El pais
SUSCRÍBETE
Ellas son Elena Hinestroza y Ana Judy Gamboa, cantaoras del grupo Integración Pacífica que es dirigido por Elena y reúne a quienes cantan por la paz, mujeres capaces de renacer en el canto. | Foto: Especial para El País

VISIÓN DE GÉNERO

Las voces que claman por la resiliencia y el perdón en Colombia

Día a día, miles de madres colombianas sobreviven a los recuerdos de lo que el conflicto armado dejó en sus vidas. Con música y protestas construyen su camino a la resiliencia.

27 de enero de 2019 Por: Diana Carolina Velasco / Periodismo con Visión de Género - UAO

De norte a sur ellas luchan ante el olvido, son mujeres a las que el conflicto armado ha desplazado de sus tierras e incluso a algunas les ha quitado a sus hijos. Este es un recorrido por Colombia guiado por ellas, aquellas que demuestran que no son el sexo débil sanando sus heridas.

Para este recorrido se requieren en la maleta algunos datos cruciales: según un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica publicado en agosto de 2018, el conflicto dejó al menos 262.197 muertos, de los cuales 215.005 eran civiles, hijos de algunas de estas mujeres.

Además, de los 6.433.115 desplazados de nuestro país contabilizados por el Centro Nacional, 3.301.848 son mujeres.

Bogotá: voces de lucha

Beatriz se alistó para la foto. No tuvo ningún temor al aceptar ser enterrada hasta el cuello en un cementerio para que el lente captara su rostro de resistencia, aquel que marcaba con su entierro el fin de un ciclo. La idea fue del fotógrafo Carlos Saavedra, un hombre que aceptó el proyecto de la Unidad de Víctimas titulado ‘Madres Terra’.

En ese momento antes de tener la tierra sobre su cuerpo, su mente le mandaba un mensaje de sanación: “Ese entierro lo voy a tomar como mío, va a ser un entierro simbólico, sin coronas, sin mis hijos llorando, voy a tomarlo como sanación, porque ya llevo 14 años muerta en vida y me merezco un entierro”.

Así se convirtió en una de las 15 madres en ser retratada por Saavedra con el fin de ser más que una exposición, pues en realidad el entierro fue un ritual de catarsis:

“Cuando Carlitos me dijo que ya estaba la foto, empecé a pararme y me sentí como el ave fénix que sale de sus cenizas, al quitarme la tierra de encima me sacudí la rabia y la impotencia hasta que quedé limpia, quedó limpio mi nombre y la memoria de mis hijos”. Y aunque para ella el nombre de sus hijos está libre de penas y acusaciones, siguió luchando por la verdad y la justicia que busca desde aquel lunes 24 de junio de 2004.

Lea también: La huella de dolor que el ELN dejó en dos familias vallecaucanas

Ese día era festivo, así que su hijo Weimar Castro Méndez y su sobrino Edward Benjamín Rincón Méndez salieron a dar una vuelta por Bogotá. A ambos jóvenes Beatriz los quería como a sus hijos, y sus palabras siempre se refieren a ambos como fruto de su vientre, aquel que sintió temor y angustia al no tener noticias de ellos al final del día. Buscó entre amigos y familiares, pero no halló nada. Tampoco pudo reportarlos como desaparecidos porque no habían transcurrido las 72 horas reglamentarias, así que Beatriz se fue a la cama llena de incertidumbre. “Jamás va a pensar uno que su hijo está en una morgue”.

A la mañana del día siguiente, los sonidos del radio le dieron una respuesta sobre sus hijos. “Última hora: en el sur de Bogotá en enfrentamientos con el Ejército, fueron dados de baja dos guerrilleros…” aunque era difícil de creer, a las 11 de la mañana Medicina Legal le confirmó que los supuestos guerrilleros eran Edward y Weimar. Con dolor en el alma, inició la pelea para demostrar que no eran guerrilleros, no podían serlo de un día para otro.

A partir de ese momento, sus hijos se sumaron a la cifra de lo que en 2008 se le dio el nombre de ‘falsos positivos’, ejecuciones extrajudiciales del conflicto llevadas a cabo por las Fuerzas Militares. A pesar de que la cifra de estas ejecuciones se había calculado entre 3000 y 4000 casos, en mayo del año pasado el libro ‘Ejecuciones extrajudiciales en Colombia, 2002-2010. Obediencia a ciegas en campos de batalla ficticios’, escrito por el oficial retirado de la Policía Ómar Eduardo Rojas, habla de 10.000 muertes de civiles que se contabilizaron como guerrilla.

Entre esos 10.000 están los hijos de Beatriz, una mujer que luego de tener el entierro de su duelo, hoy resiste para limpiar el nombre de sus hijos. Como integrante de Mafapo, la organización de madres de falsos positivos de Bogotá y Soacha, usa su voz y su alma para pedir justicia. Ya no está muerta en vida, ya el dolor quedó atrás, ahora su alma en pie de lucha y el tatuaje en su espalda con el nombre de Weimar y un ángel en oración le dan el aliento para seguir adelante. Ha afrontado el duelo y la tristeza. Es resiliente.

Al salir de la capital del país, el rumbo sigue por el Pacífico...

Bojayá, la esperanza olvidada

Perdonó para no envenenar su alma, aunque el dolor aún está en proceso de superación. Macaria Allín usa su palabra para alentar a otras madres que han sufrido a causa del conflicto armado en Colombia para tener la fuerza de seguir adelante y asegurar la no repetición de los hechos. Como parte de la organización Mujeres Guayacán de Bojayá, está en proceso de superar su duelo, mientras hace resistencia desde Bellavista, donde su voz pronuncia palabras de justicia: “estamos en resistencia, pero no hay paz. Ha sido golpe tras golpe, no ha habido ayuda. El duelo ha sido algo como esto es tuyo y tú verás qué haces con él. Me he unido a otras mujeres para que la lucha no termine rápido, que no nos dejemos combatir por el miedo”.

Macaria resiste mientras sana su alma de un hecho que conmocionó al país, la masacre de Bojayá, de la cual fue víctima lesionada y años después, como resultado de la violencia en la zona, uno de sus hijos le fue arrebatado.

De la masacre ocurrida en el 2002, que según cifras oficiales dejó por lo menos 79 fallecidos, Bojayá aún no se recupera, pues la violencia que continúa en el nuevo Bellavista, en donde el Gobierno reubicó a Macaria y al resto de la comunidad, hace que el duelo continúe y la esperanza luche más por conservarse.

“Hace falta que nos escuchen y nos vean”, dice Macaria, quien cuenta que aún hay desplazamiento “gota a gota” que revictimiza a la población que como ella no ha recibido la reparación correspondiente, pues debe rebuscarse como sea la cifra de un millón seiscientos mil pesos que paga cada semestre por la universidad de su hija en la Universidad Tecnológica del Chocó.

Las canas tiñen el cabello de una mujer que sabe lo que es la resistencia, por eso pide ahora reparación, no solo para ella, sino para Bojayá, ese lugar del que es símbolo el cristo mutilado como las almas de quienes sufrieron por la masacre.

Ahora es tiempo de sanar, y esa sanación es más efectiva si el Gobierno Nacional atiende los reclamos de esta población que como Macaria, mientras espera la paz, cree firmemente que “el tiempo lo cura todo”. Esta mujer está afrontando el duelo y sigue adelante. Es resiliente.
Macaria sigue en Bellavista, pero existen mujeres que han tenido que salir de su tierra para sanar y buscar la paz.

Cali: punto de resistencia del Pacífico

A Cali llegaron en busca de un futuro mejor. Su canto al ritmo de la marimba y el guasá ha sanado las heridas del destierro de Timbiquí y Anchicayá, ellas son Elena Hinestroza y Ana Judy Gamboa, cantaoras del grupo Integración Pacífica que es dirigido por Elena y reúne a quienes cantan por la paz; mujeres capaces de renacer en el canto.

Ambas fueron desplazadas por la violencia en sus territorios, lo que las trajo a Cali para salir adelante con sus hijos en una ciudad nueva.
En Timbiquí, Elena llenaba de alegría su día a día cantando los versos escritos para honrar a sus ancestros, y al verse obligada a salir de allí, fueron esos versos los que le ayudaron a renacer en una tierra desconocida: “Al escuchar la marimba y el guasá, recordé mi canto en Timbiquí, tomé la decisión de crear mi grupo para rescatar lo que tiene el Pacífico en su cultura y además ayudar a superar el duelo de quienes como yo dejamos atrás nuestros ríos y selvas”.

Elena sufrió violaciones en su infancia antes de ser desplazada, y Ana Judy soportó la violencia psicológica de su padre, además de la discriminación al llegar a Cali a la hora de conseguir empleo, pues un hombre le dijo que una mujer negra debía estar en su casa haciendo aseo y no en la calle buscando un trabajo. Por eso Ana Judy fue en busca de compañía para empezar a sanar su alma, y encontró a Elena.

A ambas las une la música del Litoral: “la música es lo que nos llena, nos hace vivir y resistir, y ahí es donde uno empieza a sanar”, comenta Ana, mujer que tiene a Integración Pacífica como su familia, pues sus dos hijos están en otros países. Siendo la mayor del grupo, ríe cada vez que le dicen “vos ya estás pa’ morirte” en broma, más no le gusta que la llamen víctima: “a nosotros ni siquiera nos gusta que nos digan víctimas, si nosotros tenemos todo, cuando nos hablan de víctimas nos estás aplastando y apartando de todos, eso no debe ser así, no somos víctimas, sino mujeres resistentes”.

Y Elena es la clara muestra de cómo una mujer sigue adelante a pesar del dolor, no solo por la tristeza de su alma al dejar Timbiquí, sino al ver cómo uno de los jóvenes del grupo que acogió como su hijo, murió de un infarto con el bombo en su pecho, el instrumento al que le daba vida en cada canto. A pesar de todo, Elena siguió cantando y entonando la música que la inspira a componer letras que reivindican su poder: “Donde nosotras vamos como mujeres negras, mujeres resistentes, mujeres del Pacífico colombiano, podemos imponer nuestra tradición, nuestro canto, nuestros versos”.

Estas mujeres inspiran paz, con sus trajes coloridos, su turbante y su guasá guardado en el bolso para tenerlo al momento en el que el alma quiere cantar, expresan su propio concepto de resiliencia: “tenemos una palabra que es la re-existencia, que es nacer de nuevo, y la llevamos de la mano con nuestras tradiciones ancestrales para germinar de nuevo”.

Todas nacieron de nuevo, todas resisten. En Bogotá, Bojayá y Cali hay ejemplos de resiliencia, de mujeres que además de haber sufrido por el conflicto armado, se enfrentan día a día a un país que no siempre las escucha. Todas estas mujeres coinciden en que la paz no está solo en el Acuerdo, sino que la paz está en todos, y sus voces seguirán luchando por ser escuchadas, para demostrar que la mujer ‘berraca’ y resistente de Colombia sí existe y vive en Beatriz, Macaria, Ana Judy, Elena y muchas más.

AHORA EN Colombia