El Día sin Carro y sin Moto en Cali no es un simple ejercicio simbólico ni una fecha más en el calendario ciudadano. Es, en realidad, un espejo en el que la ciudad puede observar cómo sería si se atreviera a dar pasos firmes hacia una movilidad más limpia, segura y ordenada. La segunda jornada de movilidad activa de este año dejó lecciones valiosas que deben convertirse en insumo para las decisiones políticas de fondo.

Los números hablan por sí solos. Entre el 80 % y el 90 % de los 800.000 vehículos de la ciudad dejaron de circular durante la jornada, lo que significó que Cali se ahorrara cerca de cuatro millones de kilogramos de CO2 en un solo día. A esto se suma una reducción de entre tres y cinco decibeles en la contaminación auditiva, llegando incluso a diez en algunos sectores. Se trata de impactos ambientales tangibles, que se sienten en la salud pública y en la calidad de vida de todos.

Pero a la vez, esta jornada también devela los grandes retos que tiene la ciudad si, de verdad, quiere alcanzar mejores condiciones de movilidad y de calidad de vida para los ciudadanos.

Uno de ellos tiene que ver con el transporte masivo MÍO que fue uno de los protagonistas de la jornada. Registró un incremento del 22 % en el número de pasajeros. Este comportamiento muestra que los ciudadanos sí confían en el sistema cuando ofrece seguridad y mejoras operativas.

Es claro que si Cali tuviera un mejor servicio de transporte masivo, muchos caleños no se hubieran pasado a la motocicleta que se convirtió en una alternativa. Asimismo, no hubieran aumentado otras opciones que pululan en la ciudad y que lo que hacen es congestionar las vías, contaminar y fomentar el desorden.

La movilidad activa no puede quedarse en una postal del lunes pasado o en cosas que suceden dos veces al año. El gran desafío de la ciudad es trasladar los logros de una jornada excepcional a la vida diaria. Y ahí surgen los retos estructurales, además, de mejorar el MÍO con buses, rutas y un servicio óptimo, consolidar alternativas como las ciclorrutas.

La capital del Valle tiene 142 kilómetros de ciclo infraestructura, la segunda red más grande del país, pero su potencial está lejos de aprovecharse plenamente, pues mucha de esta red no está conectada.

Se calcula que hay 150.000 usuarios permanentes de bicicleta, la mayoría en el oriente de la ciudad, que la usan para trabajar y desplazarse. Ellos reclaman seguridad, incentivos y vías en buen estado.

No se pueden multiplicar los días sin carro, pero sí se puede ordenar una ciudad, por ejemplo, alrededor del sistema de transporte masivo, el uso de la bicicleta y otras alternativas de movilidad eléctrica.

El Día sin Carro debe ser entendido como un laboratorio urbano: una prueba de lo que Cali podría ser si apostara en serio por una movilidad sostenible. No es un fin en sí mismo, sino un medio para impulsar políticas de largo plazo. La COP16 y la Semana de la Biodiversidad han puesto a Cali en el mapa internacional de la sostenibilidad. Es momento de que la ciudad aproveche ese impulso para demostrar que los discursos ambientales pueden convertirse en cambios duraderos en la vida de la gente.