Latinoamérica y la persecución que sufren las travestis se ha repetido con igual violencia en todos nuestros países—. La originalidad de ‘Las malas’, y el gran logro literario de Camila Sosa Villada, está en crear una mitología propia del universo trans, empleando como los antiguos poetas griegos y romanos el recurso de la metamorfosis.

“La alquimia que ocurre en sus páginas es la transformación de la vergüenza, el miedo y la humillación en alta prosa”, dice Juan Forn, editor de la colección Rara Avis en la que se publicó ‘La malas’.

Camila descubrió —como hace dos mil años Ovidio en ‘Las metamorfosis’— el don divino que permite transformar la vida en poesía, dándole a sus personajes la posibilidad de cambiar de forma. Con este recurso sobrepasa la narración realista y convierte su novela en una epopeya llena de seres fantásticos como la Tía Encarna, una travesti de 178 años que cuenta su vida según la edad de las perras.

“Se había inyectado aceite de avión en las tetas, en las nalgas, en las caderas y en los pómulos. (…) Era la ferocidad de la belleza (…) más rencorosa que santo milagrero y más brava que los dioses griegos”, dice la narradora. La Tía Encarna había logrado escapar de la España franquista para llegar a la Argentina y crear un hogar donde acoger a esas huérfanas, hijas de nadie. Será ella la primera en sufrir una metamorfosis, cuando después encontrar a un recién nacido abandonado en el parque, decide rescatarlo y llevarlo a la casa rosada, bautizándolo como El brillo de los ojos se convierte en madre. Este acto, será el más desafiante: “la infancia y las travestis son incompatibles. La imagen de una travesti con un niño en brazos es pecado para esa gentuza”, y no tardará en desencadenar la persecución final.

Así como la Tía Encarna y su hijo que cuando esté mayor dirá que “ella es mi madre y mi padre”, están La muda María que se transforma en un ave como la Filomela del mito griego, La Machi que es una pitonisa uruguaya con el poder devolverle la vida a las travestis linchadas, Nadina un enfermero que se enamoró de una mujer que lo aceptó como la otra madre de sus hijos, Natalí que era la séptima hija varón en su familia y por eso todas las noches de luna llena de transformaba en lobizona, las cuervas dos hermanas travestis que solo se transformaban por las noches y en el día se ocultaban con sus máscaras de hijos varones de una familia rica. Y Angie “la travesti más linda del parque”, que le decía a Camila: “ser travesti es una fiesta”, pero esto no impidió que muriera de sida, dejando desolado a un albañil.

El sida, o “el bicho” como lo llaman las travestis en la novela es uno de los monstruos, el otro son los hombres, esos varones violentos como el padre de la narradora: “si tuviera un hijo puto o drogadicto, lo mataría”, un alcohólico que se convierte en monstruo y golpea a su hijo cuando lo encuentra vistiéndose con la ropa de su mamá.

Pero el monstruo más aterrador es el que las persigue siempre por las calles y a veces las asesina después de abusar de ellas, por eso la Tía Encarna revelaba a su manada que: “a toda travesti se le da, en el reparto de dones, el poder de la transparencia y el arte del deslumbramiento”, solo así pueden sobrevivir en la calle. “Por eso, con mayor o menor arte, intentábamos la transparencia. El triunfo de volver a casa habiendo sido invisibles y llegar limpias de agresiones. La transparencia, el camuflaje, la invisibilidad, el silencio visual eran nuestra pequeña felicidad de cada día. Los momentos de descanso”, dice la narradora que siempre se encomienda a la Difunta Correa, patrona de las travestis.

A eso se debe que la narración de ‘Las malas’ tenga un tono cargado de ferocidad, es la forma natural de defenderse de una sociedad hostil, y solo a veces se torna delicado, como cuando la protagonista se reconcilia con el mundo a través de la madre de una amiga travesti, quien viéndola triste en una noche de navidad, “me llevó de la mano hasta su cuarto y hurgo entre los cajones de su cómoda, sacó una enagua antigua, en perfecto estado, y me dijo: ‘Tomá, te la regalo, porque sos muy flaquita, te va a quedar bien’”. Un momento de comprensión y reconocimiento, el milagro brindado por una extraña a quien desde nacer le negaron el nombre. En esta novela el silencio del rechazo se transforma en una ruidosa fiesta donde reina la libertad.

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Desde su apartamento en el centro de la ciudad, “en el último piso de un edificio con ventanas que miran al este”, donde vive sola desde hace algunos años, y permanece durante la cuarentena decretada en su país, responde la escritora Camila Sosa Villada.

¿Cómo es que Juan Forn terminó publicando su novela en la colección Rara Avis?

Juan vino a escucharme cantar una noche, a un bar que se llama Alta Gracia, donde hacíamos con un guitarrista un concierto que se llamaba Misa Negra, en el que cantábamos canciones compuestas por negros. Luego publicamos juntos en una misma colección, la colección Escribir de Ediciones Documenta, ensayos donde hablábamos de nuestra relación con la escritura. A todo esto, solo habíamos cruzado unas palabras la noche del concierto, en el estacionamiento del bar mientras me bebía un ron antes de salir a actuar.

Volví a verlo en La Cumbre, en el Filba, que es un festival de literatura muy guapo de Argentina y por alguna razón, estuvimos interesados el uno en el otro. Supongo que le caí muy bien. Al final del festival, me dijo que le interesaba publicarme en Rara Avis. Que le mandara lo más extraño que tuviera escrito. Y yo le mandé la historia de La Tía Encarna. Prendió de gajo, como quien dice, echo raíces y aquí estoy contándolo.

¿Cómo fue el proceso de escritura de ‘Las malas’, entiendo que partió de su blog?

No fue así. El blog ya no existe, podría decirse que allí hablaba de algunas experiencias con clientes en el Parque Sarmiento, que era la zona roja donde trabajé un par de años, pero lo que escribía era otra cosa. ‘Las malas’ se escribió a lo largo de dos años, tal vez. Yo quería publicar la historia de La Tía Encarna el mismo día del estreno de una obra de teatro que hice en el 2017 que se llamó ‘El cabaret de la Difunta Correa’, que se basada en una historia personal. Mi mamá y mi papá hicieron una promesa a la Difunta Correa, una santa popular, para que yo dejara de prostituirme y, por milagro, a los tres meses de la promesa, hice una obra de teatro con muchísimo éxito y nunca más tuve que trabajar de puta. Esto contaba en esa obra y además, contaba vidas de travestis como La Tía Encarna. Nunca llegué a publicar el libro pero sí estrené la obra y continué escribiendo.

Juan Forn leía y sugería algunos temas que tocar, a veces que sacar, a veces que mejorar. También intentaba orientar esta escritura un poco irrespetuosa que tengo, sin propósito. Y yo respondía muy bien, estaba a gusto con el libro, me acompañó durante una separación. Escribirlo fue hablar de esa separación también.

¿Por qué podría considerarse a ‘Las malas’ como una novela de formación?

Pienso que tal vez es por el prólogo de Forn, que habla de una novela de iniciación. Como ‘Matar a un ruiseñor’, supongo. No lo sé. Soy una mina un poco ciega para escribir. Ciega y enfurecida. No me hago esos planteos alrededor de lo que escribo. Es el gusto de arremeter con las palabras como quien se lanza a un lugar peligroso y tiene que defenderse o morir. Pero voy sin planes. Marguerite Duras decía que si una supiera lo que va a escribir, entonces no escribiría.

Hay un juego en el cambio constante de los artículos ‘las’ y ‘los’ para referirse sus personajes travestis, ¿cuál es el sentido que busca comunicar?

No recuerdo ahorita en qué momento me refiero a las travestis en masculino, pero si es así pues seguramente es para reproducir la voz del resto del mundo, ese resto del mundo que intenta degradarnos hablándonos como si fuéramos hombres.

¿De qué modo esta novela es también su autobiografía?

Del mismo modo en que toda escritura solo está escribiendo la historia de un cuerpo. Es la primera persona, ¿sabe? Son demasiadas coincidencias, el prólogo de Juan, el nombre de la que escribe la novela, la historia de las travestis que es común, como es común el horror con que nos tratan. Si una preguntara a los judíos que sobrevivieron a los campos de concentración cómo eran tratados, tendrían todos una historia muy parecida que contar. Ser víctima de un sistema como este te iguala con el otro. Te despersonaliza. Si le diéramos ‘Las malas’ a otras travestis, seguramente dirían “¡Soy yo! ¡Cest moi!”. A la vez, hay pasajes de mi infancia que resuenan, escenas que existieron. Pero no es mi deber esclarecer esas tinieblas.

¿Cuáles fueron las lecturas que la motivaron a escribir?

Lorca, sobre todo. Las primeras lecturas son las que alertan que hay que escribir. Luego, es fácil identificar cuando un libro me gusta porque inmediatamente me da ganas de escribir. Esto se renueva cada vez, con cada buen libro que llega a mis manos y afortunadamente son muchos. A la vez son una escuela maravillosa, porque no solo te encienden la mecha sino que además, te enseñan, te abren caminos que creías imposibles.

Como con ‘Doña Rosita La Soltera’, de Lorca, hace muchos años. Yo tenía un amante del que estaba muy enamorada, era muy joven además y era capaz de amar así, con locura. Un día dejó de verme por mucho tiempo y yo sabía, por amigos en común que se había casado. Cada día recitaba ese monólogo de Doña Rosita: “sabía que se había casado y, sin embargo, estuve esperando sus cartas con una ilusión llena de sollozos que aun a mí misma me asombraba”. Fue, digamos, una identificación melodramática y sentimentalista. Debo haber tenido 22 años. Pero qué travesti no ha sentido que Lorca hablaba un poco de su historia, digo yo. Qué travesti no diría que ‘Bernarda Alba’ es el mundo entero, que ‘Yerma’ somos todas y que nuestros esposos se niegan a darnos alegría. Qué travesti no sería como una novia fugitiva amándose en el bosque para que no lo sepan en el pueblo.

¿Qué otras novelas con temática trans conoce?

‘La Virgen Cabeza’ de Gabriela Cabezón Cámara. ‘Plástico Cruel’ de José Sbarra. ‘La Chaco’ de Juan Solá. Tal vez, ‘Cuerpos para odiar’ de Claudia Rodríguez, sea una novela o algo mejor incluso que una novela, es la que más quiero, porque Claudia es travesti y es mi amiga, una de las mejores escritoras que conozco.

¿Por qué decidió escribir su novela como una ficción y no como un testimonio periodístico?

Porque no escribiría nunca un testimonio periodístico. A mí me gusta el engaño de la ficción.

¿Y por qué estudió periodismo?

En realidad, quería estudiar biología. Pero llegué tarde a las inscripciones y tenía solo un día para decidirme sobre qué estudiar. Elegí periodismo como podría haber elegido letras o cualquier carrera que me pusiera a escribir, que me acerca a la literatura. Era la excusa para irme del pueblo y vivir en la ciudad, donde confiaba, todo iría mejor.

En su novela menciona la desidia de la gente por ayudar a las travestis, ¿cómo considera que es la situación actual para la comunidad trans?

Las travestis en Latinoamérica tienen un promedio de vida de 35 años. Es como en la edad media, increíble. Mueren asesinadas u olvidadas por la salud, la ternura o el respeto. Me parece que se ha articulado un identicidio, un genocidio por identidad del que toda la sociedad es cómplice. Algo que se gesta día tras día. La trata de travestis para la prostitución y la venta de drogas. Esta es una matanza imperdonable. Una se siente sucia luego de responder algo como esto, porque una siente vergüenza de que nuestras sociedades sean capaces de hechos tan malignos.

A pesar de la violenta relación con el padre, ¿cómo es que para el personaje de Camila resulta más doloroso el rechazo de la madre?

Porque con su madre habían sido cómplices, creo. Porque habían sido víctimas de la misma violencia por parte del padre. Tal vez ella creía que eso otorgaba cierta fidelidad al vínculo. Era demasiado injusto que ella tampoco la quisiera, por ser travesti. Podía esperarse del padre todo eso. Pero de ella era como una traición. Machismo, ya ves, pensar que las madres deben a toda costa, amar a sus hijos y los padres no. Puro machismo mío al escribirlo, ahora que lo pienso.

La novela sugiere la idea de una nueva masculinidad, ¿cómo la definiría?

Esa nueva masculinidad es la masculinidad que se extingue. Si la masculinidad se vuelve amable, tierna, sensible, segura y fuerte, inteligente y honda, deja de ser masculinidad. No existe la posibilidad de fundar una nueva masculinidad como si pudiera arreglarse la que está en pleno ejercicio de dictadura. La única posibilidad es que desaparezca como un orden positivo en los varones. No hay nada bueno ahí y nos está matando a todos.

Hay dos sentimientos que afectan profundamente a los personajes de ‘Las malas’, uno es el miedo y el otro la vergüenza, ¿de dónde nacen estos sentimientos y cómo logran superarlos?

El miedo es como un síntoma amigable, digamos. Una inteligente relación con el miedo, que tienen estas travestis que continuamente registran el peligro de la sociedad que las rodea. Saben leer intenciones malvadas en los ojos de los vecinos, de los clientes, de la policía. Nunca es un miedo paralizador. Es un miedo que las mantiene a salvo, que las hace agruparse instintivamente. En este sentido, las travestis hemos hecho un salto cuántico en la relación con el miedo al tomarlo como una alerta que no detiene nuestro andar. Reorientamos constantemente nuestros recorridos guiadas por el temor a ser asesinadas, cada día.

La vergüenza ya es un poco más compleja. Aquí, Carlos Jáuregui decía que el orgullo gay era la respuesta política a un mundo que nos cría para la vergüenza. Vergüenza de no ser heterosexuales, verdad. Ese no ser lo que se espera que seamos, es de lo que se aprovechan para marcarnos y hacernos sentir una mierda. Esta vergüenza, tampoco es paralizante. Al menos no para las travestis de ‘Las malas’. Ninguna pena las obliga a retroceder.

¿Qué sentido tienen las diferentes metamorfosis que sufren sus personajes?

La transformación de los personajes no tiene ningún sentido. No tenía propósito, me imaginé eso, lo escribí y fue algo que se instaló en la novela. He recibido comentarios respecto al realismo mágico o la ciencia ficción que tiene la novela. Bienvenidos sean. Cuando a Frida Kahlo le preguntaban por el surrealismo de su pintura, ella respondía que pintaba su puritita realidad, pos en este caso es lo mismo. Estoy siendo honesta contigo, la novela fue escrita a los tanteos, las transformaciones fueron apareciendo así y yo seguí lo que escribía hasta el final. Tal vez sea un vicio que traigo del teatro, donde lo que no se transforma es poco dramático.

¿Cómo nace su amor por el teatro?

El teatro aparece en la escuela, desde el jardín de infantes. Era algo que me salía muy natural y que a la gente le gustaba. Recitar en los actos escolares, bailar folclore, hacer alguna representación. En la secundaria me anoté en algunos talleres y era muy gratificante. Al venir a estudiar a Córdoba, encontré unos talleres en el Centro de Estudiantes de Ciencias de la Información. Era un lugar en el que inexplicablemente, yo me sentía cómoda. La gente no era tan rigurosa respecto a mi travestismo, es más hasta se volvía motivo de curiosidad. Y era, además, muy talentosa. Soy una muy buena actriz, es el don de las personas que sabemos mentir. Cuando estrené ‘Carnes Tolendas’ y comenzó a irme muy bien, realmente, para una actriz de mi generación, fue la oportunidad de poder vivir solo del teatro, entonces me dije que quería permanecer ahí, sobre todo porque la gente admiraba mi trabajo y eso para el narciso enlentejuelado que llevo dentro, fue como el aire mismo.

¿De qué modo literatura permite quitarse las máscaras impuestas por la sociedad?

También la literatura es una máscara. No sería capaz de pedirle a un libro que obre de esa manera, que sea emancipador, que desnude el espíritu de nadie. Pero una persona que se sienta a escribir o a leer, independientemente del contenido, el oficio ya es un sinceramiento. Abandonar el cuerpo a la lectura es un sinceramiento, de que buscamos otras vidas, otras palabras y verdades. Que no alcanza con este día a día. Que es necesario continuar inventando nuevas mitologías. Las ficciones que debemos montarnos para sobrevivir son muy débiles, basta un amor para ser como somos. Basta una catástrofe para parecernos más que nunca a nosotros mismos.

¿Cuál es la historia de la Difunta Correa, patrona de la travestis en su novela?

Fue una joven muy guapa de la provincia de San Juan. Su padre había peleado en la Guerra de la Independencia de Argentina, su esposo también. Un día el caudillo pide los servicios en el frente de su papá y su marido, la dejan sola con un niño de pocos meses. El comisario del pueblo estaba obsesionado con ella y la acosaba hasta el cansancio. Una noche la alertan de que el comisario está borracho y viene a violarla, y ella, cansada, huye en busca de su esposo y atraviesa el desierto con el bebé en brazos. Finalmente, muere de sed al poco tiempo y la encuentran unos pastores, alertados por los pájaros carroñeros, estaba con el bebé tomando la teta de su madre muerta. Y en ese lugar donde fue encontrada, erigieron su altar. Es una santa poderosa y la gente es muy devota. Como nunca más se supo de su hijo, me gusta creer que es el bebé que encontró la Tía Encarna en el parque.

¿Cómo cambió su vida desde que empezó a dedicarse a la literatura y el teatro?

Pequeños progresos, sabe… Fui comprando muebles, una computadora, un celular con más memoria, me alimenté mejor. Dejé algunas drogas y a algunos amantes muy dañinos. Conocí algunos países de los que me enamoré. Estuve en fiestas con gente que admiro desde hace mucho tiempo. Con 'Las malas', además, por primera vez el dinero dejó de ser una preocupación constante. Después de treinta y miles de años de trabajar sin parar, puedo pensar en mi alimentación, en mi salud, en mi belleza y no ya en pagar el alquiler o en qué voy a comer con dos pesos. A la vez, siento que atravieso una tercera juventud, donde se aquietaron algunos malos recuerdos revoltosos, donde me amigué con el mundo, conmigo misma… es un buen tiempo para mí.

¿Qué comentarios de su obra ha recibido de la comunidad trans?

Palabras bonitas, siempre. Incluso, a veces abrazos y nada más. Eso es la escritura, todo lo que no se dice y se sabe.

¿Y sus padres cómo asimilaron el éxito que ha logrado?

Bueno, ahora nos admiramos mutuamente. Yo admiro cómo han vuelto a aprender, a escribir su propia historia, a través de mi historia. Cómo han podido cambiar y preguntarse cómo son estas vidas, las vidas de las travestis. La vida de su hija. Qué deseo, qué me interesa. Ellos admiran cierta tenacidad, cierta fuerza para no rendirme cuando todo estaba dispuesto para que no sobreviviera.

Eso es un éxito. Me gusta creer que independientemente de lo vendido, de lo publicado, de lo hecho y deshecho, el éxito es la permanencia de estas preguntas en torno a nosotros como familia y nuestra relación con el mundo.

¿En algún momento han intentado censurar su obra?

Alguna vez, la publicidad de la obra ‘El Bello Indiferente’ de Cocteau, en Buenos Aires. Fue terrible el rechazo que causó. Ninguna red social aceptaba esa publicidad de la obra. Pero fue divertido ser censurada. Me gusta el ojo de la tormenta. También debe ocurrir que mi tono resulta inadmisible. Soy un poco venenosa, me cuesta callarme y acordar y asentir y aceptar sin la posibilidad de un cuestionamiento. Seguramente me prohíben y me censuran, pero ocurre en esferas que no me alcanzan, es decir, no me entero si esto pasa. Además, deja muy mal parado al que lo hace eso de andar censurando travestis. A veces me llega el chisme, claro. Fulano no quiere que formes parte del equipo por tu forma de ser, porque sos imprevisible o mal hablada. Me divierte pensar que censuran el lado más auténtico de una persona, que es el que más gusta.

¿Cómo su obra ayuda a otras mujeres trans?

No podría responderlo yo. Eso deberían responderlo las personas que fueron modificadas por lo que hago. Me niego a pensar que el arte puede resultar terapéutico. Prefiero pensar en un arte que conduce a la locura, que conduce a la rabia, que despierta demonios, que enceguece el pensamiento. Es pedirle mucho al oficio y pedirme mucho a mí, ¿no creen? También me niego a ser referente de nada o a que se me lea como una activista. Soy una engañosa incorregible. Lo que más me gusta en la vida es mentir. Y no se puede hacer activismos desde la mentira.

¿Es ‘Las malas’ una denuncia feroz de una sociedad hipócrita?

Como decía antes, no tengo intenciones al escribir, entonces me resulta difícil asociar eso que se lee con lo que yo escribo. No es una denuncia. ‘Las malas’ es un libro escrito entre el 2017 y mediados del 2018, que cuenta la historia de La Tía Encarna, una travesti que se encuentra un bebé en la zona roja donde trabaja, también es la historia de todas las travestis que rodearon su epopeya. Todas con nombre propio, con historias propias, con deseos que les son únicos como son únicos los sentimientos que las habitan. Esto es importante decirlo: cada travesti es única e irreemplazable. Es preciso saberlo. No se puede borrar el fulgor de una única vida tras el manotazo de la identidad. Eso viene después y es para la política. Para una simple mentirosa como yo, lo importante es contar vidas donde suceden encuentros. Y si es posible, vidas de travestis, que ya estuvieron ocultas muchos años en el país de la escritura.

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