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María Cecilia ‘La Chechi’ Salazar junto a los niños patinadores de varios países. | Foto: Especial para El País

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Exclusivo: Antofagasta, la nueva tierra prometida de los vallecaucanos en Chile

El País recorrió los rincones de la colonia de compatriotas en Antofagasta, conformada mayoritariamente por vallecaucanos. Esto fue lo que encontramos.

22 de noviembre de 2017 Por: Hugo Mario Cárdenas / enviado especial a Chile 

El cronómetro marcaba el minuto 83 del partido y Chile derrotaba a Colombia 3-2 en el Metropolitano de Barranquilla. La ansiedad y el nerviosismo tenían a todo el país sumergido en un angustioso silencio.

Tras un pase largo a James Rodríguez, el golero chileno Claudio Bravo lo derriba en el área y el árbitro brasileño Paulo Cesar de Oliveira decreta la pena máxima.

Falcao García se alista para cobrar; el empate llevaba directamente a Colombia al Mundial de Brasil y con su pierna derecha manda el balón al fondo de la red.

Un grito de gol a más de 5240 kilómetros del país, en la tranquila ciudad de Antofagasta, en el norte de Chile, no solo dio paso a la algarabía, sino que originó una ola de xenofobia y rechazo hacia los colombianos, en su mayoría procedentes de Buenaventura.

La celebración se prolongó hasta el amanecer y el volumen alto de la música originó discusiones y riñas entre colombianos y chilenos, en las que hubo varios heridos.

“En las calles aparecieron letreros que decían: ‘Fuera colombianos narcotraficantes’ o ‘Fuera negros’. Mensajes violentos que se sumaron a un intento de marcha en contra de los colombianos y los inmigrantes”, explica Benjamín Cruz, presidente de la Colectividad de Colombianos Residentes en Antofagasta.

El gol de Falcao dejó al descubierto el tamaño impensado para muchos que había alcanzado la colonia colombiana en Antofagasta. La gran mayoría de ellos residentes en los cerros de la ciudad, en un populoso sector al que los caleños llaman ‘Siloé’ y donde habitan irregularmente en ‘campamentos’.

Los ‘campamentos’ son invasiones en zonas de ladera, donde permanece estancado el ‘sueño chileno’ de miles de caleños y bonaverenses, quienes no han tenido otra opción que construir precarias viviendas. También llegan a diario personas de Dagua, Buga y Tuluá.

Y no es solo por condiciones de pobreza. Antofagasta es un oasis artificial, forzado en medio del desierto de Atacama por la minería de cobre, donde todos los días llega gente y hace muchos años que no se construyen viviendas.

En ese ‘Siloé chileno’ se han instalado en los últimos años 60 campamentos en donde residen 6672 familias y las cifras de la Fundación Techo indican que el crecimiento desde el 2015 es del 100 % cada año.

De esas 6672 familias, el 40 % son chilenos que no han encontrado una vivienda y la colonia migrante más grande es la colombiana, con un 18 %, 1201 familias. En total, 19.000 colombianos viven en Antofagasta.

“La situación nos obligó a vivir en los campamentos y la verdad es que se gana bien, comparado con Colombia, y no se gasta plata porque no pagamos ni arriendo ni servicios. Pero no porque no queramos, sino porque es una invasión y hemos ido a las empresas a que nos cobren por la luz y el agua, pero no lo pueden hacer porque es una toma ilegal”, cuenta Jhonny Montaño, un bonaverense líder del campamento El Bosque, en el norte de Antofagasta.

Por todo lado huele a café

Nadie sabe con certeza cuándo y cómo aparecieron tantos nacionales en Antofagasta, pero según la gobernadora de la provincia, Fabiola Rivero Rojas, ha habido dos oleadas fuertes de colombianos a Chile.

“Tuvimos una primera migración dirigida en los años 90, liderada por el presidente Ricardo Lagos; fue una llegada masiva de personas que huían del terrorismo. Posteriormente hubo otra oleada en la década de los 2000, pero se agudizó a partir del 2011 y 2012”, asegura la Mandataria.

Según las cifras entregadas a El País por el Departamento de Extranjería e Inmigración de Chile, en el 2010 solo 1460 colombianos tenían residencia definitiva y para el 2016 la cifra llegó a 12.155; un aumento de más del 830%.

Pero más allá de las escaramuzas racistas, es innegable que cada rincón en Antofagasta está impregnado del trabajo y la pujanza de los colombianos. Hasta el agua que consumen lleva el sello de las Empresas Públicas de Medellín, EPM, que es la empresa encargada de llevar el líquido a más de 540.000 personas en toda la provincia.

La forma de lucir y de vestir de los chilenos de Antofagasta son también variables que han cambiado con la llegada de la gente procedente de Cali y de Buenaventura.

“Recuerdo que uno era adulto en Antofagasta y todavía con el peinado que le hacía la mamá para ir a la escuela, pero ahora uno va a los sitios colombianos y le hacen cambios, cortes y le pulen la barba. Nos han vuelto vanidosos”, cuenta Cristóbal Sánchez, un empleado oficial.

Entre los empleos que más realizan los colombianos en Antofagasta están los de atención al público, servicios, aseo, construcción, albañilería y peluquería, entre otros.

“Tanto el hombre como la mujer de Antofagasta han cambiado mucho con la llegada del inmigrante, que ha traído riqueza y cambios. Las mujeres también van al salón de belleza y salen regias; y ahora mírelas como se están vistiendo, mejores que nosotras las inmigrantes”, dice Jackelin Fey, presidenta de los campamentos en Antofagasta.

Pero por difíciles e inhumanas condiciones en las que muchas familias se han visto obligadas a vivir, el éxodo de vallecaucanos a Chile está lejos de terminar. Al contrario, el aumento es exponencial.

Hace tres años había solo una empresa de transporte que llevaba los colombianos a Chile. Ahora son tres empresas las que realizan nueve viajes cada semana desde Cali, llevando entre 350 y 380 personas en busca del sueño austral.

Un recorrido de cuatro días que realizan mujeres, ancianos y niños, muchos de los cuales esperan encontrar en Antofagasta, conocida como la Perla del Norte de Chile, un mejor futuro.

“Los procesos migratorios no se pueden detener, por lo tanto es necesario para la ciudad mantener muy buena relación con los inmigrantes porque en realidad significan una gran contribución al desarrollo del país”, asegura Alejandro Bustos, antropólogo y docente de la Universidad de Antofagasta.

“De esta me vuelvo a levantar”

Mishetl Valderrama es seguramente el colombiano y el caleño que vive más alto en la ciudad chilena de Antofagasta.

Hace solo unos días llegó hasta lo más arriba de la ladera que los caleños llaman el ‘Siloé chileno’, empujado por las tragedias a las que ha debido hacerle frente en los últimos nueve meses y con la necesidad de construir en esta zona de campamentos un lugar para vivir.

Nueve meses atrás se vio obligado a madurar en cuestión de segundos, luego de que un cáncer de pulmón se llevara a su mamá en menos de un mes, quien era su bastión en el país austral.

“Mi mamá era mi familia y mi todo. Yo solo era un muchacho común y corriente, inmaduro y rebelde, que con 24 años de edad solo pensaba en la rumba. Pero me da mucha tristeza porque vine a valorar a mi madre después de muerta”, le cuenta Mishelt a El País mientras ajusta con clavos las placas de madera de la que será en adelante su vivienda en esta zona de Antofagasta.

Mishelt, quien se crió en el barrio San Carlos y estudió en el colegio Santiago Apóstol de Cali, vive hace siete años en Chile y con el esfuerzo de su madre terminó recientemente ingeniería mecánica en la Universidad Tecnológica de Chile, Inacap.

“Para mí fue muy doloroso recibir mi primer sueldo, tres veces más de lo que con tanto esfuerzo se ganaba mi madre cada mes, y no poder compartir con ella el fruto de su sueño, que era verme convertido en un hombre de bien”, cuenta Mishelt, tras dos silencios en los que intenta evitar el llanto.

Sin embargo, el destino le guardaba una sorpresa más. Hace tres semanas de madrugada cuando la casa que le dejó su madre estaba ya envuelta en llamas y todo lo que pudo rescatar fue un televisor y una nevera.

Los medios de comunicación en Antofagasta aseguran que un vecino roció de gasolina a la esposa y un hijo e intentó prenderles fuego. Nueve familias perdieron su vivienda y 18 más quedaron damnificadas.

“Yo no alcancé a rescatar nada, pero tras la muerte de mi mamá eso no lo vi del todo como algo negativo sino como una forma de comenzar de nuevo; ese incendio me ayudó a liberarme de muchas cosas porque la casa me traía recuerdos constantes y eso me deprimía mucho”, cuenta.

Pero no está dispuesto a dejar perder el esfuerzo que hizo su madre para darle una vivienda y aceptó la ayuda para construir una vivienda temporal en la ladera, mientras se les ofrece una ayuda definitiva por parte del Gobierno de Antofagasta.

“Esto no es la gran cosa ni es la gran inversión, pero es el resultado de largas jornadas de trabajo de una mujer que destinaba el 90 % de lo que se ganaba para que yo estuviera bien. Por eso no voy a salir huyendo; yo me voy a levantar de esta pensando en la forma cómo mi madre lo haría”, cuenta.

El ‘sueño chileno’ para Mitshelt no está acabado. Piensa que simplemente quedó pausado y que es el momento justo de relanzarlo “porque no estoy en una mala situación económica y tengo lo que mi madre no tuvo cuando llegó a Chile a empezar de cero”.

La ‘Chechi’ es forjadora de sueños con el patinaje

El sueño de la ‘Chechi’ es llegar con los niños que integran su ‘selección latinoamericana’ de patinaje a un torneo en el que pueda romper la hegemonía que tiene Colombia en esta disciplina deportiva.

Pero los sueños son solo eso: sueños. Y María Cecilia Salazar, una caleña que llegó hace cinco años a la ciudad de Antofagasta, luego de trabajar por muchos años en una empresa en Cali, sabe que no será fácil echar a rodar este anhelo en un país que vive y respira fútbol.

Aún así, hace seis meses recorrió casa por casa un populoso sector de ladera en Antofagasta invitando a los niños a aprender a patinar. El primer inconveniente, lógicamente, es que no tenían patines y debió sacar de sus propios ahorros para comprar varios juegos y prestárselos a sus futuros deportistas.

“Yo bajaba por esta ladera recogiendo niños y prestando patines. Hace ya tres meses empezamos en forma con la escuela y ya poco a poco los padres vieron el entusiasmos de los niños y cada uno fue comprando sus elementos”, cuenta María Cecilia Salazar, quien le gusta más que la llamen ‘La Chechi’, pero los niños caprichosamente le dicen ‘La Tía’.

Es un lunes frío en la ciudad de Antofagasta, día de entreno, y ‘La Chechi’ debe iniciar con un ritual al que todavía no se acostumbra: tomar por las patas a los perros callejeros que asisten a cada entreno para perseguir a los niños y sacarlos de la improvisada pista.

La razón le asiste cuando asegura que tiene un equipo internacional de patinaje. A eso de las 4:00 de la tarde ya una veintena de niños ha llegado a la cancha de baloncesto de Las Conde y sus pequeños deportistas, inmigrantes como ella, son originarios de países como Colombia, Perú, Chile, Ecuador y Bolivia.

Es un equipo sui géneris de patinaje. A diferencia de los profesionales, aquí los patines no llevan estampados los logos de las grandes marcas deportivas. Ellos prefieren figuras como la de Hello Kitty, Micky Mouse o Rapunzel. También tienen la libertad de elegir los patines en línea o los tradicionales de cuatro ruedas, que son los únicos que consiguen fácilmente y a precio cómodo en el mercado.

“Nos toca entrenar así porque es que es muy difícil. Yo sé de calidad de patines y de las llantas que se necesitan para practicar este deporte, pero en Chile no se consiguen y los que se parecen a los profesionales son muy caros. Incluso, conseguir las protecciones es difícil y hemos tenido que apelar a Colombia para tener uniformes para mi escuelita”, dice ‘La Chechi’.

“Yo estoy segura de que aquí hay mucho potencial y que a estos niños lo que les hacía falta es agruparlos y enseñarles la técnica porque la pasión ya la tienen”, cuenta esta mujer, quien lleva cinco años residiendo en Antofagasta.

Como muchos colombianos, debió llegar a vivir en campamentos, donde las condiciones no son las que esperaba cuando echo a andar su sueño chileno, pero aún así no tiene entre sus planes regresar a vivir a Colombia.

“Allá un salario mínimo no alcanza para nada, mientras en Chile rinde mucho más la plata y se puede uno dar el lujo de soñar; ahora ya en Colombia mi hija, que es egresada de la Escuela Nacional del Deporte, vive en una casita propia. Yo allá no habría podido comprar una casa nunca”, dice.

‘La Chechi’ está convencida de que el patinaje es una necesidad y su pensado es llevar su escuelita por más barrios de Antofagasta para consolidar este deporte.

Por ahora, lo más sólido que tiene es el cariño de esta veintena de niños que la abraza mientras chupan el refresco que La Chechi les da al final de cada entreno.

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