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La escritora Diana Ospina Pineda ha escrito una novela innovadora en su estructura narrativa, donde una generación de mujeres se remonta en el tiempo para descubrir el poderoso arquetipo femenino simbolizado por la Luna y que se manifiesta en todas las culturas. | Foto: Foto: 123RF / Gaceta

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La escritora Diana Ospina Pineda habla de 'El sueño de la luna', su primera novela

La escritora Diana Ospina Pineda ha escrito una novela innovadora en su estructura narrativa, donde una generación de mujeres se remonta en el tiempo para descubrir el poderoso arquetipo femenino simbolizado por la Luna y que se manifiesta en todas las culturas.

8 de junio de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

En su asombroso libro ‘La diosa blanca’, Robert Graves rescata del olvido el culto femenino de la Luna que, según algunos hallazgos arqueológicos y referencias históricas, se remonta a la edad paleolítica y sería el primer vestigio religioso de la humanidad. Como afirma el poeta inglés, toda gran poesía es una invocación de la diosa lunar y originalmente son las mujeres las encargadas de oficiar sus misterios. En este sentido, la escritora colombiana Diana Ospina Pineda podría considerarse una heredera de ese antiguo culto, una sacerdotisa actual de la diosa blanca, puesto que su novela ‘El sueño de la Luna’, publicada por la Editorial EAFIT en 2020, es un cosmos narrativo donde el misterioso astro, que desde hace más de 4.000 mil millones de años acompaña a la Tierra, mucho antes de la existencia de la humanidad, resulta ser más que una metáfora.

En ‘El sueño de la Luna’, diferentes generaciones de mujeres son entrelazadas por un mismo cordón umbilical, y cada una va revelando a su sucesora un misterio que no debe olvidar: “te entrego el laberinto con los relatos”. Al mismo tiempo mientras ellas se conocen y reconocen a medida que nacen, crecen y mueren, en un círculo que una y otra vez se repite a lo largo de los años, el lector se adentra en la historia familiar de Luna, la protagonista, igualmente en la historia de Colombia, que se fusionan en momentos en una prosa sincrética donde todas las mitologías y tradiciones ancestrales son convocadas para invocar el eterno femenino, a la mujer primigenia anterior a Eva, la gran madre Lilith, cuyo poder es blanco y negro, otorga vida y muerte por igual. En este sentido la novela también cumple la función de un poema cosmogónico, ella crea su propio universo donde el centro de poder y sabiduría es la mujer. Esto se asocia con la descripción que hace Robert Graves de ese primer culto a la Luna, según el poeta, para estas comunidades dominadas por mujeres, el tiempo estaba marcado por el ciclo lunar, y al final del periodo de oscuridad, cuando moría la Luna vieja era sacrificado un varón elegido como esposo de la diosa; y en el nuevo ciclo, cuando nacía la Luna nueva se escogía a un nuevo esposo. En la novela de Diana Ospina Pineda los ciclos lunares también son fundamento del tiempo narrativo, la historia se mueve y avanza según los nacimientos y muertes de sus 9 protagonistas, cada una con un nombre que reivindica la tradición del culto lunar en diferentes culturas: Luna, Selene, Metzi, Eva, Lilith, Muluc, Chía, Artemisa y Diana.

Pero hay un aspecto, muy ambicioso desde la concepción literaria de la novela, y es que la escritora pretende condensar el tiempo, y como siguiendo el concepto filosófico de la transmigración pitagórica, así como la teoría cuántica de los universos paralelos, fusiona todas sus mujeres en una sola voz donde el pasado, presente y futuro, se mezclan para crear una prosa caleidoscópica, un Aleph verbal que su novela desarrolla con una destreza plástica envolvente. De hecho, muchas veces el tiempo de la novela se invierte, y los personajes no avanzan hacia el futuro, sino al pasado; puesto que nacen ancianas, como la protagonista que al principio tiene 84 años, todas comienzan a desandar su vida en busca del origen. ‘El sueño de la Luna’ es un ritual de iniciación donde el lector pierde las nociones del tiempo y solo puede guiarse por sus percepciones y sensaciones, como si experimentara un viaje místico producto de una bebida alucinógena, puesta en su mano por la escritora-sacerdotisa.

Esta es la primera novela de Diana Ospina Pineda (Medellín, 1963), autora reconocida sobre todo por el guion de ‘La vendedora de rosas’ (1995), la sobrecogedora película de Víctor Gaviria. Además de ‘El sueño de la luna’, ha escrito cuentos para diferentes antologías como ‘Ardores y furores’ (2003) y en la revista Odradek. En una conversación virtual desde Cali, donde la escritora se radicó este enero, habla de las investigaciones de mitología y ciencia que realizó para construir su novela como un sueño donde el tiempo se transforma y las mujeres son las únicas guías de la historia.

—¿Cómo fue la transición de guionista a novelista?

En realidad yo empecé por la literatura, escribiendo cuentos. Aunque tuve una inclinación desde muy joven para la dramaturgia, lo primero fue el cuento. Justamente uno de los cuentos que yo escribí cuando trabajaba en la cárcel para menores de Medellín, donde fui tallerista de arte y sensibilización en la sección para mujeres, me llevó a conectarme con Víctor Gaviria y trabajar en ‘La vendedora de rosas’. Esta experiencia me acercó a la dramaturgia de guion para cine y televisión, pero nunca dejé de escribir literatura.

—¿Cómo surgió la idea de escribir ‘El sueño de la Luna’?

La idea inicial la tuve estando bastante pequeña, cuando estudiaba la primaria y sentía que no tenía voz, derecho a la palabra y de rebelarme al mundo del adulto. Entonces era inconsciente de esto, pero poco a poco comprendí la situación y me imaginé cómo sería a esa edad tener la capacidad argumentativa para expresarme y enfrentarme a los demás. Fue cuando tuve la idea de imaginar a una niña pero con la conciencia de una adulta, y que pudiera actuar con libertad. Esto fue madurando con el tiempo y luego lo asocié con la relación que ha tenido la cultura con la mujer, el abuso del poder masculino a lo largo de la historia, entonces pensé que solo en un sueño con un orden invertido podría encontrar algo así. Por muchos años soñé con escribir sobre un mundo en el que pudiéramos vivir sin esos prejuicios y de una manera más auténtica, no tan funcional. Siento que en vez de venir a despejarnos, en la vida nos llenamos de máscaras que no corresponden a ese ser esencial que somos.

De acuerdo a todo esto tuve la necesidad de encontrar una forma de narrar en esa línea invertida de tiempo, el gran reto era hallar esa formar de contar la vida en un sentido contrario al que vivimos, porque sentía que esa era la forma de volver a la semilla, a lo esencial. Descubrir esa forma me tomó más de 30 años de mi vida, y necesité otros 6 para escribirla.

—¿Por qué escogió la estructura del ciclo lunar para darle forma a su novela?

Nosotros normalmente escribimos de una forma causal, causa-efecto. Y mi idea de narrar en sentido invertido no consistía simplemente en hacer un flashback, en ir uniendo momentos hacia atrás; a mí lo que me interesaba era el problema de cómo vivimos el tiempo y cómo lo percibimos, y al principio intenté varios ejercicios y resultó casi imposible lograr lo que quería. Entonces para encontrar una solución me puse a estudiar física cuántica para comprender cómo es ese viaje a la semilla. Por supuesto hay otras obras donde se ha realizado este ejercicio como la novela de Alejo Carpentier, o el cuento del Curioso caso de Benjamin Button, y otra novela de un español donde un anciano y una niña se encuentran mientras él se dirige a la semilla y ella a la muerte, en un momento incluso tienen un romance y luego se van alejando.

En últimas mi obsesión ha sido con el problema del tiempo, y en esa búsqueda me encontré con muchas visiones del tiempo en culturas ancestrales como la Maya, o la Kogi en la Sierra Nevada de Santa Marta, entre otras. Pero los sincronarios Mayas fueron fundamentales para mí, porque ellos se rigen por la Luna y aseguran que orden natural del mundo, todo lo orgánico, lo marca la Luna. Entonces es a partir de estos ciclos que podemos conectarnos con la naturaleza, por lo que el calendario gregoriano es una distorsión del orden natural. Mientras para el calendario gregoriano el tiempo es oro y acumulativo, para los Mayas el tiempo es creación y siempre presente. Fue por eso que decidí hacer una estructura lunar para mi novela siguiendo el sincronario Maya, además que para ellos la Luna es el arquetipo femenino.

—La trama gira en torno a una generación de mujeres, pero que también son una sola mujer...

Es la historia de una anciana que viaja hacia su origen donde se encuentra con toda su línea de ombligo, cuatro generaciones que a su vez reflejan lo que han vivido las mujeres desde el principio de la historia. Pero yo partí también de las mujeres de mi familia y la historia del país donde vivo. Todas son lunas de diferente mitos y culturas que el personaje va descubriendo en una expedición que hace para sanar sus memorias, porque en el fondo yo creo que esta novela no busca vengar ningún abuso o recriminar, sino curarnos y reconciliarnos a través de esa imagen de la Luna como representación de la mujer.

Al respecto también me pasó algo interesante, aunque yo conocía ‘La trayectoria del héroe’ de Campbell, solo ahora después de escribir mi novela vengo a conocer ‘Ser mujer: un viaje heroico’ de Maureen Murdock, donde reconozco que la trayectoria de la heroína en la literatura tiene mucha relación con las investigaciones que yo hice para ‘El sueño de la Luna’, porque mi narración busca precisamente eso, construir un arquetipo de mujer conectado con el presente y lo cotidiano.

—¿Qué importancia tiene la poesía en su novela?

No fue algo deliberado que quisiera incluir, pero mi idea era construir algo bello a partir de algo atroz, como cuando en medio del Bogotazo Lilith le escribe una carta a Eva narrándole su violación, de esta forma un secreto terrible que se cuenta puede llegar a ser una forma de curación de la memoria. Por otro lado, la poesía es importante porque para mí la musicalidad en el lenguaje es arrobadora, siento que cuando hay música las palabras respiran y se purifican, y eso me interesaba lograrlo, porque la novela es una búsqueda de eso, de purificar la memoria.

—¿Qué tanto de autobiográfico tiene esta novela?

Creo que puse todo de mi vida, pero dentro de una tendencia literaria que se llama la autoficción, algo que me enteré he venido haciendo desde hace mucho tiempo. Porque yo siempre he usado la literatura para hablar de mi intimidad, mientras que la dramaturgia la uso para hablar de otros. En ese sentido, la novela tiene mucho de mí, pero transformado para crear estos personajes, también tomé aspectos de las mujeres de mi propia genealogía familiar, pero reimaginado todo, mi vida solo es el pretexto para una nueva creación.

Igualmente, la autoficción me parece un ejercicio no solo literario, sino saludable, para reflexionar y reinventarnos, es una forma de relacionarnos con nosotros mismos.

—¿Por qué optó por escribir una novela innovadora por fuera de las convenciones?

Para mí la novela es libertad y desde el principio sentí que el canon clásico no me satisfacía. Yo sabía que si escribía una novela tradicional no me permitiría dar cuenta de todas estas ideas que tenía desde hace muchos años, entonces yo tenía que construir algo nuevo que me brindara una respuesta. Creo que lo logré, y creo que los lectores cuando se desprenden de esa lógica preconcebida de la novela, pueden dejarse llevar por esa corriente de conciencia que fluye y apreciar todos sus niveles narrativos.

Puedo asegurar que en la base de esta novela hay una historia completa, con una línea muy clara de principio a fin, pero como vengo de una formación estructuralista quise deconstruir esa historia a lo largo de 13 capítulos con acápites, en los cuales tuve entera libertad para crear ese tejido de lenguaje que obedeció a mis investigaciones sobre el tiempo y que se mueve de forma inversa y salta de acuerdo a las motivaciones de esa corriente de conciencia que narra. A esto también contribuye el tono a veces onírico de la novela, porque una narración completamente realista no permitiría recrear ese viaje a la esencia.

—¿Tuvo en cuenta otras novelas como modelos de lo que buscaba en la suya?

Realmente no, pero creo que las lecturas de Julio Cortázar obviamente me sirvieron, o de James Joyce y otros autores que juegan con el tiempo de formas muy interesantes, a quienes leí en diferentes momentos de mi vida. Cuando los leí eso fue lo que más me cautivó, su manejo del tiempo, y eso mismo ha sido la constante de mis creaciones: el problema del tiempo.

—¿Podría profundizar un poco en esa idea de purificación que subyace en ‘El sueño de la Luna?

Suena muy religioso el término de purificación, pero siento que ese es el indicado. Porque de algún modo la historia ha sido un purgatorio para la mujer, y al purificar su memoria puede transmutar su dolor en otra cosa, liberarse y sanar. Para establecer esa simbología también estudié profundamente diferentes culturas, conociendo cómo eran sus procesos de purificación; en esa exploración participé en baños de temazcal como se les llama en Centro América a unos rituales de purificación con vapor y plantas sagradas, también estuve en varias ceremonias de ayahuasca o yagé, y otras prácticas milenarias de limpieza espiritual que permiten liberar muchas cargas psíquicas y nos dejan avanzar a nuevos estados.

En mi novela de algún modo busco que las palabras cumplan esa función de limpieza, de despojarnos, y particularmente a la memoria colectiva de la mujer, para llegar a la esencia.

—¿Y qué produjo en usted escribir esta novela?

También fue una liberación, por un lado de la obsesión que tuve durante muchos años de contar esta historia de esta forma en particular, pero al mismo tiempo me produjo el reconocimiento de la escritura como una herramienta para observarme a mí misma y transformarme, algo que me permite estar mejor preparada para relacionarme conmigo misma y con los demás, y en esa medida sanar nuestras heridas y reconciliarnos.

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