Tan preocupados como estamos por elegir a quien será nuestro candidato a la Presidencia de la República, en esa maraña de aspirantes que se encuentran en los polos más opuestos o que se han unido entre ellos así no tengan nada en común o se hayan visto obligados a venderle el alma al diablo, deberíamos estar concentrados en escoger a aquellos a los que votaremos para conformar el Congreso de la República.
Ahí, en ese poder del Estado que es la máxima expresión de la participación democrática porque reúne aquellos a quienes escogemos para que nos representen, es donde se toman las decisiones más importantes del país y las que afectan de forma favorable o desfavorable a la provincia colombiana.
Pero como suele pasar cada cuatro años, a quienes menos les paramos bolas es a los miles de aspirantes al Senado y a la Cámara de Representantes. Porque no nos llamemos a engaños, son pocos los ciudadanos que se toman el trabajo de conocer las propuestas de quienes buscan un escaño parlamentario o de observar su trayectoria si es que son repitentes.
En general, y no digo todos porque siempre hay excepciones de votantes juiciosos que hacen la tarea, nos guiamos por los que están en el partido en el que militamos, por los que más mueven las maquinarias electorales, por el que dice el líder del barrio o por aquel que ‘más prensa moje’, que no siempre son los mejores.
Ya sé que la tarea no es fácil cuando se tienen 2966 candidatos para las dos corporaciones. Ese es el número final de inscritos que aparecerán en los tarjetones así: 997 para el Senado, distribuidos en 25 listas, incluidas 9 de los indígenas; y 1562 para la Cámara, en 333 listas entre las que están 7 de los indígena, 48 de las comunidades afrodescendientes y 10 por los aspirantes que viven fuera del país. ¡Ah!, y a ellos súmenle las 204 listas con 407 candidatos que aspiran a las 16 curules de las Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz prometidas cuando se firmaron los acuerdos con las Farc.
No, yo tampoco me voy a leer 2966 hojas de vida porque debe ser un trabajo engorrosísimo, aburridísimo e inoficioso. Ni siquiera he pensado hacerlo con las de los 124 candidatos a la Cámara que hay por el Valle del Cauca. Pero sí me estoy tomando el trabajo de hacer una selección juiciosa entre los aspirantes a las dos corporaciones, buscando referencias en esa biblia que se llama internet, entrando a las páginas de quienes captan mi atención por alguna razón y viendo con quiénes me identifico más o cuáles son los que tienen mejores propuestas.
Si hay un asunto al que le estoy prestando especial atención es qué piensan hacer esos aspirantes por nuestro departamento que hoy tiene tantas necesidades insatisfechas, problemas propios sin resolver, promesas incumplidas y conflictos que nos llegan por rebote desde regiones cercanas. Para algunos de esos asuntos las soluciones las tenemos que generar de manera interna, pero hay otras, muchas, que deben llegar desde Bogotá o que por lo menos tienen que ser apoyadas desde esa altura de la capital de la República que parece en no pocas ocasiones tan lejana e indiferente.
Para ello deben estar los congresistas que elijamos el próximo 13 de marzo, para pensar, luchar, poner el pecho y tomar decisiones que antepongan los intereses del país y de la provincia a los de unos cuantos.
Así no parezca y la historia nos diga lo contrario, hay con quién.
Se vale soñar que en la legislatura que se instale el 20 de julio de este año solo estarán los congresistas comprometidos en realizar las reformas urgentes que demanda el Estado para que funcione como se espera, los que cuidarán del erario para que se distribuido como corresponde, los que le harán la guerra a la corrupción primero al interior de su propio recinto y en cada una de las instancias de gobierno e incluso del sector privado.
Que así sea dependerá de quiénes escojamos usted y yo. Ojalá votemos a conciencia.
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