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Hay una discusión en el barrio ¿Estancos o discotecas disfrazadas?

En muchos sectores de Cali los vecinos se quejan de negocios nocturnos que dicen ser una cosa y terminan siendo un problema. ¿Qué dicen las autoridades?

19 de julio de 2015 Por: Zulma Lucía Cuervo Plazas | Reportera de El País

En muchos sectores de Cali los vecinos se quejan de negocios nocturnos que dicen ser una cosa y terminan siendo un problema. ¿Qué dicen las autoridades?

La delgada línea entre lo que separa la actividad de un estanco y la de estanco-bar  ha generado que muchos establecimientos que no tienen permiso de consumo en el sitio terminen convirtiéndose en bares informales. Lea también: El desorden agobia a los vecinos de la Carrera 66, en el sur de Cali

 La diferencia es muy simple: en un estanco el cliente compra la bebida alcohólica pero no la puede ingerir allí. En un estanco-bar (que también son conocidos como barras) está permitido el consumo de licor dentro del establecimiento comercial, es decir, hay servicio a la mesa.

 Pero muchos sitios que solo tienen permiso de estancos, denuncian los vecinos de estos negocios, terminaron sacando mesas y sillas para que además del expendio, sus clientes  consuman en el lugar, como es el caso de algunos ubicados frente al monumento del Gato de Tejada, la Avenida Sexta o Ciudad 2000. En otros lugares, como en El Limonar o El Ingenio, lo hacen dentro de los vehículos o en el andén. 

Ese consumo en el lugar ha traído para los residentes de las zonas impactadas  males como ruido, invasión del espacio público, desorden en la vía e inseguridad. Algunos vecinos, incluso, denuncian hasta la venta camuflada de estupefacientes en ciertos negocios.

La situación, dice Alejandro Vásquez, presidente de Asonod (gremio de los establecimientos  nocturnos de persión y similares),  incluso se extendió a otras actividades comerciales de barrio, como los minimercados.

Un habitante del barrio Camino Real, que pidió reserva de fuente, dijo que un supermercado  cercano a una de las universidades del Sur, no impide que el sector habilitado para el consumo de comida sea usado también para que grupos de jóvenes consuman licor, especialmente cerveza.  

En un minimercado de la Calle 16 con Carrera 76 también hay mesas en su zona de antejardín. Los fines de semana, los clientes lo usan como una especie de bar callejero.

 Y hasta los locales de comidas rápidas, en barrios como Ciudad 2000, según indicaron algunos residentes,  también venden licor con servicio en la mesa y la gente, dicen los quejosos, “arma su rumba” en esos sitios, con el visto bueno de los propietarios de estos establecimientos comerciales.

Negocio apetecido

En el primer semestre de este año, según la Subdirección de Ordenamiento Urbanístico de Cali,  se recibieron 451 solicitudes de uso de suelo para instalar negocios tipo estanco y estanco-bar. De ese número, 99 fueron permitidos y 289 negados. Las 63 restantes están en proceso de trámite.

De acuerdo con María Virginia Borrero, titular de Ordenamiento Urbanístico de Cali, “por esta clase de actividad, como estancos y bares, son los que más nos solicitan el  uso de suelo”.

Según un estudio de Asonod, en Cali hay 992 registros de negocios habilitados para el expendio y/o consumo de licor. De esos, 339 (34,22 %) son estancos.

 Pero son más los negocios ilegales relacionados con la rumba y la venta de licor, que los que cuentan con todos los permisos, explica el Presidente de Asonod. “La relación es de uno a cinco. Por cada negocio legal hay cinco  informales”.

Sin embargo, la cifra exacta sobre el número de negocios que funcionan sin permisos en Cali no la tienen las autoridades municipales ni Asonod.

De alto impacto

La Subdirección de Ordenamiento Urbanístico dice que de las cerca de 20 quejas diarias que reciben en ese despacho, diez están relacionadas con los negocios de persión nocturna.

“No son solo los estancos. Están los bares, restaurantes-bar y discotecas que generan  ruido, el mal parqueo y hasta la presencia de recicladores que esculcan la basura en busca de  botellas de vidrio y latas”, dice María Virginia Borrero, subdirectora de Ordenamiento Urbanístico.

Victoria Motoa, presidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio Gran Limonar II y III, cuenta que el desorden que se vive en la esquina de la Avenida Pasoancho con Carrera 66. “La gente se queda tomando allí y el licor hace su tarea porque se ponen más bullosos no solo con el volumen de los equipos de sonido de los carros sino con el de la voz. También hay peleas, aunque no todas las veces”, afirma la líder comunal.

 Ana María Velasco, directora ejecutiva del Movimiento Cívico La Zona Oeste, dice que estos negocios le quitaron el andén al peatón e instalan mesas y sillas para atender a sus clientes. 

“Y cuando no hay más mesas, pues tranquilamente la gente se hace en sus carros o motos, entonces la movilidad es catastrófica para todos, porque el peatón se tiene que bajar a la vía a exponerse y a los vehículos solo les queda un carril, en una vía que es el único acceso a barrios como Normandía, Aguacatal o Santa Rita”.

  Adalberth Clavijo, coordinador del Cuerpo de Guardas de Tránsito de Cali, sostiene que este año no han recibido ninguna queja por mal parqueo o ruido de los carros estacionados frente a los estancos. 

Dueños de estancos, como Licores JR, se defienden de las reclamaciones que hacen sus vecinos. Elkin Giraldo, socio de este negocio, reconoce que ha sido llamado por las autoridades debido a las quejas ciudadanas. “Pero yo tengo todos mis permisos, incluso el uso de suelo que tengo me permite el consumo en el sitio y tenerlo abierto hasta las 3:00 a.m., pero aún así, yo cierro a la 1:00 a.m. Solo en fechas especiales, como las celebraciones de Amor y Amistad, Día de Madre o en los partidos de fútbol, abro hasta la hora límite a la que tengo permiso”, dice.

 El comerciante explica que para evitar que la gente haga bulla, puso carteles en el negocio que prohiben que los equipos de los carros estén a volumen alto y “tengo cuatro personas que se encargan de preservar el orden, pero como nosotros no somos autoridad, llamamos al cuadrante de la Policía, para que sean ellos los que llamen la atención a quienes hacen escándalo en la calle”.

Falta control

Los vecinos de los estancos dicen que así llamen a las autoridades, el problema se está haciendo crónico. “Es cierto que se llama a la Policía y ellos vienen, pero la gente termina trasladándose de la esquina de la Pasoancho con 66 a los parques  del frente de la parroquia de Santa María del Camino o al de la Carrera 66 con Calle 12”, dice la Presidenta de la JAC del Gran Limonar.

Por escándalo en vía pública, solo en junio pasado, la Policía atendió 3319 llamados en el 123. Pero ese número encierra tanto las quejas de los que toman afuera de los estancos como otras conductas de alteración a la tranquilidad (fiestas de vecinos que se toman las calles, peleas, protestas, piques o bloqueos de calles).

Una de las causas por las que el control se dificulta, dice Alejandro Vásquez, de Asonod, es porque existen doce códigos (de negocios de todo tipo) que permiten la venta de licor.

“Lo más grave es que lo que se vende en esos negocios es una sustancia sicoactiva,  legal como el alcohol, pero que debería tener a las autoridades más pendientes del control a esos expendios. Pero  es imposible hacer vigilancia cuando se permiten tantas actividades con ese consumo”, dice el directivo de Asonod.

Sin embargo, la Secretaría de Gobierno indica que cada ocho días se hacen operativos y que estos se localizan en los sitios donde hay quejas ciudadanas. Y agregan que han sancionado 119 estancos en esta administración por no cumplir con las normas.

 La Subdirección del POT y de Servicios Públicos indica que en el Plan de Ordenamiento Territorial del 2014 (y que tiene vigencia hasta el 2027) restringe la localización de los estancos en áreas residenciales, atendiendo las quejas ciudadanas. Adicionalmente, dicen en este despacho, el nuevo POT “no permite el consumo  dentro del establecimiento ni la localización de barra, mesas, sillas u otros elementos que inciten al consumo en sitio o la ocupación del espacio público como condición para su funcionamiento, permitiendo con esto un control más efectivo al desarrollo de la actividad y mitigando los posibles impactos que esta puede ocasionar a su entorno”.

Pero tanto la comunidad como Asonod sostienen que no hay operativos constantes. “Y cuando se abre un proceso sancionatorio, son meses y meses y la gente con el ruido, con la inseguridad, con el mal parqueo frente a sus casas”, dice la señora Motoa.

Además, precisa Asonod, muchos de los controles se hacen a los establecimientos que tienen los permisos, donde son “muy rigurosos”, pero a los que no tienen ni un papel, “pueden pasar años sin que les hagan una visita”, afirma su presidente Alejandro Vásquez.

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Cuestión de demanda En un estanco se puede rumbear con menos plata,  dicen quienes frecuentan estos sitios. Una botella de aguardiente cuesta en un estanco entre $20.000 y $25.000.  En un bar de la Carrera 66  cuesta entre $58.000 y $60.000. En discotecas de mayor formato, está entre $80.000 y $90.000.   Carlos Fernando ‘El Mono’ Velasco, socio de Kukaramakara,  dice que el mayor valor se debe a que la inversión en una discoteca es más alto, al igual que sus costos.   Según sus cuentas, el montaje de una discoteca como Kukaramakara (con un aforo de 700 personas) costó $450 millones hace 12 años. El montaje de un bar de menor escala  que cumpla con todos los requisitos que ordena la ley, explica Velasco, puede estar hoy entre los $200 millones y $250 millones. “En cambio, acondicionar un estanco como bar  puede requerir de una inversión de $20 millones”, dice el empresario.

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