Después de siete años de relaciones fronterizas complejas y más de tres años de ruptura de relaciones diplomáticas y consulares, en los primeros siete meses de Gobierno del presidente Gustavo Petro se reestablecieron los canales de diálogo, se recuperaron las relaciones diplomáticas y se trabaja en la “normalización” de la zona de frontera, pero aún continúa pendiente la recuperación de las relaciones consulares, quizás el punto más complejo, por la incierta cifra de colombianos en Venezuela y los más de 2,8 millones de venezolanos en Colombia.

No obstante, preocupa la falta de institucionalidad en la retoma de relaciones diplomáticas. Después de cuatro encuentros entre el Mandatario colombiano y su homólogo Nicolás Maduro, no se conoce la agenda bilateral ni hay una priorización clara de temas entre los dos Estados.

La relación se soporta en las simpatías entre los presidentes y se ha caracterizado por la opacidad; del último encuentro no salió ni siquiera una declaración conjunta y los temas abordados fueron comunicados con vaguedad.

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Asimismo, el canciller colombiano, Álvaro Leyva, ha tenido un papel discreto y poco relevante en la recuperación de la relación con nuestro vecino más importante. Incluso ha resultado más significativo y determinante el papel del ministro de Comercio, Industria y Turismo, Germán Umaña. Algo similar ocurre con la diplomacia twittera del embajador Armando Benedetti.

Del lado venezolano la cosa no es mejor. El cambio de cancilleres de Carlos Farías a Yván Gil, así como de embajadores, de Félix Placencia a Calos Martínez Mendoza, va en detrimento de la institucionalización de la relación, que, al parecer, está en manos de la vicepresidenta Delcy Eloína Rodríguez Gómez.

El error más grande de la Administración del presidente Iván Duque en materia de la relación bilateral no fue la ruptura de relaciones diplomáticas y consulares, finalmente la ruptura fue una disposición de Nicolás Maduro; tampoco fue la negativa a mantener canales de diálogo con las autoridades del régimen venezolano y ni siquiera que haya sacrificado el bienestar de la población de la frontera entre Norte de Santander y el Táchira, o que se la jugara por la figura del ‘Gobierno interino’ y el “cerco diplomático”.

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No, el peor error de Duque con Venezuela fue que permitió la pérdida de toda la capacidad del Estado colombiano para comprender a Venezuela.
Durante los años de la ruptura, el Estado colombiano perdió capacidad de estudiar a Venezuela: el personal responsable de la relación en la Cancillería disminuyó a su mínima expresión, el escritorio de Venezuela se volvió irrelevante y el equipo de la embajada y los quince consulados fue reasignado a otras misiones.

La información sobre Venezuela provenía de actores de la oposición que, obviamente, tenían su propia agenda. Algunos de ellos, incluso, estaban dispuestos a empujar a Colombia a una situación bélica, con tal de salir de Maduro.

Los primeros anuncios del presidente Petro en materia de la relación bilateral fueron esperanzadores: llegó a hablar de la recuperación de las comisiones presidenciales y de frontera, como instrumentos de consulta y trabajo con Venezuela.

Después de la crisis de la Corbeta Caldas, momento en el que hemos estado más cerca de una guerra, surgió toda una infraestructura institucional para tramitar las diferencias y apoyar el trabajo de las representaciones diplomáticas. Los éxitos y aciertos de la relación bilateral en los años 90 y la primera década del Siglo XXI son una consecuencia directa de dichas instancias, pero, a medida que se fueron desdibujando por el excesivo protagonismo de los presidentes, la relación se volvió más frágil e inestable.

Durante los meses que vamos de la Administración de Gustavo Petro, la relación se ha concentrado en recuperar el comercio bilateral. El año 2022 cerró, según datos de la Cámara de Comercio del Táchira, en más de 600 millones de dólares, el doble del intercambio comercial en 2021, pero aún lejos de las expectativas de las nuevas autoridades colombianas, que esperaban algo más de mil millones, y mucho más lejos de las cándidas expectativas del embajador Armando Benedetti.

El otro punto central de la relación es la participación de Venezuela en las negociaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional, ELN, grupo que tradicionalmente ha hecho presencia en la zona de frontera, pero que en los últimos años creció exponencialmente en Venezuela, en medio de un ecosistema de rentas ilegales y permisividad de las autoridades venezolanas.


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El régimen de Nicolás Maduro parece ser un actor fundamental en la negociación, según la interpretación que hace el Gobierno colombiano.
Incluso, después de la crisis con el ELN con la que despuntó el año 2023 por el anuncio de cese al fuego, el presidente Petro viajó atropelladamente a Venezuela, para algunos, con el objetivo de que el Mandatario del vecino país intercediera en la polémica situación.

No basta con recuperar la relación con Venezuela o hacer encuentros presidenciales cada mes y medio, sino se reinstitucionaliza la relación bilateral.

El 8 de agosto de 2026, cuando Gustavo Petro ya no esté en la Presidencia, será la verdadera prueba de la recuperación de la relación bilateral.

Cuando el próximo Mandatario de los colombianos, quien muy seguramente será de centro derecha, como ya es casi una costumbre en la alternancia democrática del sistema político nacional, tenga que planear su primer encuentro con su homólogo venezolano, que al parecer será Nicolás Maduro, se sabrá si realmente se recuperó la relación bilateral o si, por el contrario, entramos en una nueva espiral de confrontación con nuestro vecino más importante.

Es la responsabilidad del presidente Petro construir una relación bilateral con Venezuela entre Estados y no solamente entre gobiernos o simpatías políticas. Serán inútiles los abrazos y las fotos si no se construye una relación robusta que permita a los colombianos y a los venezolanos relacionarse en el mediano y en el largo plazo.