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Certifican al Instituto Tobías Emanuel como reconocimiento a su labor

El instituto Tobías Emanuel, para personas con discapacidad cognitiva, recibió certificado ISO 9001:2008.

30 de marzo de 2014 Por: Redacción de El País

El instituto Tobías Emanuel, para personas con discapacidad cognitiva, recibió certificado ISO 9001:2008.

Fue hace 22 años. Martín* tenía tan solo 2 de haber llegado al mundo y cuidarlo se volvió muy complicado para su comunidad indígena , en el Cauca. No tuvo mucha suerte al nacer allí: la creencia de su grupo indica que un niño con discapacidad no es apto para esa sociedad. Normalmente son abandonados, desterrados y dejados a su suerte. Sin embargo, sí tuvo suerte al parar finalmente en el que, hasta hoy a sus 24 años, sigue siendo su hogar.En medio de su cobija y su cama con barandas, es como un niño recién nacido. Sufre de una discapacidad múltiple: se alimenta por sonda, tiene extremidades muy delgadas y parece de máximo 10 años. Como él hay otros 20 niños que han sido abandonados y que comparten en la sala de ese cálido hogar, donde además de comida, medicamentos y atención reciben amor.Ese lugar se llama Instituto Tobías Emanuel. Una gran familia donde 100 personas con discapacidades cognitivas residen internas y tienen una vida digna. Porque ese es el objetivo, explica Leonor Salazar, la presidenta: “creemos en el sujeto de derecho, que merece una vida tan digna como cualquier otro, sin importar sus capacidades”.Y es por esta misión –que el próximo año cumplen 50 años de llevar a cabo– que fueron certificados con el ISO 9001:2008, un reconocimiento que no solo reconfirma su loable labor, sino que garantiza que la hacen bien. Huéspedes de todo tipoHay los que aparecen en un andén. Los que dejan en una clínica. Los que aparecen en la puerta del Icbf. Todos tienen algo en común: su familia consideró que criarlos era demasiado difícil. Y no hay que culparlos, dice Estela Rubiano, directora ejecutiva de la institución. “Es que recibir un niño con discapacidad es un golpe duro”, cuenta. María es una de las que los cuida. incluso les pinta las uñas y les pone maquillaje a las niñas. Explica que la tarea de alimentar a algunos puede tardar hasta 40 minutos. Para ello tienen toda una logística que incluye un gran tablero con nombres y fotos de cada uno y el tipo de comida. Por aspectos como estos recibieron la certificación de calidad, señala Stella. “Lo que hicimos fue estandarizar procesos y documentarlos”.Es algo dispendioso, pero lo hacen con amor, porque son niños que quizás nunca recibieron afecto en sus casas, cuenta. Como Freddy*, quien a sus 7 años no puede hablar, cierra los ojos cada vez que alguien se le acerca y se asusta más de lo normal cuando oye un grito. Es por esto que María intuye que ha sufrido mucho. “Seguro vivió gran violencia en su familia”, dice.Ellos son, por así decirlo, los más desprotegidos, los que más ayuda necesitan. Pero hay también los que viven allí como en una gran casa. Que son un poco más independientes, e incluso son mayores. Como Estrella*, que tiene 54 años y lleva más de 30 como residente del Tobías. Ella tiene su familia e incluso se queda por temporadas en su casa. Pero después de un tiempo extraña lo que ella llama “su colegio” y regresa. Porque allí le enseñan y se divierte como en ningún otro lugar.Otro grupo de unas 20 mujeres vive en una residencia aparte, dentro del instituto. Es literalmente un hogar, con sala, comedor, jardín, habitaciones separadas, cocina propia. Ellas mismas limpian y organizan unos impecables armarios donde clasifican su ropa y pertenencias cuidadosamente. En las paredes se ven cuadros que ellas mismas pintaron, coloridos y llamativos, y portarretratos con fotos de ellas como familia. Justo al lado está el hogar de los muchachos, que también viven en su autonomía.Todos puedenTambién están aquellos que van de paso. Como Juan*, de 8 años, a quien su papá lo lleva y recoge todos los días en su carretilla. Es un reciclador que vive en Siloé y que no descuida ni un solo día el estudio de su hijo, cuenta Stella. Son en total 95 chicos que van a aprender cómo comportarse, cómo comer, cómo desempeñarse en la rutina diaria. Reciben un refrigerio y un plato de almuerzo caliente todos los días.Así crecen, como en una escuela de vida que les enseña que ellos son tan capaces como cualquier otro. Así lo cuenta Dennis, con discapacidad cognitiva leve, quien comenzó desde pequeña en el Tobías y hoy ya trabaja en Home Center. Allí aprendió desde manualidades y cerámica, hasta artesanías y cómo desenvolverse en sociedad. Lleva seis años en la empresa y cuenta que siempre le va bien en las evaluaciones de desempeño, a diferencia de otros compañeros que dicen “ser normales” pero no siempre son bien calificados. Dennis tiene una hija de 22 meses con José Alejandro, otro de los jóvenes del Tobías que trabaja en la multinacional. Su niña no tiene ninguna discapacidad. Y son 46 en total los que trabajan en alguna organización de renombre. Todos ellos aprendieron que eran capaces ahí, en ese cálido hogar. Hasta Martín, que aunque no pueda hablar, seguro se alegra cada año, cuando una comisión de su comunidad viene a visitarlo y a celebrar que sigue con vida y que alguien lo cuida. “Hay quienes nos preguntan por qué damos tanta lucha con niños como estos, como Martín, por qué nos esforzamos por tenerlos con vida. La respuesta es que todos merecemos recibir cariño, ser tenidos en cuenta”, concluye Stella.

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