Como si estuviera hablando para una convención de sus partidarios, el Presidente de los Estados Unidos, país anfitrión de la Organización de Naciones Unidas, usó el escenario de la Asamblea Anual del Organismo para hacer una apología de sus logros en dos años de gobierno. Y de paso, marcó una gran diferencia entre los países que creen y apoyan las instituciones multilaterales como la mejor vía para resolver los complejos problemas del mundo y evitar las guerras.

Ayer, el presidente Donald Trump acudió a la “doctrina del patriotismo” como fórmula contra la globalización, a la soberanía como antídoto contra la actuación de entidades creadas por iniciativa de los propios Estados Unidos, como es el caso de la ONU. Y a su reiterada reprobación a las migraciones como justificación para los hechos que han causado la condena nacional e internacional de sus intentos por aislar a su país.
Fue una notificación de que su interés está ante todo en los estadounidenses, algo natural para cualquier presidente que haya jurado defender a su nación. Pero, en este caso, se produjo mes y medio antes de las elecciones que renovarán el Congreso de los Estados Unidos y en momentos en que los estudios y encuestas muestran una caída en la favorabilidad de su partido, el Republicano.

Frente a ese discurso de quien se supone representa el bastión de la democracia y las libertades en el mundo, se han venido sintiendo las voces del Secretario General de la ONU y de casi todos los presidentes y jefes de Estado que asisten a la asamblea. Ellos reclaman el trabajo común y la política multilateral para enfrentar las pruebas de diferente orden que afronta la humanidad en todos los órdenes. En la economía, en el medio ambiente, en el equilibrio político, en las guerras, en la salud y en la necesidad cada vez más acuciosa de responder por la supervivencia de la especie humana y del Planeta.

Sin mencionar a Rusia, el presidente Trump aprovechó su intervención para referirse a los desafíos que para él representan Irán y Siria, o Corea del Norte a pesar de sus supuesta amistad con el dictador Kim Jong-un. A la lealtad que deben tener los amigos de los Estados Unidos y a su amenaza contra el libre comercio al que considera el gran enemigo de su país, encarnado por China, y a su defensa del derecho a actuar de manera unilateral cuando lo considere necesario. A lo que él afirma haber conseguido en los Estados Unidos por encima de cualquiera de sus antecesores, despertando las sonrisas del auditorio.

Y como era de esperar, se refirió a Venezuela, calificando la situación como una “tragedia humana” y anunciando sanciones contra su presidente Nicolás Maduro y su círculo más cercano. Ese fue quizás el único punto de unión con los 98 países que condenaron a la dictadura que causa el peor drama y la más grande diáspora en la historia de América. De resto, fue la confrontación y lo que recalcó el presidente de la nación más poderosa sobre la tierra y sede de la Organización creada hace setenta años para promover la unión de los pueblos sin renunciar a su nacionalidad, independencia o soberanía.