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Charles Baudelaire, nacido el 9 de abril de 1821, en una fotografía de 1855, tomada por su amigo Gaspard-Félix Tournachon, más conocido como Nadar. El poeta fallecería el 31 de agosto de 1867. | Foto: Foto: Imagen de dominio público

POESÍA

El poeta maldito más allá de la leyenda negra, entrevista con Mario Campaña sobre la vida y obra de Charles Baudelaire

A 200 años del natalicio de Charles Baudelaire, el escritor ecuatoriano Mario Campaña, biógrafo del poeta francés, habla de su revolucionaria obra.

25 de abril de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, reportero de Gaceta

Una vez le preguntaron a Estanislao Zuleta sobre qué personaje histórico recomendaría enseñar a los jóvenes y él —coherente con su visión crítica de la educación— no dudo en mencionar a Charles Baudelaire (cliente de prostíbulos donde se contagió de sífilis, alcohólico dionisiaco, opiómano consumado, marihuano experimental, despilfarrador comprometido y talentoso evasor de créditos, entre otras indecencias). Según el filósofo colombiano, conocer a Baudelaire daría al alumno la “oportunidad (…) para que se identifique con los fracasados, para que no se decida por los exitosos”. Esto refleja el poder de la obra de Baudelaire, que 200 años después de su nacimiento, sigue siendo peligrosa para el estatus quo impuesto por las ideas del progreso neoliberal, un sistema social y cultural que él vio nacer en el siglo XIX y advirtió en su poesía.

Aunque Baudelaire es considerado sobre todo el rebelde y luciferino poeta de ‘Las flores del mal’ (1857), libro censurado por “ultraje a la moral pública” y que inauguró lo que hoy se entiende por poesía moderna. Sin embargo, los que han profundizado en su obra logran descubrir que su sensibilidad no solo buscaba el shock del lector, también comparte estoicismo y compasión hacia los más vulnerables, como en los ‘Pequeños poemas en prosa’, obra póstuma, donde dedica las más bellas palabras a los pobres, los artistas muertos de hambre y a los perros callejeros. También, en su faceta como traductor, Baudelaire logró rescatar la obra de Edgar Allan Poe, autor con el que sintió una poderosa afinidad; hasta sus últimos días, el poeta francés se esforzaba por enviarle dinero desde Francia a la pobre tía del poeta norteamericano. Incluso, cuando ya no vivía con su amante Jeanne Duval, que según algunos testimonios engañó al poeta en repetidas ocasiones, él continuaba enviándole dinero para sus necesidades. De hecho, en algunos de sus poemas censurados defiende la libertad sexual, como en ‘Lesbos’, ‘Mujeres condenadas’ y ‘Las dos buenas hermanas’.

No obstante estas muestras de humanismo que tuvo Baudelaire en vida, muchos en la actualidad siguen pensando que se trató de un hombre perverso y que su poesía no fue más que un desafío a las convenciones sociales de la época. Precisamente para contrarrestar esta leyenda negra, el poeta y crítico ecuatoriano, Mario Campaña Avilés, publicó la biografía ‘Baudelaire. Juego sin triunfos’ (2006), donde afirma que los tres peligros del biógrafo son “la hagiografía, la leyenda y el anecdotario”, y por lo tanto, basado en los recientes documentos y estudios sobre la vida del poeta, se propuso “ver al personaje en una complejidad acaso más fiel al original”.

Desde esta perspectiva despojada de prejuicios y leyendas negras, Mario Campaña Avilés logra crear un fresco de la Francia de “fin de siècle”, donde se puede comprender mejor las dinámicas sociales y políticas en las que estuvo envuelta la vida de Baudelaire. Empezando por sus padres: Caroline Dufays una huérfana que se casa —obviamente por interés— con el anciano aristócrata Joseph-François Baudelaire —36 años mayor que ella—. François murió cuando su hijo solo tenía 6 años, dejándolo en manos de su madre, que poco tiempo después se casó de nuevo con un militar en carrera, Jacques Aupick, quien intenta imponer sus ideas de moral y decencia en el joven Charles.

Aupick, que llegó a ser general del Segundo Imperio, se enfrentó toda la vida con su hijastro, obligando incluso a que la familia de Baudelaire, madre y hermano mayor, accedieran a retener por vías legales, la herencia que su padre dejó al poeta. Aún en su mayoría de edad, Baudelaire seguía recibiendo una mesada muy pequeña como si fuera un niño, esto lo obligó a vivir siempre de créditos —puesto que nunca se privó de los lujos—, y al mismo tiempo, en una precariedad injustificada, hasta sus últimos días. El biógrafo también describe como en su infancia Baudelaire fue abandonado en los distintos institutos educativos donde lo internaban, padeciendo una profunda soledad a la que su madre, dedicada por completo a su nuevo esposo, nunca volvió a atender.

Es triste comprobar que incluso tras su muerte, la madre de Baudelaire nunca llegó a comprenderlo, en eso y en las deudas se parece al colombiano José Asunción Silva. Al respecto, cuenta Mario Campaña Avilés en su biografía que cuando el poeta francés murió, dado que aún tenía retenida su herencia paterna, tras ser sepultado, el secretario designado por la familia para controlar el dinero del poeta, Narcisse Ancelle, encontró “que la fortuna de Baudelaire fue suficiente no sólo para pagar todas sus deudas sino además para que la señora Aupick (su madre) recibiera 7.360,66 francos de herencia, más algunos de sus bienes”. Pocos días después de ser sepultado, cuando los gusanos que cantó magníficamente en su famoso poema ‘La carroña’, estaban devorando sus restos, finalmente Baudelaire dejó sus cuentas pendientes en cero. Él cantó a una belleza rara, pero tal vez no se percató que esa belleza se llamaba ironía, serán sus grandes discípulos del siglo XIX y XX, quienes sí la reconocerán como su verdadera musa. Cuenta David Markson en ‘La soledad del lector’, que “un año antes de su muerte, ya enfermo y mientras le rechazaban su obra reciente, a Baudelaire le mostraron unos ensayos donde se lo elogiaba, escritos por dos poetas de poco más de veinte años. Ninguno de ellos había producido todavía un libro propio, con lo que sus nombres no significaban nada”, eran Paul Verlaine y Stéphane Mallarmé. Poco después, otros de sus grandes herederos, Paul Valéry, dirá: “Baudelaire se halla en el ápice de la gloria (…) logró unir en sí mismo a las virtudes espontáneas de un poeta la sagacidad, el escepticismo, la atención y la facultad razonadora de un crítico”.

Hay un escolio de Nicolás Gómez Dávila en el que se podría adivinar esa referencia implícita que el filósofo bogotano nunca revela. Dice: “Las tinieblas de ciertas almas son sombras de luz divina”, esa puede ser la definición más justa de la poesía de Baudelaire, de la obra más luminosa que un hombre pudo extraer de su exploración del mal y la degradación humana, y a esa podría seguir la que dejó Marcel Proust, afirmando que sus poemas son: “residuos de humanidad maduros para la eternidad”.

En un pueblo de pescadores llamado General Villamil, en Ecuador, donde Mario Campaña Avilés descansa por estos días antes de regresar a su residencia en España, quien es considerado una autoridad en la vida y obra del poeta francés, así como de la llamada tradición de poetas malditos, comenta algunos aspectos que hacen de Baudelaire uno de los poetas más vigentes de la actualidad y de paso aclara algunas leyendas negras sobre su vida.

—¿Qué impresión tuvo cuando leyó por primera vez la poesía de Baudelaire?

Leí ‘Las flores del mal’ en mi adolescencia, en una edición argentina de Losada, creo que en una buena traducción, la de Nydia Lamarque, aunque por entonces no me fijaba yo en estos datos. Durante mi primera juventud releí el libro hasta dejar mi ejemplar literalmente masacrado. El primer poema, ‘Al lector’, fue una auténtica bomba para mí. En algunos pasajes me detuve como un sepulturero, cavando paletada tras paletada, no para enterrar nada sino para desenterrar el sentido, el cuerpo del delito que me revolucionaba. Fue muy difícil para mí, tardé años en más o menos asimilar ese libro condenado, y sigo: aun ahora tengo la impresión de entrar en sus páginas como a una galaxia desconocida. Me preparo a hacer una nueva lectura intensiva para una próxima conferencia que daré en Oporto (Portugal).

—¿Qué lo motivó a escribir una biografía sobre Baudelaire y en español?

No escribí ‘Baudelaire. Juego sin triunfos’ para lectores hispanoamericanos, ni siquiera para lectores del poesía, a secas, sino para tratar de avanzar en un dilema que me ha perseguido precisamente desde mi adolescencia y que aún no termino de responder, aunque eso ya no importe. Suelo resumir este dilema del siguiente modo: ¿cómo ha de vivir una persona para no llegar al envilecimiento ni a la amargura ni la miseria ni la frustración en la búsqueda de sus metas? Me explico: siempre tuve a Baudelaire como un rebelde inmaculado, crecí admirándolo por su integridad y su independencia frente al poder. Baudelaire fue un modelo de vida para mí y para muchos de mis contemporáneos, que nos negábamos a capitular ante la falsedad social.

Sin embargo, cuando yo vivía ya en España, en cierta ocasión cayó en mis manos un volumen en francés de las cartas de Baudelaire y leyéndolas descubrí al personaje real, al histórico, un ser de una vida extrema y contradictoria cuyas respuestas a los dilemas de la vida estaban muy lejos de la simpleza con la que habíamos construido nosotros la figura del poeta rebelde. Baudelaire pactó con dios y con el diablo, con el estado, con el poder, obtuvo numerosas subvenciones del gobierno haciendo valer el apellido de su padrastro, contra el que se revolvía, quiso entrar a la Academia Francesa de la Lengua, contra la que había tronado, incluso pactó con el periódico que denunció ‘Las flores del mal’ ante la policía…

Ocurre que nuestra superficial inclinación estética nos induce a mitificar. Así que quise mostrar a los lectores a un Baudelaire más verdadero, a quien no por sus debilidades quiero menos. Por el mismo interés en explorar vidas extremas escribí también ‘Linaje de malditos. De Sade a Leopoldo María Panero’, que se reeditará muy pronto en Colombia.

—‘Las flores del mal’ es uno de esos poemarios universales indispensables para cualquier lector de poesía, no obstante a 200 años de su nacimiento, el poeta que lo escribió sigue siendo un desconocido y cuya vida real está oculta por la leyenda negra, ¿a qué atribuye este desconocimiento de la vida de Baudelaire?

Es normal que la leyenda negra haya envuelto los accidentes de su vida. Hubo un tiempo en que este era el libro más impreso y difundido de todo Occidente después de la Biblia. La biografía del joven Baudelaire está llena de glamour: es seductora la figura del joven poeta rebelde enamorado de la belleza, alcohólico y drogadicto que empuña las armas y sale a batirse en las calles por puro amor a los obreros, a la humanidad; un gran disidente que se niega a transigir con el mundo de lo que él llama “la estúpida burguesía”, todo lo cual sin duda inspira fascinación en unos y rechazo en otros. A Baudelaire se lo ama o se lo repudia. Para muchos, especialmente en España y en América Latina, es un emblema: nuestra falsedad e hipocresía necesita de la figura de un auténtico “homme revolté”.

¿Para qué indagar más? Y sin embargo, necesitamos la verdad, hasta donde esta puede ser parte de nuestra conciencia. La vida real —no la hagiográfica— de los hombres y mujeres históricos, con sus virtudes y sus vicios, forma parte del acervo con que cuenta la humanidad para idear su futuro. Finalmente, hasta el año 2006 en que yo publiqué ‘Baudelaire. Juego sin triunfos’, la única biografía de Baudelaire con que contaba el lector hispano era la César González Ruano, de 1931. En esa época aún no se contaba con ediciones completas de sus cartas ni sus papeles íntimos ni con ediciones críticas de sus obras, que mucho han contribuido desde entonces al conocimiento de su vida.

—Entre otros prejuicios, a Baudelaire se le desautoriza por su falta de compromiso social y político, para muchos fue un dandy superficial y alejado de la realidad de su época, ¿podría contar algunos de sus hallazgos acerca de la posición política del poeta y su cercana relación con los revolucionarios franceses?

Asociar a Baudelaire con la Torre de Marfil lejana de la realidad, el parnasianismo, el esteticismo y el decadentismo no puede ser otra cosa que un gran equívoco, aunque no artificioso ni del todo arbitrario, sino histórico. Baudelaire es una figura omnipresente de la época del arte por el arte, el rechazo a todo compromiso con la realidad objetiva, del dandismo y la ética y la estética antiburguesa, de Théophile Gautier y Verlaine, de Des Esseintes, el personaje de la célebre ‘Á Rebours’, de Huysmann, y del Dorian Grey, de Oscar Wilde. Pero aunque fuera una piedra de toque de todo ese mundo, Baudelaire no formó parte de ninguna escuela ni dio forma a ningún ideario, sino que se distinguió con una práctica biográfica y literaria irreductible. Ciertos aspectos de su vida y su obra se proyectaron sobre sus contemporáneos y las generaciones siguientes como nociones, ideas, principios, modos de entender la poesía o el rol del poeta en la sociedad creada por el capitalismo.

En verdad, social y políticamente, Baudelaire fue un insurrecto: se batió en las calles y en las barricadas de París en la revolución socialista de febrero y junio de 1848, y en las luchas obreras contra el golpe de estado contra la República de Luis Napoleón Bonaparte de 1851. Incluso después de la instauración del Segundo Imperio, Baudelaire mantuvo su vínculo con su época y los “lisiados de la vida”. Aún en 1852 escribió ‘La escuela pagana’, un artículo en el que arremete contra el esteticismo y el arte por el arte. Hasta el final de su vida se lo ve opuesto al progresismo de Victor Hugo y su clan, asistiendo en los mítines políticos en Bélgica. Y sobre el dandismo, el malentendido quedaría desecho con solo leer las ideas de Baudelaire sobre “la alta espiritualidad de la toilette”, que pretende rebasar a la naturaleza, a la cual él tiene como sede y origen del mal.

—El nombre que escogió para su biografía: ‘Juego sin triunfos’, alude a la vida, en términos prácticos, fracasada que llevó Baudelaire, pero al mismo tiempo reivindica la estética del fracaso que habita su poesía como una reacción al envilecimiento humanos del progreso y la modernidad, ¿cómo analiza el concepto de fracaso en la obra de un poeta que consideraba el triunfo como una vulgaridad?

Le agradezco la pregunta, pues me permite aclarar una confusión. Tarde me di cuenta de que el vocablo “triunfo” del subtítulo iba a inducir a un error. No lo uso en la primera acepción, como acción y efecto de triunfar, sino en la tercera, poco conocida en Latinoamérica: en esta un triunfo es la carta o las cartas de más valor en el juego de naipes. La J, la Q, la K y el As son “triunfos” en el sentido de que dan a su poseedor muchas posibilidades de salir victorioso en el juego. La idea de que Baudelaire no tuvo en su vida cartas ganadoras o triunfos viene de su contemporáneo Henry de Régnier, que, desde Honfleur, sitio de descanso y una especie de Arcadia de Baudelaire, escribió unos versos que decían: “Porque a veces venías, oh Charles Baudelaire/cansado del cubilete sin dados/ del juego sin triunfos”. Efectivamente, Baudelaire jugó sin triunfos y por eso perdió: su nueva estética, la del mal, fue mayoritariamente repudiada; se hizo republicano pero la II República francesa que él había apoyado fue aplastada por el Imperio; entonces se hizo antiprogresista, antidemócrata y antimoderno en pleno auge del progreso, de la democracia y de la modernidad. Por otra parte, él nunca aspiró al triunfo, en el sentido ordinario, sino a la gloria y la posteridad, a la que con toda razón decía pertenecer.

—¿Cómo influyó Edgar Allan Poe en Baudelaire, y cómo el poeta francés promovió la obra del norteamericano?

Poe fue una de las grandes influencias de Baudelaire, como Joseph de Maistre y Sade, y como Gautier, a quien dedicó ‘Las flores del mal’. A Poe lo consideró un “iluminado”, un “sabio” y un “metafísico”. Hay al menos tres aspectos esenciales de la vida, obra y pensamiento de Poe que le impresionaron profundamente: su pobreza y muerte trágica, su idea acerca del mal en la vida humana, y la idea de composición como factor de construcción del poema, tal como Poe expuso en su artículo ‘Filosofía de la composición’. Baudelaire dedujo que la vida de Poe estuvo afectada por una especie de “providencia diabólica” que recae sobre “los hombres de imaginación” y así fue un mártir al negarse a transigir con el mundo de la mercancía, en una sociedad como la estadounidense que Baudelaire describió como mera “barahunda de compradores y vendedores”.

Por otra parte, el Poe de los relatos —no el de los poemas ni de los artículos periodísticos— persuade a Baudelaire, tanto como Sade y De Maistre, que en los confines del hombre yace siempre, determinándolo: el mal, y que la historia humana no es otra cosa que una constante e imparable caída en la degradación. Finalmente, las ideas de Poe sobre la composición poética influyeron en la eficacia alcanzada en la construcción del poema por Baudelaire y en la arquitectura de ‘Las flores del mal’. A cambio de todo ello, se puede decir que Baudelaire tuvo una gran influencia en la revaloración de Poe en Europa. Su traducción de los cuentos del escritor estadounidense es magistral: convirtió la escritura agitada, desequilibrada e inestable de Poe en una prosa a la vez armoniosa y acerada que sedujo a la crítica como no habían conseguido hacer los originales entre los lectores especializados de Estados Unidos e Inglaterra.

—¿Cómo analiza usted esa idea del mal como crítica de la sociedad capitalista que Baudelaire desarrolló en su poesía? ¿Cómo se refleja esa crítica en la actualidad?

Hay que entender de qué habla Baudelaire cuando habla del mal. En sentido obvio, habla del pecado original, pero decir eso es quedarse en las mismas: el pecado original es el mal. El mal es la noción o el concepto que en Baudelaire engloba la moral entera del capitalismo, de la modernidad, del mundo en tanto dominado por el comercio, la industria, las finanzas, el afán de dominio y poder, el lucro, lo útil y lo repetido: todo lo que en nombre del progreso material niega o mengua la vida humana, la sensibilidad, la libertad, la individualidad. Se puede decir que el mal, en suma, es todo lo que atenta a la multiplicación y crecimiento de lo humano. Si quiere acercarse de un modo más empírico a la idea baudelaireana del mal no hay más que leer con atención el primer poema, titulado ‘Al lector’, de ‘Las flores del mal’. Todo lo que en ese poema se dice de la vida en la Francia de mediados del siglo XIX, se puede decir igualmente de la vida en nuestras ciudades en el año 21 del siglo XXI.

—¿Cambia de algún modo la sensibilidad de Baudelaire en los ‘Pequeños poemas prosa’?

No creo que se pueda decir que la sensibilidad de Baudelaire cambia de un libro a otro, entre otras razones porque en una proporción importante, tanto ‘Las flores del mal’ como ‘Los pequeños poemas en prosa’, fueron escritos de un modo simultáneo. Baudelaire declaró que los poemas en prosa eran “todavía” ‘Las flores del mal’, pero con más humor y más libertad. En los dos libros está el mismo Baudelaire, solo que en ‘Spleen de París’ la libertad de la prosa permite a Baudelaire explorar y hasta especular, de manera imaginativa e incisiva, en la vida de su ciudad, de su prójimo, en el mundo agitado de su propia alma y en su mente apasionada, como se puede ver en poemas como ‘El extranjero’, ‘La estancia doble’, ‘Apaleemos a los pobres’, ‘Cada cual con su quimera’ que parece precursor de Kafka, ‘El mal vidriero’, ‘Las muchedumbres’ o ‘Embriagaos’, que pareciera una consigna de la contracultura de los sesenta y los setenta en Occidente.

—En un ensayo T. S. Eliot afirma que por un tiempo “estuvo de moda tomar en serio el satanismo de Baudelaire”, pero que en realidad el poeta logró descubrir “el cristianismo por sí mismo”. ¿Por qué contrario a lo que una lectura superficial pudiera dar a entender, más que satánica, la poesía de Baudelaire tiene una importante influencia del cristianismo?

Baudelaire tuvo una educación católica y era un hombre profundamente cristiano, que rezaba todos los días, aunque en su cielo no estuvieran solo Jesús y los santos de la tradición sino también Edgar Allan Poe y su padre François Baudelaire. Obviamente, su cristianismo no se expresa solo en la oración: su obra está empapada de piedad, caridad y genuina compasión, y los conceptos que estructuran su pensamiento, presentes en su poesía y sus diarios y memorias, provienen de la doctrina cristiana: bien y mal, pecado y virtud, caridad, salvación y condena, cielo e infierno, si bien su convicción acerca del mal y la naturaleza no forma parte de la ortodoxia de la iglesia. Sobre lo que se llama satanismo, hay que tener presente que a mediados del siglo XIX en Europa y particularmente en la Francia revolucionaria, Satán tiene un significado inverso al convencional: puesto que Dios favorece a los verdugos, o sea los patronos, Dios es el mal y por tanto Satán es una fuerza liberadora. De allí que Baudelaire en sus famosas ‘Letanías de Satán’ escriba: “Tú que, para consolar al hombre débil que sufre,/ nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre,/ […] Báculo de los exiliados, lámpara de los inventores,/ confesor de los ahorcados y de los conspiradores”. El satanismo de Baudelaire, por tanto, tiene una importante dimensión política.

—Baudelaire carga con una leyenda negra, incluso promovida por algunos biógrafos como Jean Teulé, autor de ‘Crénom, Baudelaire!’, quien afirmó en una entrevista reciente que el poeta era “de una crueldad total (…) quería que lo detestaran”. Para muchos, Baudelaire fue un hombre perverso, fiel reflejo de sus poemas más extremos y desafiantes a la moral. ¿Qué opina de estas declaraciones y cómo asumió usted la leyenda negra de Baudelaire en su biografía?

‘Las flores del mal’, que Baudelaire concibió como una especie de diccionario de los vicios y perversiones del espíritu humano, multiplicados por la forma de existencia en la sociedad capitalista, es un libro intensamente moral. Baudelaire es un moralista, como todos los malditos. La pintura del mal es el camino que cierta corriente elige para hacer desear el bien. Es cierto que en algunos poemas hay rasgos de sadismo, pero tales rasgos generalmente se encuentran solo en escenas de amor carnal. Es curioso cómo muchas veces en el proceso de lectura terminamos asignando al autor elementos de la obra, lo que no pocas veces nos descarría… A Baudelaire le pasó eso muy pronto: pocos años después del escándalo de ‘Las flores del mal’, él fue a Bruselas y allí hubo gente que esperaba ver poco menos que a un monstruo, y se sintió decepcionada de descubrir que el autor de ese libro censurado y provocador era un hombre educado y elegante. No dejo de sorprenderme cómo hasta hoy personas de gran cultura tienen a Baudelaire y a los malditos como gente moralmente mala, perversa, lo cual no se corresponde con las biografías. No, desde luego, en el caso de Baudelaire. Francamente, no encuentro base biográfica para hablar de crueldad en su vida, hasta donde sabemos ahora. En mi biografía yo intenté a toda costa atenerme a los hechos verificados, comprobados y documentados.

—¿Aún sigue vigente la crítica de Baudelaire a la moral triunfalista que hoy se vive en la cultura y sobre todo en el mundo del espectáculo?

Los principales valores que rigen el mundo no han cambiado. El ser humano sigue siendo el mismo y las sociedades modernas que Baudelaire vio nacer no han hecho otra cosa que destilar el veneno que él percibió en ellas. El capitalismo se ha desplegado siguiendo de manera implacable las matrices obscenas que ya mostraba hace siglo y medio. La vida sigue desapareciendo, y esa fue una de las mayores críticas de Baudelaire, que se preguntaba adónde había ido a parar la vida que desaparecía de Europa: “la vida quizá se haya refugiado en alguna tribu no descubierta todavía”, escribió. En términos generales, se puede decir que la cultura no hace otra cosa que entonar el coro y abrillantar las bambalinas de las escenografías que el capitalismo pone en escena. Pronuncia usted la respuesta. Digo esto pero no quisiera transmitir una idea de pureza de Baudelaire que sería falsa: él pactó con dios y con el diablo para sobrevivir, de lo que no se sentía orgulloso y le ocasionó, me temo, conflictos interiores. La más alta moralidad de Baudelaire, sin embargo, se concentra en su obra, y allí su soberanía no tuvo límites.

—¿Cómo fue la relación de Baudelaire con su padrastro, el general Aupick? ¿Considera que la relación con esta figura de autoridad generó una reacción en el poeta?

La relación fue muy mala. El general pretendió proveer a su hijastro de disciplina, prudencia, firmeza de carácter, valores familiares y una profesión, todo lo cual fue rechazado por Charles. Aupick no significó para Baudelaire otra cosa que la esencia del autoritarismo, que le hizo instigar a sus correligionarios de la revolución de 1848 a perpetrar un ataque contra la Escuela Militar dirigida por Aupick, de donde nace la famosa consigna contracultural de “matar al padre”, adoptada por los jóvenes rebeldes de Estados Unidos y medio mundo en los años sesenta y setenta, un lema que tuvo una enorme repercusión gracias entre otras cosas en la célebre canción ‘The End’, del gran Jim Morrison y The Doors, que Coppola usara como banda sonora nada menos que de ‘Apocalipsis Now’. Sin embargo, Baudelaire sintió mucho la muerte de Aupick, en quien al final vio un buen hombre, que había sabido cuidar de su madre Caroline.

—¿Y cómo influyó en él la figura de su verdadero padre, Joseph-François Baudelaire, que murió cuando el poeta tenía seis años?

Baudelaire veneraba la memoria de su padre. De él heredó el amor al arte plástico y quizá también a la literatura, y una esencia aristrocrática que no se puede negar en Baudelaire y que él mismo reconoció pese a su gusto por lo popular, también inocultable. En cierta ocasión, en una disputa con el general Aupick, Baudelaire aseguró a su padrastro que él estaba dispuesto siempre a hacer respetar el honor de su apellido y la memoria de su padre. Es conmovedor saber que siempre conservó un retrato de su padre, que lo llevó consigo en sus innumerables mudanzas, a todos los domicilios, más de treinta, que tuvo en París y Bruselas.

—¿Por qué sigue siendo importante leer a Charles Baudelaire en la actualidad?

Leer poesía, y más aún la gran poesía, es importante para mantener activa la sensación no solo de que seguimos vivos, sino de que estamos vivos como seres humanos. Porque a estas alturas ya se puede dudar de que sea verdadera la humanidad de un mundo ajeno al arte y la poesía. Personajes como Baudelaire, Dante, Hölderlin, poetas en sentido eminente, nos ofrecen la certeza de la vida humana como algo superior. En el caso de Baudelaire creo que hay dos nociones omnipresentes en su poesía que nos ponen delante de grandes desafíos en cuyo ahondamiento se juega nuestro futuro como especie (cosa que por otra parte hacen siempre los verdaderos poetas): el mal y la compasión. Hannah Arendt escribió que después de la Segunda Guerra mundial la meditación sobre el mal era la más importante tarea que le esperaba a la humanidad. Baudelaire intuyó y diagnosticó ese malestar.

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