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Andrés Otálora ofrece tapabocas estampados que tienen en su interior telas antifluido y vienen en diseños que se ajustan a la forma del rostro, de una forma muy estética. | Foto: Foto: Cortesía Andrés Otálora

SALUD

Tapabocas: de elemento de protección a accesorio clave en la vida cotidiana

El tapabocas llegó como un elemento de protección, pero se convirtió en una prenda que define la moda en tiempos de pandemia.

10 de agosto de 2020 Por: Redacción de El País

Es el adminículo facial que ha ocultado las sonrisas de todo el mundo. Ante la pandemia del Covid-19, el rostro humano y toda su gama de gestos han quedado reducidos a la mitad por la presencia, incómoda aunque vital, del tapabocas. Este pequeño accesorio cuya historia se remonta a la época medieval, se ha convertido en la imagen distintiva de la nueva normalidad. Hasta los líderes mundiales más poderosos y reacios, como Donald Trump y Jair Bolsonaro, han terminado por usarlo.

Sin embargo, cuando han pasado casi 10 meses desde que empezara el primer brote de Sars Cov-2 en Wuhan (China), y cinco meses desde que se decretara la emergencia sanitaria en Colombia, lo que había empezado como una medida de contención viral recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS); el tapabocas (cubrebocas, mascarilla facial, barbijo), poco a poco fue asimilado por una sociedad temerosa del contagio, que rápidamente lo transformó en una tendencia de la cultura popular y la moda del momento. Pocas veces en la historia una prenda de uso quirúrgico, terminó inspirando a los diseñadores y exhibiéndose en las pasarelas.

No obstante, la invención y desarrollo del tapabocas se debió a diferentes avances de la medicina a lo largo de la historia, momentos donde algunos de los científicos más importantes descubrieron, primero por intuición y después con fundamentos físicos, que cubrirse boca y nariz en ciertas circunstancias previene contagios infecciosos.

De hecho, los primeros registros que se tienen del uso de algo parecido a un tapabocas, en realidad no son nada ‘fashion’. En algunos museos se pueden observar algunas mascarillas del siglo XIV en el medioevo, usadas cuando Europa padeció la llamada Peste Negra (bubónica) que dejó millones de víctimas. Entonces, los médicos que trataban a los contagiados creían la teoría de los “malos aires”, por lo que para protegerse de ese mal invisible diseñaron un tipo de máscara hecha en cuero que les cubría toda la cabeza y tenía un pico largo como de ave en la parte de la nariz, allí colocaban unas infusiones de plantas aromáticas para contrarrestar el olor de los enfermos y cadáveres. Ese diseño, más un sombrero, botas y una capa, que los hacían parecer como demonios o seres terroríficos, pese a todo los protegió, ya que el cuero mantuvo alejadas a las pulgas que transmitían la peste (esto se supo a principios del siglo XX), y las hierbas en la nariz tenían propiedades antisépticas que neutralizaban las bacterias que podían transmitir los enfermos.

Desde la Edad Media todo siguió igual, solo fue hasta finales del siglo XIX, un gran momento para la ciencia médica —del que aún se beneficia la humanidad—, cuando los sucesivos descubrimientos del francés Louis Pasteur sobre los microbios y gérmenes (que habían sido invisibles hasta la invención del microscopio) como verdaderos agentes infecciosos, los aportes del alemán Robert Koch sobre las bacterias que causaban la tuberculosis y el cólera, así como la implementación del método antiséptico creado por el inglés Josepth Lister; prepararon el camino para la gran innovación de un cirujano polaco. Fue en 1897 cuando Johann von Mikulicz-Radecki, ayudado por el higienista alemán Carl Flügge quien había demostrado que las gotas respiratorias de los mismos médicos —como de cualquier persona— transportaban bacterias, decidiera empezar a usar en sus cirugías un tapabocas, objeto que él describió en su momento como “un trozo de gasa atado con dos cuerdas a la gorra, y abarcando la cara para cubrir la nariz, la boca y la barba”. Así creó el primer tapabocas propiamente dicho, algo que resultó muy extraño para muchos de sus colegas contemporáneos, pero la ciencia se encargó de explicar por qué era necesario usar el tapabocas en los quirófanos. Por la misma época un médico húngaro llamado Ignaz Semmelweis descubrió otra de las medidas claves para prevenir los contagios y fundamentales en la actualidad: el revolucionario acto de lavarse las manos.

Para Aceneth Perafán Cabrera, doctora en historia del medioambiente y profesora de Univalle, “todo esto se originó desde que los médicos reconocieron que el ambiente está cargado de patógenos causantes de muchas enfermedades, de los cuales debíamos protegernos, y más cuando se realizan intervenciones quirúrgicas. Por eso el concepto de asepsia se vuelve crucial para la medicina, y se empiezan a crear herramientas para mantener la limpieza en las operaciones, este cirujano polaco fue creador de muchos instrumentos quirúrgicos y técnicas de higiene, fue el primero en usar tapabocas y también guantes para una operación”.

Según el artículo ‘Una historia de la máscara médica y el surgimiento de la cultura de usar y desechar’, publicado en la revista The Lancet, “la máscara facial (o tapabocas) representaba una estrategia de control de infecciones que se centraba en mantener alejados todos los gérmenes, en lugar de matarlos con productos químicos. (…) Estas máscaras se generalizaron cada vez más. Un estudio de más de 1000 fotografías de cirujanos en quirófanos en hospitales de EE.UU. y Europa entre 1863 y 1969 indicó que para 1923 más de dos tercios de ellos llevaban máscaras y para 1935 la mayoría de ellos usaban máscaras”.

En este sentido, fue a principios del siglo XX cuando los tapabocas empezaron a desfilar fuera de los quirófanos, debido a los diferentes brotes virales que se presentaron y obligaron a que la comunidad en general usara tapabocas caseros en las calles como medida preventiva. Los primeros casos ocurrieron durante la peste de Manchuria (China) de 1910 y la pandemia llamada peste española de 1918. “Durante la pandemia de gripe de 1918-1919, el uso de una máscara se convirtió en obligatorio para las fuerzas policiales, los trabajadores médicos e incluso los residentes en algunas ciudades de los Estados Unidos, aunque su uso fue a menudo controvertido. En ciudades como San Francisco, la disminución de las muertes se atribuyó en parte a las políticas obligatorias de uso de máscaras”, afirman en el artículo.

Para los años 60 el tapabocas ya era usado obligatoriamente en todos los quirófanos, desde 1926, y además de indicarse para evitar contagios, empezó a ser usado para cuidarse de la polución. De hecho, es en 1961 cuando el investigador M. Musselman diseña el primer tapabocas desechable. Aunque en el mercado se encuentra una oferta de diferentes tipos de tapabocas, la OMS distingue tres clases: mascarillas médicas o quirúrgicas, mascarillas autofiltrantes como las FFP, FFP2, FFP3, N95 y N99 que están diseñadas específicamente para personal médico. Y también las mascarillas higiénicas (también conocidas como tapabocas de tela o mascarillas caseras) que actúan como barrera para evitar la propagación del virus, siempre que se usen combinando las otras medidas de prevención: evitar tocarse la cara, mantener una distancia física de al menos un metro con los demás y lavarse frecuentemente las manos.

Protección ante todo

La Organización Mundial de la Salud ha dado recomendaciones específicas para el uso de la mascarilla de tela: “Lávese las manos antes de ponérsela, verifique que no tenga rasgaduras ni agujeros, evite el uso de cubrebocas dañados, ajústelo de modo que le cubra la boca, la nariz y la barbilla sin dejar huecos a los lados. Además, evite tocar la mascarilla mientras la lleve puesta, cámbiela si se ensucia o humedece, límpiese las manos antes y después de quitársela; y para hacerlo, retire primero las tiras de detrás de las orejas sin tocar la parte delantera”.

En cuanto a la conservación de la mascarilla de tela, la OMS aconseja: “Si no está sucia ni húmeda y piensa reutilizarla, póngala en una bolsa de plástico limpia y con cierre hermético. Si necesita usarla de nuevo, cójala por las tiras elásticas para sacarla de la bolsa. Lávela con jabón o detergente, preferiblemente con agua caliente (al menos 60 grados), como mínimo una vez al día. Si no se dispone de agua caliente, lávela con jabón o detergente y agua a temperatura ambiente y luego, hiérvala durante 1 minuto. O sumérjala en una solución de cloro al 0,1% por un minuto y enjuáguela bien con agua a temperatura ambiente (no debe quedar ningún residuo tóxico de cloro en la mascarilla). Asegúrese de tener su propio cubrebocas y no lo comparta. Recuerde que el uso de la mascarilla no basta para proporcionar un nivel de protección adecuado, por eso, conserve una distancia física de al menos un metro con los demás y lávese las manos con frecuencia”.

Por su parte, el doctor Lauro Fernando Rivera, especialista en medicina familiar y docente de la Universidad Icesi, explica que: “El virus tiene dos vías de contagio, por contacto y respiratoria, en esta última el tapabocas es la más efectiva”. Pero advierte: “Puedes tener el tapabocas puesto, pero cuando entras en contacto con una superficie contaminada, no te lavas las manos y pones tus manos en la cara, ojos, nariz o boca, así tengas el tapabocas, te puedes contagiar. La combinación de las medidas es lo más efectivo”.

“Evitar el contacto con muchas personas, así como las aglomeraciones o reuniones en sitios cerrados, mantener la distancia de seguridad con otros y el uso obligatorio del tapabocas en cualquier espacio público o en grupos familiares y el lavado de manos son las medidas actuales más efectivas para prevenir el virus”, insiste. “Si usted sale a la calle, debe lavar sus manos cada vez que entre en contacto con alguna superficie o con otras personas, en casa cada hora”.

Accesorio vital

El barbijo en Argentina, la mascarilla en España, el cubrebocas en México y el tapabocas en Colombia, se ha convertido en un accesorio de protección imprescindible y en parte fundamental del vestuario, por lo que los creativos de la moda ya lo incluyen en sus líneas. Es el caso de diseñadores colombianos como Andrés Otálora, Carlos Armando Buitrago, Esteban Cortázar, Lina Cantillo, Olga Piedrahita, Diego Guarnizo.

Otálora ha diseñado tapabocas en algodones, linos y telas estampadas y lisas de sus colecciones, incluyendo en su interior telas antifluido, curvos, planos, con resorte o cuerda, “Son sets de tres tapabocas diferentes, que se pueden lavar con jabón de baño, de 30 a 50 veces, además de garantizar mayor proyección que los desechables, no estamos arrojando 50 o más tapabocas a la basura, sino que se contribuye a un mundo más sostenible”, dice el diseñador, quien tiene pedidos para Costa Rica, México, Panamá, Barcelona, Miami, Nueva York, Ecuador y Colombia. “Hemos estudiado la morfología de la cara, para que quede cómodo y la persona se vea bien. Para que el rostro se vea delgado están los que tienen asentamiento en la parte del mentón, o para las personas con nariz grande, hay unos especiales”.

También Senda by Nelly Rojas creó unos tapabocas para entregar a sus clientes como un lindo detalle y como medida de bioseguridad, por compras superiores a $100.000 por compras online o en sus tiendas.
Esta estrategia se llevó a cabo entre abril y julio y ya quedan pocos tapabocas. Marcas como Safetti, Vélez, Bosi, Alado, Genealogy, Mon & Velarde, Maaji, Leonisa y el Éxito, los incluyen en sus catálogos.

Empresas como Offcorss los producen para niños. Mario Hernández lanzó su línea de ‘esenciales’, colección de tapabocas ‘premium’ para acompañar trajes elegantes. Ralph Lauren, Chanel, Christian Siriano y Prada los fabrican en sus talleres para donarlos a personal médico; el diseñador paisa Camilo Álvarez lidera una campaña similar para hospitales de poblaciones, y el diseñador caleño Raúl Peñaranda, quien vive en Nueva York, los confecciona y dona a hospitales de Estados Unidos.

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