"Otra vez, la más estremecedora muestra de conductas antisociales hizo su aparición en los estadios de Colombia. Conductas que ya no parecen ser rechazadas sino toleradas; que producen apenas una pequeña reprimenda..."

A Colombia se le volvieron costumbre las asonadas, los hechos delictuosos y los crímenes que cometen quienes usan las divisas de los equipos de fútbol para desencadenar episodios violentos que atemorizan a la sociedad y ahuyentan a los verdaderos aficionados. ¿No será posible que el Estado y la Dimayor, la dueña del circo en que se ha convertido el que ha sido deporte de masas, actúen contra una perversa manera de fomentar la discordia?Entre el viernes y el sábado sucedieron cosas que ya pasan a engrosar los espacios judiciales de los medios de comunicación. En Medellín hubo una batalla campal que obligó a usar gases lacrimógenos y llevó al árbitro a suspender el partido entre Medellín y Nacional. Y en Tuluá se confirmaron los temores del Alcalde de esa ciudad que exigía garantías para permitir la realización del encuentro entre el América y el Deportivo Cali: decenas de heridos por los choques entre las tales barras bravas.Y el pasado domingo no ocurrió nada en el encuentro entre Santa Fe y Millonarios celebrado en Bogotá por cuanto la Policía movilizó un ejército, disponiendo medidas excepcionales. Por fortuna era la capital de la República, las autoridades tuvieron en cuenta lo ocurrido y reaccionaron para impedir que causaran estragos las hordas en que se han convertido las agrupaciones creadas supuestamente bajo el fervor a una divisa.Otra vez, la más estremecedora muestra de conductas antisociales hizo su aparición en los estadios de Colombia. Conductas que ya no parecen ser rechazadas sino toleradas; que producen apenas una pequeña reprimenda, como sucede en Medellín. Y que ni siquiera despiertan ya el interés de quienes se han empeñado, con dedicación admirable, a tratar de entenderlas y enseñarles a comportarse en comunidad. Pero estas conductas antisociales vienen creciendo desde hace muchos años. Y poco se hace, fuera de sacar los uniformados de los Escuadrones Antimotines para que enfrenten las hordalías. Tan dramático es el asunto que hasta un cadáver en su ataúd fue ingresado al estadio de Cúcuta y poco pudo hacer la Policía para impedirlo. Ni qué decir de las bebidas alcohólicas, de las drogas ilícitas y las armas que entran a los estadios, o de los encuentros en las carreteras que dejan muertos cuando se cruzan esas barras. Y los equipos de fútbol, con la División Mayor a la cabeza, poco hacen para impedir que esa delincuencia vestida con sus emblemas, se tomen las calles y los escenarios deportivos. Por el contrario, sigue siendo corriente que les entreguen entradas, quizás como manera de impedir que las graderías queden sumidas en la soledad que demuestra su ruinosa situación económica. Es el remolino que genera la pasión explicable por el deporte cuando se mezcla con la violencia irracional y la inexplicable anuencia de autoridades y dirigentes deportivos. Sin duda, esa violencia, tolerada y a veces patrocinada, está matando la afición y el amor por la camiseta que aleja más a los amantes del deporte. Razón hay para pensar que el fin del fútbol profesional está cerca.