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Diez años del secuestro masivo del Kilómetro 18

El País reconstruye tres historias del que ha sido uno de los secuestros masivos más sangrientos en el Valle del Cauca.

26 de septiembre de 2010 Por:

El País reconstruye tres historias del que ha sido uno de los secuestros masivos más sangrientos en el Valle del Cauca.

El domingo 17 de septiembre del año 2000, pasadas las 4:00 p.m., hombres armados y vestidos de camuflado militar irrumpieron en dos restaurantes y una hacienda en el Kilómetro 18 y secuestraron a cerca de 70 personas. El hecho se convertiría en el segundo plagio masivo en el Valle luego de los 180 feligreses de la iglesia La María en 1999, ambos a manos del ELN.El recorrido de los subversivos comenzó en la hacienda Normandía, donde sacaron cuatro personas, luego incursionaron en el asadero La Cabaña donde se llevaron a cerca de 30 personas y más tarde llegaron al restaurante La Embajada de Ginebra donde raptaron a otras 25. Tras el hecho, un grupo conformado por la Policía, el Ejército y la Fuerza Aérea inició un gigantesco operativo por tierra y aire para dar con los plagiados y los subversivos. Esa misma noche y a la madrugada del día anterior la mitad de los secuestrados estaban a salvo.Casi 50 días después del plagio, la mayoría de los secuestrados estaban en sus casas. Sin embargo, el saldo de este hecho delictivo fueron tres muertos y varias familias asiladas en el exterior. El País reconstruye tres historias del que ha sido uno de los secuestros masivos más sangrientos en el Valle del Cauca.“Tardé cinco años para volver al Kilómetro 18”Por Meryt Montiel Lugo, editora Equipo de Domingo ¿Doctor Alberto Negrete, hubo algún acto para conmemorar el secuestro?Nadie en la sociedad caleña se acordó. Pero yo, en la noche del sábado 18, tuve una cena con mi amigo Rodrigo Sardi, que fue mi compañero de secuestro y con quien compartí la poca comida que nos daban y la pequeña cobija que teníamos. Recordamos momentos tristes y alegres del secuestro. Como la vez en que él se cayó a un río y lo arrastró la corriente hasta el otro lado y quedó totalmente embarrado, salió ileso de forma milagrosa. Nos acordamos de él en calzoncillos, lavando la ropa, a la orilla del río (risas).Suena paradójico que puedan recordar momentos alegres durante el cautiverio... ¿Cuáles serán?Ese, por ejemplo, fue un momento alegre. Pero indudablemente el más alegre fue el momento de la liberación, el reencuentro con la familia. Cuando volvíamos en el helicóptero del Ejército estábamos muy felices, a pesar de lo débiles que nos sentí­amos. Estábamos llenos de energía, llenos de alegría, ese fue un momento muy feliz.¿Qué ha sido de usted en estos diez años?He estado trabajando 24 horas al día (risas). Después del secuestro renuncié a mi trabajo en la Fundación Valle del Lili y organicé el servicio de arritmias del Centro Médico Imbanaco y de la Clínica de Occidente en donde he estado trabajando sin parar. Me he sentido muy contento y nunca pensé en irme de Colombia. A pesar de que muchos de los secuestrados se fueron del paí­s mi intención siempre fue quedarme aquí, trabajar por Colombia, tratar de hacer mejor lo que podí­a hacer que era ser un buen cardiólogo. ¿Se siente recuperado de esa tragedia?Sí. Uno queda con muchos miedos porque la inseguridad persiste, en Colombia se sigue secuestrando y aún hay delincuencia. Tardé cinco años en volver al Kilómetro 18. Gracias a la mejoría de la seguridad en los últimos años, la gente puede volver al campo con relativa tranquilidad, sin embargo, a los que nos ha pasado algo así nos da mucho miedo volver a sitios rurales. Por ejemplo, no me he atrevido a ir a Silvia, Cauca, en donde quiero hacer una jornada de salud para investigar algunas enfermedades cardiológicas que se encuentran en la población indígena.¿Qué sensación recuerda del día que regresó al Km 18 luego de cinco años?Fui con unos periodistas de una revista a tomar unas fotos. Me dio una sensación extraña y encontré todo físicamente igual. Fuimos a La Cabaña, el restaurante donde me secuestraron. Luego he vuelto con mis amigos y familiares, es un sitio agradable.¿Qué ayuda recibió luego del secuestro?Nunca tuve ningún tipo de ayuda profesional, psicológica, nada. Realmente creo que no la necesité y me he sentido muy bien. Eso sí, tuve el apoyo íntegro de mi familia, de mis amigos, de mis colegas. No hay secuelas. Lo único es la preocupación por un nuevo secuestro, pero nunca he recibido amenazas ni ningún tipo de extorsión que pueda decir que me da miedo ir por ese lado. ¿Qué papel jugaron su esposa y sus hijos para su recuperación física y psicológica. ¿Le tuvieron paciencia?Nunca tuve ningún tipo de ayuda profesional, psicológica, nada. Realmente creo que no la necesité y me he sentido muy bien.La familia es muy relevante para la recuperación después de algo tan traumático, es muy importante que haya un apoyo familiar de toda la familia, incluyendo también a los padres y a algunos familiares cercanos o lejanos. Los hijos que son los seres que uno más quiere pueden brindar todo el amor y todo el apoyo que uno necesita después de un secuestro. Con ellos he estado muy unido desde entonces, y siempre pues.¿Qué pasó con el libro que usted pensaba publicar y que esta haciendo en compañí­a de su amigo Miguel Alberto Nassif que murió a raíz de este secuestro?Estábamos escribiendo un libro de electrocardiografía, ese libro realmente no lo terminé porque después me dediqué a hacer sólo publicaciones de arritmia, de mi subespecialidad, que es lo que he estado haciendo. He escrito para revistas y he participado en la mayoría de libros de la Sociedad de Cardiologí­a. Sufrió hambrunas, perdió 20 kilos, soportó largas caminatas, se bañó una sola vez en esos 45 días de secuestro, compartió el cepillo de dientes con otras seis personas. ¿Cuáles de estos padecimientos se le hizo el más difícil?El sufrimiento físico por hambre y frío y el psicológico fueron muy grandes. La muerte de Miguel Nassif fue muy impactante. Nos enteramos de ella por radio porque él ya estaba en Cali cuando murió. Estábamos todos debajo de una casa de laboratorios de coca, acuclillados, cuando supimos de su falllecimiento y todos comenzamos a llorar. Lloramos por lo menos una hora seguida. Eso fue muy doloroso.Fueron muy dolorosas también las muertes de Carlos García y de Alejandro Henao. A Henao lo estuve atendiendo en los últimos días en nuestra carpa. Él sufrió mucho porque tenía una infección en una pierna que lo mató y cuando él murió sentimos que todos íbamos a morir.En su calidad de médico debió atender a compañeros secuestrados, a una guerrillera embarazada... ¿Sintió mucha frustración por no contar con recursos para atender esas emergencias?Sí, no había nada qué hacer, lo único que podíamos era brindar primeros auxilios a los enfermos y en el caso de la guerrillera que abortó sí pude atenderla, pero tuve que meter mi mano, sin guante, hasta dentro de su útero, para sacar los restos de la placenta y así controlar la hemorragia. Eso lo pude hacer sin un equipo médico. Pero en cuanto a las infecciones o heridas graves que sufrieron algunas de las personas que estaban con nosotros realmente fue muy poco lo que pudimos hacer. ¿Esa guerrillera se salvó?Sí, se salvó y después estuvo con nosotros un tiempo y nos daba un poquito más de comida cuando a ella le tocaba cocinar.Siquiera, una guerrillera agradecida...(Risas). Sí, sí, se llamaba Yazmín.¿Cómo aprendió a ver la vida después del plagio al que fue sometido?Después de eso me he vuelto un católico creyente y trato de ayudar a las personas que estén en una situación similar o a personas que me pidan colaboración, esa es una de las formas de pagar ese milagro de ese horrible suceso. Cada plagio es una tragedia. ¿Pero no le parece que la suya fue una tragedia un poco más manejable comparada con lo que han sufrido algunas personas por 6, 8 o hasta más de 10 años? ¿O cree que un secuestro tiene similares repercusiones sin importar el tiempo de cautiverio?Creo que el secuestro más traumático que ha existido en la historia de Colombia fue el nuestro, el del Kilómetro 18. Por eso, cuando salga mi libro va a ser una verdadera historia de aventuras porque nunca el Ejército había hecho una persecución tan implacable a los grupos de secuestrados como en nuestro caso y creo que posteriormente tampoco ha existido. Esto hizo que nos quedáramos sin alimento y no pudiéramos parar a descansar en ningún sitio durante 45 días y 45 noches. De hecho jamás podíamos quitarnos las botas para descansar porque en cualquier momento teníamos que seguir corriendo nuevamente con las pocas fuerzas que nos quedaban. El porcentaje de muertos entre los secuestrados ha sido el más alto, excepto el de los diputados, donde los ajusticiaron. Pero la cantidad de accidentes, de heridos y de enfermos graves que hubo no se compara con ninguno. Fueron 45 días, sin embargo, estoy seguro de que fueron más largos que muchos de los que llevan años encerrados en cambuches, pero que no están siendo hostigados, atacados, y tienen derecho por lo menos a leer, a escribir, a comer.“Fue un plagio mentiroso e injusto con todos nosotros”Por Alejandro Aguirre, reportero de El País.Jorge Chica manejó el camión en el que sacaron a los plagiados aquel día rumbo a los Farallones. “Me temblaban las piernas, mientras un guerrillero me decía: ‘hágale paisa, hágale’”, recuerda. Sólo estuvo retenido 12 horas y aún siente lo injusto que fueron con él y su hermano Gonzalo, quien permaneció casi 50 días secuestrado.“Yo reaccioné a los cuatro días de la liberación”, dice. “Siempre creí que era mentira y no volví al trabajo”. Jorge recuerda que perdió contacto con su hermano cuando los guerrilleros los separaron por grupos y Gonzalo se fue con los que después terminarían muertos. “Mi hermano se fracturó la columna y casi queda cuadrapléjico. Fue un milagro que se salvara, porque el resto no sobrevivió al duro plagio”.Jorge jamás pensó en salir del país, mientras Gonzalo se fue a los seis meses a España. Jorge sólo tuvo secuelas mentales, pero Gonzalo no sólo tuvo mentales, sino físicas. “A él le tocó cargar los equipos de telecomunicaciones de la guerrilla hasta que se cayó en un filo de una montaña y casi se mata”, dice. Gonzalo tiene aún pesadillas, dice su hermano menor, esas que lo hacen levantar, creyéndose en la selva. Cuando regresó tenía 20 kilos menos. Se enfundó en silencios y risas esporádicas. Dice su familia que pasó pruebas mentales difíciles y que le duraron tanto tiempo que casi no se recupera. Jorge sigue pensando que fueron injustos con su plagio porque parecía mentiroso, increíble, sanguinario y desesperante. Ahora Gonzalo tiene nueve años de estar en España y no quiere volver al país. Aún los recuerdos están intactos. Jorge todavía disimula para hablar de su secuestro porque él cree que fue ayer. “El secuestro me dejó el miedo por los helicópteros”Por Alejandro Aguirre, reportero de El País.Si Humberto Corso escucha un helicóptero se esconde. “Yo lo único que escuché en mi secuestro fueron helicópteros sobre mi cabeza”, recuerda. Tras una década del infortunio este negociante sigue divisando cada vez que puede los Farallones porque aún se niega a creer que pasó casi dos meses metido entre la jungla. Son apenas las secuelas de un hombre que integró el grupo donde murieron de a poquito Alejandro Henao, Carlos Alberto García y Miguel Nassif, las mayores víctimas de este plagio. También perdió 24 kilos en casi 50 días de secuestro. Fueron 450 kilómetros de caminata, dos hernias y las rodillas desgastadas. “8 ó 10 días más en la selva y me muero”, dice. “Yo nunca me sentí secuestrado. Yo viví fue un corre–corre. Jamás pasé en cautiverio, sino recorriendo la selva”, anota Corso, quien por esa época tenía 49 años. “Este plagio se recordará por lo complejo que fue: repercusión nacional, operativos, secuestro político y muertos”. La guerrilla lo presionó durante tres meses para que pagara su liberación. Nunca lo hizo. La melancolía y el desvelo del secuestro le duró casi dos años. Esto sólo lo superó con el tiempo. El trabajo que tenía lo recuperó, pero buscó empleo en Europa porque se quería ir. ¿Por qué me tengo que ir de mi país?, se preguntaba. No se fue y afrontó los miedos. “Me demoré en adaptarme al trabajo”. “Uno se vuelve solidario, pero tiene claro que el secuestro no tiene sentido”, dice hoy que fue su gran lección. Ahora toma precauciones naturales, de esas que salen de los recuerdos, como escudriñar cuando viaja a la zona rural. Habla poco del asunto y si lo hace es con gente que padeció lo mismo. De resto, se guarda sus recuerdos.

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