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Así fue el tránsito de Alberto Hadad Sánchez hacia el sacerdocio en Cali

Alberto Hadad Sánchez, hijo del Secretario de Tránsito de Cali, renunció a ser un ejecutivo para seguir a Jesucristo.

29 de julio de 2012 Por: Alda Mera, reportera de El País.

Alberto Hadad Sánchez, hijo del Secretario de Tránsito de Cali, renunció a ser un ejecutivo para seguir a Jesucristo.

El 24 de diciembre de 1997 el actual secretario de tránsito, Alberto Hadad Lemos, la recordará toda su vida como aquella en que su hijo, Alberto Hadad Sánchez, lo sorprendió con este regalo de Navidad: “Mi vida ha cambiado, quiero vivir una vida católica coherente cerca de Dios y servir a los demás”. Para Hadad no fue fácil aceptarlo en ese momento. “Me cuesta mucho entender lo que estás haciendo, pero cuenta con mi apoyo, te voy a acompañar”.Y de inmediato, vino la pregunta: “Hijo, ¿pero vas a ser sacerdote o qué vas a hacer de tu vida?”– Papá, haré lo que Dios quiera.Como todo padre orgulloso de su primogénito, Hadad Lemos lo bautizó con su mismo nombre. Y como todo hijo que tiene en su papá un buen modelo a seguir, él decidió estudiar Economía. Pero cuando el joven estaba en segundo semestre de Economía en la Universidad Javeriana de Bogotá, rompió con lo que para su padre parecía ya estar escrito: su hijo se fue desprendiendo de su guión terrenal para emprender un camino celestial. Y de qué manera.Hadad hijo, un joven que lo tenía todo para ser un ejecutivo exitoso, buena educación, apellido, juventud, amigos, y hasta buena pinta, optó por la vida religiosa.El llamado no llegó como una verdad revelada un día especial. Sentado y vestido de sotana negra y su clerigman, en la silenciosa sede en Cali de la comunidad Sodálite, a la cual se consagró, el nuevo apóstol evoca la escalera al cielo que lo llevó hasta el sacerdocio.Cuando se graduó del Colegio Colombo Británico en 1995, el hoy padre Hadad admite que él era un estudiante promedio que jugaba tenis y fútbol (era defensa y no muy bueno) y que vivía de paseo o de rumba con sus amigos.Y alejado de Dios, como todo joven a su edad. Pensaba que la Iglesia no tenía mucho qué ofrecer y sólo iba a misa cuando había un compromiso familiar, no por convicción propia. Eso sí, nunca dejó de creer en Él. Pero hacia 1997 este hijo de una familia católica promedio, que nunca aspiró a tener un hijo sacerdote, sintió un vacío que lo inquietó. La sensación de tenerlo todo, pero que tenía una vida muy vacía, lo invadía.“Lo más triste era pensar que toda mi existencia iba a ser así”, recuerda ahora desde esta sala donde los únicos lujos que le rodean son las obras de arte religioso que decoran las paredes de esta austera casa.Era Semana Santa del 97 y el único paliativo que halló su alma confundida fue la confesión. Fue una necesidad de cuestionarse y de reconciliarse con Dios. Y en otra confesión más terrenal, les comentó a dos amigas esa sensación de náufrago en el océano de la modernidad.Ellas le hablaron de su experiencia con Dios y de las apariciones marianas. Fue cuando una intuición muy fuerte le avisó que el vacío que experimentaba en ese momento lo podía llenar acercándose a Dios. “Tuve la consciencia de que Él sí quería estar en mi vida”, dice. La misa dominical, a la que nunca iba, se le volvió su mayor devoción. Y caso especial, él sentía como si el sacerdote le hablara a él. “Tenía un mensaje para mí así hubiese muchas personas a mi alrededor”, dice. “Esa experiencia me llevó a descubrir que Dios lo llama a uno para algo, no sabía exactamente para qué, pero ahí empezó todo”, agrega el religioso que a sus 35 años denota el autodominio de un hombre maduro.Un todo que mantuvo en secreto. Si él mismo se sorprendía al descubrirse asistiendo a grupos de jóvenes para orar y para hablar asuntos de fe, ¿cómo se atrevía a compartirles la buena nueva a sus amigos ni menos a su familia. “Sentía que me iban a ver como raro”, dice.La necesidad de una ayuda divina lo obligó a solicitar a la secretaria de su padre – sin que éste supiera– los contactos de los sacerdotes y primos de su papá Diego Bernal Hadad, Superior General Eudista, y Camilo Bernal Hadad.Ellos fueron los primeros guías en su camino. El padre Camilo le profetizó: ‘Dios te está llamando, Él a veces pide un cambio de rumbo en tu vida, pero te está llamando’. Hasta allí, su alma creía que su vida seguiría como venía, sólo que como practicante más acercado a Dios, su vacío ya estaría solucionado.Pero la insatisfacción de llevar una doble vida, la de fe y la cotidiana, volvió a él. ‘Seguir a Jesucristo y al Evangelio es entrar por la puerta estrecha, –le dijo un sacerdote amigo– no es fácil, pero vas a encontrar la felicidad. La otra vida puede ser buena, pero no sé a dónde vas a llegar; elige una’. “Ese día decidí entregarle mi vida a Dios”, recuerda.Entre el grupo parroquial y el estudio del Evangelio, todo iba divinamente. Hasta que llegó la hora cero: decirle la verdad a su familia. Con su padre fue difícil porque él no se lo esperaba. Pero le tranquilizó que estuviera guiado por sus primos religiosos. Y su mamá, Ana Virginia Sánchez, actuó como si lo hubiese sabido toda la vida. “Ya sé, te conozco, porque eres mi hijo”, le dijo.No pasó igual con su única hermana, Johanna. Ella sintió que había perdido su hermano, que su partner de infancia y adolescencia se alejaba y hasta se distanció de la Iglesia que la privaba de un ser querido. Pero luego aceptó su decisión, lo visitaba en la casa sodálite de Bogotá y ahora que está casada, el plan preferido de sus dos niños es compartir con su tío, el padre Alberto.El joven consideró la posibilidad de dejar su carrera, pero continuó. Y en el verano del 98, los egresados del Británico en el 95 organizaron un paseo a Santa Marta. Fueron ocho días maravillosos de playa y rumba, pero a las 6:00 en punto de la tarde él interrumpía la diversión para ir religiosamente a misa. Así regresara con ellos a la discoteca hasta tarde. Actitud que les resultó extraño a sus compañeros... hasta que les reveló que quería ser sacerdote. Hubo diálogos, discusiones de fe y hasta peleas. Algunas amigas trataban de convencerlo de que no lo hiciera. Lo tildaban de loco porque se iba a meter de cura. Y con modestia y cero arrogancia, confiesa que no faltaba la que dijera: “qué desperdicio”. Renunciar a las chicas y tener una familia fue muy natural. “No fue el gran sacrificio, sino la gran oportunidad para algo más importante, la vida religiosa”, dice el hasta entonces prospecto de apóstol, consagrado al Sodalicio de la Vida Cristiana, comunidad peruana a la que el padre Hadad llegó por sugerencia de un párroco de Ciudad Jardín.Gracias a la empatía y amistad con sodálites laicos en Cali, el padre Javier Leturia, del Sodalicio en Perú, lo invitó a Lima el año 2000. “Fue como llegar a mi verdadero hogar; trabajé, desde con los más necesitados, hasta con los de mayor posición”, recuerda.Y decidió su vocación sodalicia. Recién se graduó de economista, se internó en la comunidad Sodálite de Cali hasta 2003. El ascenso espiritual fluyó como por obra y gracia del Espíritu Santo. Un año de apostolado en Lima y volvió a Bogotá a estudiar Filosofía y Teología en el Seminario Mayor.El hoy recién ordenado sacerdote ofició el 1 de julio su primera misa en la capilla del Colegio Pureza de María, de Bogotá. Como apóstol de nuestro tiempo, tiene el clic con los jóvenes y aprovecha el Facebook para compartir el Evangelio o las obras sodalicias, promover valores o apoyar a quienes lo necesitan. Por algo le asignaron la capellanía del colegio San José de Cajicá.Pero faltaba una misión: celebrar la Eucaristía en Cali y dar su bendición a los suyos: lo hizo el pasado domingo en la parroquia de Santa Teresita. Su padre leyó la liturgia y asistieron varios de sus amigos de juventud. Algunos de los que lo miraron raro aquel verano en Santa Marta cuando les contó que iba a ser sacerdote, y hasta lo tildaron de loco.Pero en el programa musical de ese día, rezaba mensajes como: “Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo, has dicho mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar”.OrdenaciónEl pasado 28 de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo, el padre Alberto Hadad se ordenó como sacerdote sodálite en una ceremonia en Lima presidida por monseñor José Antonio Eguren, arzobispo y sodalicio de Piura, Perú, y concelebrada por dos obispos y 25 sacerdotes ante más de 2.000 fieles.

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