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Las mujeres tienen un rol definitivo en Paz y Bien. Son ellas quienes coordinan todas las actividades y el rumbo que toman los programas para seguir acompañando los procesos de empoderamiento y cambio en el Distrito de Aguablanca. | Foto: Especial para El País

PAZ

Memorias del conflicto con visión de género en la Fundación Paz y Bien

En el Distrito de Aguablanca, la Fundación Paz y Bien cambia vidas desde hace más de treinta años. Con el legado de la fallecida hermana Alba Stella Barreto, se busca recuperar familias rotas y empoderar mujeres.

23 de junio de 2019 Por: Nathaly Álvarez Mosquera y Margie Lizeth Rojas Sánchez / Especial para El País

"Tengo una gran amiga que fue la que me trajo a la Fundación y me dijo: Elodia, mirá que allá en Marroquín hay una organización que trabaja por las mujeres y ahorita están promoviendo un programa para conseguir vivienda. Yo no tenía vivienda propia, entonces dije: esta es mi oportunidad, voy a conseguir mi casa, y me he venido acá”.

Así llegó Elodia Nieves Balanta hace 28 años a la Fundación Paz y Bien, una organización ubicada en la Comuna 13, en el barrio Marroquín en Cali, y que desde hace 32 años lucha por la reparación de familias que han sido víctimas del conflicto armado en Colombia.

Allí se promueve la organización comunitaria a través de procesos de restauración de tejido social con niñas, niños, jóvenes y familias, teniendo como fundamento el legado de la hermana Alba Stella Barreto, exdirectora de la Fundación, quien falleció el pasado 24 de febrero y quien, mientras vivió, luchó por la rehabilitación de miles de jóvenes, la dignidad de la mujer y la construcción de tejido social en el Distrito de Aguablanca.

Lea también: El espíritu de la hermana Alba Stella Barreto vive en otros 'ángeles' de Aguablanca

Lo que nunca pensó Elodia

A sus 17 años, Elodia se voló de su casa en el municipio de Patía, en Cauca, a Cali, donde residían tres de sus nueve hermanos. Aquí se gradúo como auxiliar de enfermería del Instituto Central Moderno, estaba convencida de que una vez le entregaran su título trabajaría en un hospital o una clínica. Sin embargo, sus primeras experiencias fueron cuidando niños de familias adineradas y cuidando enfermos en casa, hasta que un giro del destino dio al traste con sus sueños.

“Al final de la carrera me di cuenta de que yo le tenía terror a la sangre, cuando fui a hacer mi práctica en un centro de salud y vi sangre, me desmayé”, cuenta Elodia, quien solo hasta ese momento descubrió que era la fobia que le tenía a la sangre.

Entonces cambió las jeringas por los rodillos. Trabajó por seis años como empleada en la panadería La Fina, lugar donde también laboraban dos de sus hermanas; después pasó a ser la dueña de un negocio de comida por casi 13 años.

Por la disminución de ventas, Elodia decidió aceptar la invitación a la Fundación Paz y Bien, donde participó de un programa de vivienda propia, junto a más de 60 mujeres. No podía contener la felicidad, su sueño de tener casa propia estaba a punto de cumplirse. Lo que nunca pensó es que aquel día sería decisivo para ser elegida como la representante legal de la Asociación Semillas de Mostaza, cargo que ocupó durante siete años.

Francisco Esperanza

Nelly Núñez se vinculó a la Fundación hace 24 años y al programa Francisco Esperanza en el año 2000. Este programa, cuenta, ha sido especial. La ha retado a luchas, enseñanzas, relaciones y experiencias.

El trabajo con las comunidades no solo la ha formado para entender las situaciones de violencia que se viven a diario: pandillas, delincuencia, armas, abandono, maltrato, adicciones; sino a replicar lo aprendido en otros lugares del Valle.

“Tuve una época bastante fuerte cuando hice la réplica del programa en Buenaventura. Estuve seis años allí, en un contexto violento fuerte. Tuvimos un motín que nos hizo la guerrilla, un momento muy duro”, dice.

Nelly relata que, durante los 19 años que lleva en el programa, de los 2400 jóvenes que han logrado unirse, 1350 se han resocializado.

“En el 2005 había dos hermanos de estrato 2, tuvieron un conflicto por un dinero y el hermano menor le dio una puñalada al otro, le tuvieron que coger 17 puntos. El chico fue detenido; la mamá, siendo una empleada de servicio que conocía la Fundación, se acercó a nosotros. Logramos que el chico que estaba en el hospital pudiera encontrarse con su hermano, quien luego retiró la demanda; se mejoró esa ruptura”, comenta.

El día tan esperado

“Yo vine por una cosa, pero resulté con otras. Resulté haciéndome una evaluación personal, preguntándome ¿Quién soy yo? ¿Quién soy como mujer, madre, amiga? A los años fue que resultó la casa”, reflexiona Elodia, quien en el 2006 fue nominada al premio Cafam para representar a la mujer del Valle del Cauca.

La hermana Alba Stella le pidió que representara a la Fundación. Elodia pensó que de los $10 millones que ganaría, aportaría la cuota inicial para comprar su casa. Un 8 de marzo, día de la premiación, el premio se lo llevó otra mujer; sin embargo, por su participación recibió $2 millones, dinero que abonó para su casa.

Lo inesperado llegó cuando un grupo de mujeres, en agradecimiento a Elodia, realizaron un evento en la Sociedad de Mejoras Públicas con el que se pretendía recoger el monto que faltaba. Al término del evento se habían recaudado $25 millones. Ya estaba la cuota para comprar la casa.

Hasta el 2017, Elodia fue la coordinadora de un programa en Palmira que estaba orientado en la formación de las mujeres. Lo dejó por pedido de la misma hermana Alba Stella, quien estaba siendo consumida por una penosa enfermedad.

Niños y adultos mayores, con un espacio para la reivindicación

En una de las casas de Marroquín, diagonal a la Fundación Paz y Bien, es el lugar donde niñas y niños entre los 2 y 5 años, a través de juegos y expresiones artísticas, experimentan la alegría, la paz, la empatía y el amor. Un espacio que nació de la necesidad de mujeres que comentaban ser violentadas por sus parejas, asediadas, acosadas y reprimidas tras el flagelo de la violencia intrafamiliar.

En la Fundación Paz y Bien también son atendidos adultos mayores que dedican sus jueves a hacer catarsis de los pasajes más duros de sus vidas, a través del diálogo y la resiliencia. Unos vienen del Pacífico, otros del Putumayo, Caquetá, Amazonía, Antioquia.

Una de esas víctimas es Amparo Obregón, quien comenta que llegó a Cali desplazada de su casa en El Charco, Nariño, en el 2010.

“Me sacaron de mi casa tres veces. La segunda vez, yo iba para la notaría a sacar unos papeles, cuando tiraron un artefacto que destruyó toda mi casa. La explosión reventó mis oídos. La tercera vez que me sacaron estaba cenando con mis cuatro nietas en el segundo piso de la casa, cuando dos hombres preguntaron por mí, subieron por el portón hasta la mitad de las gradas y me ordenaron que tenía que salir esa misma noche”, cuenta Amparo durante una sesión de ‘Jueves de Paz’, en el que varias mujeres recuerdan las marcas que les dejó la violencia.

Otra asistente a las sesiones es Mary Asprilla, una mujer que llegó a Cali el 19 de marzo del 2014 procedente de Chocó, huyendo de las garras de los grupos armados.

“Hubo un tiempo que comenzaron a amenazarme; tuve que irme ocho meses a Bogotá porque me andaban cobrando impuesto por vender cervezas. Como no conseguí trabajo, me tocó venir a mi rancho, entonces a algunos ya los habían matado y otros estaban presos”, dice Mary.

Entre tanto, María Batihoja, otra de las mujeres que acude a Paz y Bien, cuenta que la desplazaron en el 2007. “Yo estaba sola cuando escuché los enfrentamientos de aquellos grupos, ¡pum! acá y ¡pum! allá. Bajé a Charco donde una hija mía, la balacera parecía eterna, me desmayé del susto tan tremendo. Luego de eso pasé un año en Buenaventura y de ahí me vine a Cali”, dice.

Un legado eterno

“¡Ay Dios, déjame suspirar!”, exclamó Elodia en tono nostálgico al recordar a la hermana Alba Stella Barreto. Respiró hondo y retomó la palabra.

“Después de la partida de ella nos tenemos que reacomodar. Hay que seguir el legado, porque ella fue una gran maestra”, asegura la ahora directora de la Fundación Paz y Bien.

Uno de los valores agregados que, según Elodia, aporta la institución son sus tutores, pues ellos no solo se forman, sino que ayudan a que el legado crezca, o en algunos casos, resignifican su proyecto de vida, como el de Leidy Johana Burrai, agente educativa del programa Primera Infancia de la Fundación.

Porque para Elodia las cosas son tan sencillas como profundas: “Hay que vivir en paz. Si bien Jesús en uno de sus encuentros con sus discípulos, les dice ‘les doy mi paz, mi paz les dejo’, no como la da el mundo, no se angustien, ni tengan miedo. Quiero transmitirle a la gente la alegría, no solamente por tener cosas, es la alegría por ser feliz. Si yo tengo esa alegría de ser feliz, yo tengo la posibilidad de hacer felices a otros”.

La Fundación Paz y Bien fue fundada por la hermana Alba Stella Barreto en 1991, con el propósito de mejorar los entornos y las vidas de los residentes del Distrito de Aguablanca.

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