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Evelio Rosero presentará su novela 'Casa de furia', el 17 de agosto en el marco de la FILBo 2021. | Foto: Foto: Luisa González / Colprensa

LITERATURA COLOMBIANA

De la fiesta a la barbarie: Evelio Rosero habla sobre su nueva novela ‘Casa de furia’

El escritor Evelio Rosero presenta su más reciente novela ‘Casa de furia’, una historia centrada en una familia y su casa, pero donde cruzan múltiples personajes a medida que una celebración se convierte en la consumación de la muerte, y en una metáfora de la violencia colombiana.

15 de agosto de 2021 Por:  L. C. Bermeo Gamboa, periodista de Gaceta

La familia Caicedo Santacruz está compuesta por los padres, Ignacio y Alma, y sus seis hijas, casi todas nombradas como ciudades o países: Francia, Lisboa, Armenia, Palmira, Italia, y la menor, Uriela, que se salvó de esta tradición bautismal. Es 1970 y todos viven en un reconocido barrio de “gente bien” en Bogotá. La casa, como la describe el tío Jesús, hermano calavera de Alma Santacruz, “es grande como un pueblo, tiene dos pisos, un altillo como una habitación donde muy bien podría vivir hasta morir, un patio con santuario y mesa de pimpón, dos jardines: uno afuera y otro adentro, dos puertas, la principal y la de atrás”. En este espacio reducido, en apariencia, pero con una capacidad de expansión sorprendente, es donde se concentra el universo populoso de ‘Casa de furia’ (2021), la nueva novela de Evelio Rosero que lleva al límite su destreza narrativa y su capacidad de crear personajes cuyas historias, que son pequeñas novelas dentro del gran marco de la casa, van avanzando, cruzándose y perdiéndose en el transcurso de un solo día.

Desde la concepción narrativa, en ‘Casa de furia’, como es característico en la obra de Evelio Rosero, se reconoce una ambición totalizadora, pero cuya estructura, contrario a la tradición de la novela moderna europea, que como James Joyce en ‘Ulises’, o Alfred Döblin en ‘Berlín Alexanderplatz’ y Andréi Bely en ‘Petersburgo’, se apropiaron de escenarios urbanos para construir un relato donde la protagonista fuera la ciudad misma, y sus diversos personajes fluyeran a través de ella, generando un gran fresco de la vida. Pero en ‘Casa de furia’, su autor comprime esa multiplicidad dentro de una casa particular, y su ambición se revela en que el procedimiento es inversamente proporcional, entre más pequeño es el espacio, más historias pueden contener. En ese sentido, para Evelio Rosero, la casa no solo puede equipararse a una ciudad, la casa es el universo mismo, es la historia toda de la humanidad. Salvo que en este caso, obedeciendo a un signo funesto, el autor cifra su narración entre la alegría indiferente de la fiesta y advenimiento sorpresivo de la muerte.

En efecto, la trama principal de la novela son los preparativos y la celebración de un aniversario de bodas, el de Ignacio Caicedo y Alma Santacruz, quienes invitaron a sus amigos y parientes más cercanos, excluyendo a otros que no obstante también llegarán a la fiesta, como el tío Jesús, que una vez más con su genio picaresco augura desde las primeras horas de la mañana, “hay fiesta, pensó, y de las buenas, donde todo puede ocurrir, desde el cielo hasta el infierno”.

Mientras la fiesta se consuma, por los pasillos, las escaleras, el jardín, las habitaciones, el balcón, el baño, la cocina, y otros lugares de la casa, el autor va tejiendo su red de historias con el largo inventario de personajes, que recuerda a las combinaciones de Italo Calvino en ‘El castillo de los destinos cruzados’, pero sin la obsesión sistemática del italiano. No obstante, esta es la red de una araña desconocida incluso para el lector, y como moscas inocentes quedarán adheridos cada uno de los personajes, muy pocos lograrán desprenderse. Sin embargo, aunque la narración nunca reflexiona sobre los acontecimientos, puesto que el escritor busca presentar su historia con la velocidad de la vida misma y el caos grotesco de la fiesta, poco a poco, el lector percibe que está en medio de en un rito tribal, así sean los años 70 y ocurra en una ciudad ‘moderna’. La fiesta en muchas ocasiones, y esto destaca un rasgo de la historia colombiana, solo es el preludio de la masacre.

Y entre la diversidad de personajes, muchos de los cuales tienen historias con más intensidad que la trama central, entre la alegría de la fiesta, surge desprevenidamente Nimio Cadena y su cohorte de la muerte. Es entonces cuando inmerso en su mundo de indiferencia, Nacho Caicedo comprende que sus actos tienen consecuencias más allá de su imaginación bienpensante. Curiosamente, uno de los momentos más intensos de la novela no está determinado por la violencia, sino por el diálogo: es cuando Nimio Cadena justifica con lo injustificable su venganza, y convencido de la honorabilidad de sus actos incluso llora. Pero Nacho Caicedo, un abogado que no se ha negado a abusar del poder en beneficio de su familia y amigos, logra desarmarlo con dos palabras, a cambio de tener la razón recibe una tortura. Aquí el escritor refleja la ambigua, por no decir perversa moral, que tienen muchos colombianos frente a la justicia, nadie quiere aceptar sus errores, porque es más fácil borrar sus culpas callando al otro, acabando con él.

—La casa es uno de los principales temas de la literatura universal y, en Colombia, se refleja en obras como ‘La casa grande’ de Cepeda Samudio, ‘Cien años de soledad’ que en algún momento su autor llamó ‘La casa’, o incluso ‘Casablanca la bella’ de Fernando Vallejo, y otras más… ¿Por qué le interesó retomar este tema de la casa, y qué distancias tomó de obras precedentes, qué perspectiva particular quiso agregarle a su novela?

La casa ha sido además un tema reiterado en mis primeros cuentos, en la generalidad de mis novelas. Y si nos ponemos a ver, es el epicentro de la literatura universal: Ulises regresa a Ítaca, a su casa, afrontando todos los peligros. ¿En qué novela contemporánea no hay una casa? Parece que es el mismo hombre. Por eso cuando asumí el espacio físico de mi novela no me sentí sobre terrenos desconocidos. Ya en otras casas me había sumergido, en la casa de tres pisos de ‘Las muertes de fiesta’, en la casa del profesor Pasos de ‘Los ejércitos’, destruida por la guerra… Claro que nunca como en esta novela la casa es protagónica, es un escenario múltiple de vidas, de sensualidad y desolación y soledad, porque cada habitación encierra una historia, incluso los baños y la cocina, el patio de animales, el jardín. Fue un trabajo minucioso, paso a paso, por los sitios que la crítica ha dado en llamar un laberinto. Es cierto.

—¿Cómo surgió la idea de escribir esta novela, hubo algún incidente que lo motivara, y cuánto tiempo le tardó escribirla?

Demoré alrededor de dos años largos. La idea partió de las fiestas familiares que se celebraban en mi casa, y en la casa de mis amigos de barrio, sobre todo los fines de año, en navidad. En esa época, los diferentes vecinos terminábamos visitándonos y compartiendo. Yo era un niño, un preadolescente, pero desde entonces me fascinaba sentarme a contemplar el escenario de los mayores, hombres y mujeres, adultos y ancianos, escuchaba sus mundos, sus historias. La fiesta, como tal, ya era un deseo recóndito en mi alma de novelista. Hubo algunos intentos, o versiones, de la fiesta en la casa, pero el reto lo asumí por completo en ‘Casa de Furia’. Algunos de los personajes tienen un detonante real, unos tíos, unos primos, pero solo eso. Ellos solo prefiguran el personaje de ficción, inventado, que después se apodera de la novela con todo y su argumento.

—La novela está ambientada en 1970, sin embargo, bien podría ubicarse en cualquier época de Colombia, ¿por qué precisó esta fecha en particular para ‘Casa de furia’?

Porque fue en 1970 que regresamos a vivir en Bogotá, luego de una estadía de cuatro años en Pasto. Yo me fui a Pasto a los 8 años y regresé a Bogotá a los 12. En Bogotá, en el barrio La Castellana, donde llegamos, las cosas eran muy distintas a Pasto. Los niños beisbolistas que describo eran idénticos, las amas de casa, las vecinas, los Beatles, en fin, los 70 fueron años definitivos para la gente, para el país.

—Más que una casa, el espacio donde transcurre la historia de ‘Casa de furia’ es un laberinto, ¿qué opina de esta apreciación, de algún modo su intención fue crear un espacio donde todos los personajes se cruzan y pierden?

El laberinto no fue intencional. Es la apreciación de un lector crítico respecto a esta obra, y yo la comparto. Pero yo me preocupaba por describir con detalle cada espacio, por ubicar al lector sin perderlo en cada recodo de la casa, patio, jardín, habitación… y, sin embargo, fíjese, las cosas me salieron laberínticas, por lo que parece.

—¿Cuál fue el origen de la familia Caicedo Santacruz, por qué decidió que las hijas fueran solo mujeres y que la madre, Alma Santacruz, ejerciera ese poder sobre todos?

En mi casa somos nueve hermanos, cinco mujeres y cuatro hombres. Y mi mamá era tan autoritaria y generosa como Alma Santacruz. La novela está dedicada a mis hermanas, y en algunos momentos hago un elogio de nuestra vida en común, o una chanza, un guiño que seguramente las divertirá, espero. Ellas siempre han sido buenas y sinceras lectoras de mis obras.

—¿Qué importancia tienen las mujeres en esta novela?

La misma importancia que les he dado en todas y cada una de mis novelas. Creo que las mujeres son el oxígeno de mis historias, por ellas se mueven los demás personajes, para bien o para mal, por ellas se ríe o se llora, seguramente por ellas escribo. Uriela y la Mona, en la novela, son dos personajes antagónicos pero definitivos.

—El tío Jesús es un personaje memorable que de algún modo siempre altera la trama con sus impulsos, también tiene algo de quijotesco en su manejo del lenguaje y al mismo tiempo es picaresco, ¿qué lo inspiró a crear este personaje y cómo determinó su carácter?

Es otro personaje que proviene de la realidad, es de mi familia. Andaba repleto de frases célebres, de episodios de la biblia, de poemas de Julio Flórez, de anécdotas de Vargas Vila, yo me lo encontraba a veces en los buses, cuando iba a la universidad. Un día no lo saludé porque no lo reconocí, y entonces hundió su índice en mi abdomen y me dijo: “A ver, a ver, joven, reconozca a su tío, yo soy de su familia, soy de su sangre”. Mi tío es el detonante del personaje: sobre su recuerdo edifiqué al personaje quijotesco y picaresco que usted me menciona.

—¿Cómo fue surgiendo ese estilo grotesco y carnavalesco de su novela, por qué decidió escribirla con esta estética, alguna obra o autor en particular fue su modelo para desarrollar este estilo?

Bueno, a estas alturas yo no contemplo obras o autores para tener en cuenta cuando acometo una novela. Yo soy pura memoria humana, pura intuición. La novela, el tono de la novela, me los traen los mismos personajes que edifico. Eso sí, el carnaval que puede alentar varios de los sucesos de la obra puede ser el mismo carnaval pastuso, el que viví de niño, con mi familia. Pero el aspecto grotesco es el que rige muchos de los episodios de la historia del país, sobre todo los políticos.

—En ‘Casa de furia’ hay una estrecha relación entre fiesta y barbarie, ¿por qué le interesó abordar desde la ficción este carácter violento y festivo de Colombia? ¿Considera que la violencia en Colombia no puede entenderse sin su aspecto festivo?

Es importante lo que usted me señala, eso de fiesta y barbarie. Así podría titularse cualquier novela colombiana. Pareciera que a barbarie cometida fiesta enseguida, ¿verdad? Ahora, ese carácter violento y festivo de Colombia no lo abordo conscientemente. Digamos que él me aborda a mí cuando escribo. ¿Cómo no? Soy ciudadano de mi país.

—¿Cómo fueron surgiendo esta cantidad de personajes, cada uno con su propia historia, que interactúan en su novela? ¿En su caso cuál es el método para crear personajes, cómo nacen y los va configurando?

Fue un reto tremendo, la cantidad de personajes, porque pretendí que todos resultaran protagónicos, o por lo menos con su propia historia, sin que fueran telón de fondo. Para adelantar los diferentes episodios puse en la pared, en uno de esos carteles de corcho, en papelitos de colores, los nombres de cada personaje, primero para no olvidarlos, después para no olvidarme de darles la merecida felicidad o infelicidad, y también la respectiva muerte. Así, con los meses y los años iban poco a poco desapareciendo los diferentes papelitos hasta que solo quedé yo, el último y único ser vivo de la novela. Pero cuando yo desaparezca serán ellos los que seguirán viviendo. De eso se trata.

—En esta novela, y otras como ‘Los ejércitos’ y ‘En el lejero’, hay una fascinación por los relatos multitudinarios, ¿qué importancia tiene para usted contar historias desde esta perspectiva múltiple?

Siendo lector de mi propia obra, creo que he abordado los relatos multitudinarios con la misma fascinación que los individuales, aquellos donde un solo personaje es el protagónico. De hecho, la primera novela, ‘Mateo Solo’, es la prueba. Pero repito: no es una elección voluntaria; las cosas se van dando en la novela a medida que transcurren las páginas, los días, los capítulos, los meses, los años. De pronto aparece el final y uno no sabe con certeza qué hizo, si algo épico o lírico. Y, en fin, eso no es lo importante. Lo realmente importante es la certeza de haber hecho algo bueno. Algo sincero y contundente. Ojalá.

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