Hace algunos años tuve la oportunidad de conversar con uno de los directivos de la Unidad de Acción Vallecaucana. En ese diálogo abordamos varios temas, entre ellos, una preocupación compartida: la escasa participación ciudadana, tanto en la vida comunitaria como en los procesos electorales. Coincidíamos en que esta apatía es uno de los factores que perpetúa la permanencia de los mismos actores en el poder político, aun cuando sus resultados dejan mucho que desear.
Tanto en ese entonces como ahora, propuse una estrategia que considero puede ayudar significativamente a enfrentar esta problemática: fomentar la organización comunitaria a través del deporte y la actividad física, dos elementos ampliamente valorados en el mundo actual.
Nuestra ciudad cuenta con cerca de 600 escenarios deportivos comunitarios, verdaderos puntos de encuentro para las familias caleñas. Allí convergen los niños en sus horarios extracurriculares, los adultos en sus ratos libres después del trabajo o los fines de semana, y los adultos mayores, quienes aprovechan su tiempo para reunirse con amigos y mantenerse activos. Difícilmente hay en Cali un espacio público más querido y necesario que estos centros deportivos barriales, donde el deporte, la recreación y la alegría crean un ambiente propicio para el encuentro y la participación ciudadana.
Tomemos como ejemplo una cancha sintética de fútbol, un escenario modesto, pero de gran impacto. En una semana podrían jugar allí unos 200 niños. A ellos se suman al menos 400 padres que, de una u otra manera, se involucran en la actividad. Agreguemos otros 200 adultos mayores que utilizan la cancha en las mañanas para hacer ejercicio, aprovechando la comodidad y seguridad que ofrece el tapete sintético. Finalmente, consideremos unos 200 adultos más: 100 jugadores de fútbol nocturno —los famosos ‘rodillones’— y 100 personas que participan en actividades aeróbicas al ritmo de la salsa, tan popular en nuestros barrios. En total, hablamos de cerca de 1000 personas directamente beneficiadas por un solo escenario deportivo.
Más allá de los números, imaginemos por un momento el ambiente de comunidad, deporte y recreación que se vive en cada uno de estos espacios. Y eso que solo hemos descrito una cancha sintética. Muchos de estos escenarios cuentan además con canchas de grama natural, pistas de patinaje, canchas de baloncesto, salones comunales, áreas para huertas urbanas, e incluso equipos para calistenia.
La apropiación de estos espacios por parte de la comunidad, con el acompañamiento y orientación de la administración municipal —que debe velar por la equidad—, representa una oportunidad invaluable para fortalecer el tejido social. Es el escenario perfecto para que cientos de grupos ciudadanos se organicen, gestionen estos lugares, discutan prácticas administrativas, documenten sus decisiones y desarrollen procesos de deliberación. Todo ello fortalece la participación ciudadana y siembra las semillas para una ciudadanía más activa y comprometida con los asuntos públicos.
Volviendo al análisis cuantitativo: si una cancha impacta directamente a 1000 personas, y en la ciudad hay alrededor de 600 escenarios similares, estamos hablando de unas 600.000 personas potencialmente beneficiadas. Una masa crítica de ciudadanos que, con una guía adecuada, podría convertirse en una base sólida para revitalizar nuestra democracia local.