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Los Embera Katío, viviendo la miseria en tierra ajena

¿Qué hacer con estas 199 personas que llegaron de Pueblo Rico, Risaralda; a El Calvario, en el centro de Cali?

27 de enero de 2015 Por: Diana Carolina Ruiz | El País

¿Qué hacer con estas 199 personas que llegaron de Pueblo Rico, Risaralda; a El Calvario, en el centro de Cali?

El niño de tres años deambula descalzo y solo con un pañal encima. Al tiempo que da cada paso, va masticando una tira blanca y sucia, semejante a un pedazo de goma. Lea también: Precarias condiciones de vivienda habrían incidido en muerte de bebé indígena “Son los gordos de la vaca, el tendón de la pata se lo damos para que coja fuerza y no se enferme”, explica Arnoldo, uno de los 199 indígenas Embera Katío que vive en pleno corazón de El Calvario, la zona más deprimida de Cali. Los pies del niño, paso a paso, van recorriendo el inquilinato, sorteando los desniveles del piso frío de cemento, con rastros de lo que alguna vez fueron baldosas. De cuando en vez, tose. Quizá sea por el humo que allí se respira en todo momento. Sale de la combustión de madera de los fogones donde las mujeres cocinan.El niño mastica sin parar ese gordo y entra y sale del cuarto en el que vive, húmedo, oscuro, de tres metros por tres metros, a donde se meten hasta nueve personas, adultos y niños, cada noche a dormir. Hay 18 de esos cuartos en el inquilinato. Confían en que ese pedazo de garra mejore las defensas del niño. Porque él y los otros pequeños se están enfermando. Gripa, fiebre y diarrea son sus verdugos. No quieren que otro menor fallezca, como pasó con la bebé de cuatro meses que amaneció muerta el pasado sábado y que ayer fue sepultada en el cementerio de Siloé. Todo apunta a que una infección respiratoria aguda fue la culpable del deceso. Quizás las enfermedades los atrapen fácil porque siguen por ahí, desnudos, descalzos, bañándose a la intemperie, en un tanque de agua turbia, el mismo que se usa para enjuagar ollas y platos. Algunos duermen sobre el piso pelado, los más afortunados encima de una sábana.“No hay jabón de baño ni de pisos ni para lavar los platos, no hay pañales para los niños, y las mujeres no tienen toallas higiénicas. Ojalá alguien mandara de eso acá”, dice Esteban Queragama, líder Embera. Y en ese ambiente, donde el mugre ahoga, donde 60 personas usan un solo baño y una sola ducha, donde se come bastante arroz y de cuando en vez carne o pollo, el deseo de las 199 personas que viven en cuatro inquilinatos es volver a su tierra, sembrar de nuevo caña, maíz, cacao, plátano, en un ambiente sano, de calma. Quieren recorrer los más de 400 kilómetros que los separan de Bichubana, vereda de Santa Cecilia, zona rural de Puerto Rico, Risaralda, de donde salieron desde el 2012.“Porque vivir en El Calvario no es bueno. A nuestra gente ya la han robado, hay mucho vicio y a los jóvenes les atrae, están ofreciendo plata por las niñas más chiquitas. Aquí no vinimos por gusto, sino porque nos tocó”, sentencia Rosendo Queragama, líder de la comunidad.La ‘sin salida’ del retornoEl vocero indígena confiesa que más que vivir el conflicto armado de cerca (en una zona donde no se reporta presencia de grupos armados, según la Gobernación de Risaralda) fue una disputa entre cabildos lo que los obligó a exiliarse. Allá, en Santa Cecilia, donde está el Resguardo Unificado del Río San Juan, los Embera Chamí son mayoría (hay, por lo menos, 5000 de ellos) mientras que los Katío son muy pocos (se cuentan mil). “Allá nos rechazan, hay envidia, de las transferencias del Gobierno no nos llega nada y la Unidad de Víctimas nos prometió construirnos un hogar comunitario, una caseta comunal, darnos salud y educación y nos incumplieron. Nos vinimos para acá a reclamar”, explica Rosendo. Pero desde Pereira, Mónica Gómez, asesora de Paz y encargada de Comunidades Étnicas de la Gobernación de Risaralda, refuta el argumento. Dice que su desplazamiento corresponde al accionar de una red de tráfico y explotación de personas que los utiliza para ejercer mendicidad en ciudades como Bogotá, Cartagena y Medellín.“Los Embera se dedicaron a mendigar, les prometen ‘Chimijarra’ (monedas) y se los llevan, con engaños, para quitarles la plata y dejarlos abandonados”, dice la funcionaria.Pero, independientemente del motivo que trajo a los Embera Katío, la atención de las 42 familias está supeditada a sus creencias culturales y la ley que los cobija como población.La Alcaldía, dice, no ha ahorrado esfuerzos para atenderlos. Se destinaron millones de pesos en raciones de Bienestarina, alimentos, se crearon talleres de arte, música, se creó un centro de atención para la Primera Infancia, hubo vacunas contra la tuberculosis y otras enfermedades y hasta un médico indígena hace las veces de garante para que reciban atención.“Las principales causas de consultas en salud son enfermedades respiratorias agudas, diarrea aguda y dolencias de la mujer, incluso cefaléas, por los ‘guayabos’ que tienen los hombres indígenas por consumir licor. Su manera de ver el mundo y la salud es distinta, el uso de hierbas, aguas y demás, son cosas con las que tenemos que conciliar para garantizarles la atención”, explican funcionarios de la Secretaría de Salud.Por su parte, Felipe Montoya, asesor de Paz de Cali, explica que “su retorno a Pueblo Rico depende de la autorización del Gobernador del resguardo indígena al que pertenecen. Además, son muchas entidades del Estado las que deben intervenir para garantizar las condiciones dignas y de seguridad para estas comunidades. Constitucionalmente, debemos acogernos a todas esas exigencias”.Se espera que en un mes, de darse esa autorización, los 199 Embera Katío regresen a su tierra. Por ahora, seguirán en El Calvario. Han exigido salir de ahí si los llevan a todos a un solo predio “pero en Cali o en otro municipio no hay otro lugar para llevarlos”, advierte el Asesor de Paz de Cali.

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