Uno ya no sabe si reír o llorar. Cuando se pensaba que el doble pago de la nómina y el episodio de los pasaportes serían la gota que rebosaría la copa de las barbaridades del gobierno de Gustavo Petro, inicia el año con la noticia de la pérdida de la sede de los Juegos Panamericanos y dos recetas a fuego lento, que ejemplifican el desastre de su administración y reclaman toda nuestra atención: las mentiras del proceso de paz con el Eln y la iniciativa de una nueva reforma tributaria.

Los Juegos Panamericanos son el mayor evento deportivo internacional de las Américas con participación de 42 países y atletas de más de 40 disciplinas. La primera justa, en 1951, fue en Buenos Aires, con 2.513 atletas y la última en Santiago de Chile en 2023, con 6.909 atletas. En Colombia solamente se ha realizado uno, en Cali, en 1971, certamen que transformó urbanísticamente la ciudad, contribuyó a gestar su civismo y la catapultó a nivel nacional e internacional.

Este breve recuento para enfatizar la estupidez cometida por el Gobierno. Porque no nos llamemos a engaños, el presidente Petro nunca estuvo interesado en su realización en Barranquilla. No solo porque no iba a estar para cortar la cinta, sino que no iba a darle ese regalo a un alcalde que no es de su cuerda. Qué ministro tuvo la culpa, ya poco importa. Se incumplió porque el presidente nunca quiso cumplir. Hizo todo para enredarlo.

Se suma a lo anterior la declaración de Antonio García, máximo comandante del Eln, quien dijo que solo dejarán de secuestrar si reciben financiación del Estado. La noticia, en vísperas de Navidad, dejó en el aire lo acordado seis días antes en el quinto ciclo de negociaciones. Escribió que la suspensión de ‘retenciones’ con fines económicos no se dará sin la manutención del grupo guerrillero y que debía ser de manera simultánea. Es decir, en contravía de lo que el país entendió.

El lío es que no se sabe si obedece a un corto circuito al interior del Eln, un malentendido en la mesa de negociación, o que el Gobierno se comprometió a pagar por no secuestrar y no lo quiere reconocer; las declaraciones de Vera Grabe, resbaladizas, lo confirmarían. Las otras explicaciones serían igual de graves, pues evidenciaría que los negociadores del Eln no representan a esa guerrilla y lo acordado en la mesa está pegado con babas.

Para rematar, se propone una reforma tributaria con un colorido anzuelo envenenado: la disminución del impuesto de renta a las sociedades. No demoran algunos empresarios y gremios en ofrecer su concurso en vez del rechazo tajante. También deben oponerse los ciudadanos, pues resultarían más clavados de lo que están. Si lo que Petro quiere es dinamizar la economía -que él ha postrado-, que empiece por enterrar la reforma laboral.

Se necesita revisar el régimen tributario, hacerlo más justo y competitivo, pero no es el momento ni tampoco el Gobierno para liderarlo. El daño de la pasada está hecho; qué más prueba que el decrecimiento y la desinversión. Respetable que Petro busque más recursos, pero para qué, ¿para cimentar su estrategia de perpetuación del régimen a punta de subsidios, invertir en las regiones y ciudades de sus afectos políticos, seguir derrochando y repartir mermelada?

Ni reír ni llorar, lo que se debe hacer es actuar. Castigar políticamente al Gobierno por la pérdida de los Juegos Panamericanos que no eran de Barranquilla, sino de Colombia, exigir la verdad de lo acordado con el Eln y rechazar con firmeza pagarle por dejar de secuestrar, y oponerse con contundencia a una nueva y tramposa reforma tributaria. El 2024 es un año clave en el que el Gobierno se resteará para imponer un modelo socialista en el país. De los ciudadanos depende permitirlo. A remangarse Colombia que no será un año fácil.