Argentina está pasando una de aquellas crisis que con frecuencia afectan su economía y su moneda, causando desconciertos y ocasionado pobreza. Es la pérdida de confianza que destruye las posibilidades de invertir en el país y hacen brotar las más oscuras intenciones de los especuladores por aprovechar la oportunidad que brinda la inestabilidad.

Por supuesto, la crisis que trata de superar el gobierno del presidente Mauricio Macri no es producto de sus pocos años de gobierno, sino la herencia que le dejó el régimen de Néstor y Cristina Kirchner, quienes durante doce años aplicaron el populismo peronista y el socialismo Siglo XXI para enriquecerse y enriquecer a sus amigos, mientras Argentina volvía a caer en la espiral de la recesión, de la pobreza y la pérdida de capacidad de pago de sus acreencias.

También puede decirse, como lo afirman muchos comentaristas, que a la calamitosa situación que vive la cuarta economía de Latinoamérica aportaron algunos errores del actual gobierno, en su afán por crear confianza alrededor de los programas y ejecutorias que realiza para superar el amargo momento. Lo cierto es que, como en épocas anteriores, la inflación no ha podido ser controlada y de nuevo se están produciendo corridas de ahorradores e inversionistas que se llevan los recursos, obligando a subir los intereses a tasas del 60 % anual, mientras la devaluación supera el 100 % en los últimos doce meses.

Para detener esa amenaza y evitar el caos que puede llegar si no hay un espaldarazo sólido del sistema financiero internacional, el presidente Macri también ha echado mano a recursos extremos como pedirle al Fondo Monetario Internacional adelantos urgentes en los créditos que le aprobó, o aplicar profundos recortes en el tamaño del Estado argentino. Así mismo debió gravar las exportaciones pese a necesitar en forma desesperada el impulso de esa actividad, lo que le permitirá conseguir las divisas para detener la caída libre.

Poco han servido esas decisiones hasta ahora, pues existe otro elemento oscuro y peligroso que siempre ha rondado a Argentina, como ocurre en todas partes donde el olor de sangre llama a los buitres. Es la especulación descarada con su situación, manejada por quienes apuestan a la caída y la insolvencia del Estado para conseguir ganancias enormes. Así pasó con la crisis que se presentó hace 17 años y llevó al tristemente célebre corralito de los ahorros, a la caída del entonces presidente Fernando de la Rúa y a la creación de un nuevo patrón monetario que arrancó de cero la paridad frente al dólar.

Esa crisis es consecuencia de la desconfianza en la capacidad del Gobierno para superar los problemas y devolverle la estabilidad a la Argentina, que ha ido creciendo a la par con los escándalos de corrupción que se han destapado, ejecutados sin vergüenza por el régimen de los Kirchner y sus socios. Son circunstancias que los especuladores alimentan y su consecuencia directa es el empobrecimiento galopante del pueblo argentino y la pérdida de capacidad del presidente Macri para resolver la coyuntura.