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Hinchada de la Selección Colombia durante un partido del Mundial de Fútbol de Rusia 2018. | Foto: AFP

DEPORTES

¿Hace falta el fútbol?, una reflexión en días en los que el deporte está 'en pausa'

La editora de cultura y el editor de deportes de El País analizan lo que representa esta temporada sin goles ni gestas deportivas.

3 de abril de 2020 Por: Redacción de El País

La editora de cultura y el editor de deportes de El País analizan lo que representa esta temporada sin goles ni gestas deportivas.

Los días del no fútbol

Se han apagado -en estos días de pandemia- el eco ensordecedor de los goles, el estertor casero de las victorias televisadas; la sucesión frenética de torneos y ligas, ligas y torneos, que giran sin fin como la rueda de un hámster.

También ha cesado el mercadeo multimillonario de grandes eventos plagados de salchichas, cervezas y bebidas tamaño jumbo; camisetas, gorras y vasos plásticos, donde una tribu homogénea se siente distinta de la tribu homogénea rival.

Y en parte hay alivio. No por el deporte. No por la legítima maestría de deportistas como Roger Federer y Ronaldo, el primero que roza la danza y el segundo que supera a la máquina. Hablo de alivio porque se ha roto, querámoslo o no, el automatismo.

La pausa permite cuestionar, por ejemplo, la eterna deuda con las ligas femeninas, el desequilibrio de recursos entre deportes ricos y pobres, la desprotección de los atletas en coyunturas como la actual y la economía informal que araña las migajas de las grandes facturas del deporte.

El planeta ha sobrevivido varios días sin salir a la cancha y nadie ha muerto -que se sepa- por el aplazamiento de la Bundesliga; la noticia es que los médicos son más necesarios que las estrellas de salarios astronómicos y que al menos un niño ahora sueña ser virólogo o inventor.

Que en manos de los científicos está hoy la salvación de la liga humana, que los maestros son héroes sin pase millonario, que los esposos abducidos por la madre nodriza de ESPN han retornado al planeta tierra los domingos, y aunque parpadean un poco extraño, como extrañando el suministro adictivo de pasegol en la retina, parecen despertar.

Es cierto: nada como el deporte y su poder simplificador. El ganador, el perdedor. La victoria, la derrota. El desafío, la gesta. El héroe, el villano. La caída, el ascenso. La altura, la bajeza. Eso lo hace un lenguaje universal.

Quizá sea el único escenario de la vida real donde cabe la amable esperanza de la revancha, o donde el chico puede doblegar el poderío de un grande con la sola fuerza de su espíritu, expresado en el lenguaje de la fuerza, la velocidad, la resistencia y la estrategia.

Como las matemáticas, como la física, el deporte es el oasis donde unas reglas de juego claras producen una suerte de alivio mental ante la fiereza impredecible de la vida, o ante el peligro de la injusticia (aunque el deporte, tan humano, no lo excluya).

Pero veo alrededor un gran despertar, por ejemplo, de los hábitos de lectura. La gente ha tomado un libro en las manos, y esa es siempre una buena noticia porque el proceso de imaginar sin auxilio visual, de recrear emociones humanas más allá de la descarga de adrenalina del triunfo y la derrota, amplifica los referentes y cultiva otras sensibilidades.
Regresarán los días del gol, pero por lo pronto perteneceremos más al planeta tierra, que al planeta Fifa.

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El virus del fútbol

Fútbol. Seis letras. Una palabra. No cualquier palabra. Ahora que la pandemia del coronavirus nos ha obligado a viajar más dentro de uno mismo, caigo en la cuenta de que esa es quizás la palabra que más veces he pronunciado desde la primera vez que la dije.
Fútbol.

Fue mi viejo el que me presentó la pelota. Mi memoria me dice que tenía yo unos 4 años y nos íbamos caminando desde el barrio Libertadores hasta el Pascual los domingos en la tarde para ver al América. Camiseta roja y radio en mano. Los dos. De regreso a casa, también a pie, repasábamos todo el partido en nuestro diálogo. Desviación al cenadero El Bochinche. Un bistec y una chuleta, por favor. Mi mamá y mi hermana esperaban en casa. La historia se repitió no sé cuántas veces. Ignoro cuántos partidos. Pero fue por muchos años. Y esa es una de las cosas que más le agradezco siempre a mi padre. Sumar a mi diccionario la palabra fútbol.

Quise vivir detrás de una pelota. Jugaba a ser una ‘Fiera’ como Cáceres. Un ‘Gato’ como Falcioni. Un ‘Mago’ como Cabañas. Un ‘Tigre’ como Gareca. Empecé a amar a Maradona y respetar a Platini. La pelota era mi novia y nadie más podía tocarla. Lo supo el colegio. Lo supo la universidad. Y en las aulas me topé con otros amantes de la ‘pecosa’. Y la palabra fútbol aparecía millones de veces en cada charla. Me gradué como periodista y soy editor de deportes en este diario. Y escribí un libro de la vida del médico Ochoa, con Kike y Hugo, dos de mis ‘hermanos’. Y extraño todos los días a mi otro ‘hermano’. Gerardo. Nadie como él para recordar fechas y episodios fantásticos del fútbol. Se nos puede ir la vida entera hablando de la pelota. Sigo viviendo detrás de ella. Seguimos, compadre.

Por eso me duele en todo el cuerpo esta ausencia de fútbol. Llámenlo enfermedad. O díganle ridiculez, si quieren. Pero el coronavirus no solo nos metió en la casa. También nos robó pasiones. Alteró la vida y nos atropelló cuan frágiles somos. Ya no hay Pascual. Llevo días sin ver a Messi. Me imagino a Klopp parado en la raya y suspiro. Sueño que Falcao tiene buenas las rodillas y marca goles. Leo a Quique Wolf preguntándonos “cómo vas a saber de la vida si jamás jugaste fútbol”. Y a Valdano insistiendo en que “el fútbol es un estado de ánimo”.

Un estado de ánimo, Jorge. Sí. Cuánta razón tienes. Cuando esta pandemia termine, le diré a mi viejo que nos tomemos una cerveza y me recuerde cuando me llevaba de su mano al Pascual. Fútbol. Seis letras. Una palabra. No cualquier palabra.

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