Dos eventos de gran importancia se suceden por estos días en dos regímenes políticos muy diferentes: la elección del Primer Ministro del Reino Unido y las elecciones de medio término en Estados Unidos.
Ambos sistemas democráticos se consideran los más avanzados en su género: el Parlamentario en el Reino Unido y el Presidencialista en Estados Unidos, y es fascinante ver cómo se ajustan a los vaivenes de la política, porque ambos actúan como termómetros de la opinión pública.

Lo del Reino Unido es casi una comedia en tres actos, basada en el hecho de que un Primer Ministro no puede continuar en su cargo si no tiene las mayorías en el parlamento ni la confianza de su partido. Su gabinete está formado por parlamentarios de la coalición de gobierno (con un gabinete en la sombra formado por parlamentarios de la oposición que acechan esperando el turno). Boris Johnson, elegido por cinco años en una elección general, con el argumento del Brexit, que hoy se sabe ha sido catastrófico para la economía, perdió la confianza de su partido por un par de escándalos sin importancia y al perder la jefatura partidista tuvo que renunciar al cargo.

El Partido Conservador, que había llegado al poder con una amplia mayoría y un gran respaldo público, que hoy al parecer ya no tiene, realizó un procedimiento interno para elegir un nuevo jefe, que automáticamente se convertiría en Primer Ministro. Ganó Liz Truss que duró lo que un suspiro, por querer disminuir los impuestos y aumentar los subsidios simultáneamente, creando un déficit que derrumbó la confianza de los mercados. La sucede en otra elección interna Rishi Sunak, un joven millonario más de centro, de origen y religión hindú, hijo de inmigrantes; un hombre de color como dicen los anglosajones a todo el que no sea caucásico.

Desde 1867, en tiempos de Benjamin Disraeli, también primer ministro conservador, cuyo padre era judío sefardita converso de origen portugués, no se veía algo parecido; André Maurois dice que era como un ibis en un gallinero inglés. La transición de poder ha sido impecable y acorde con las necesidades del partido de sobrevivir, mientras el laborismo clama sin éxito por una elección general, cuyo llamado anticipado es prerrogativa del Primer Ministro.

Algo similar pasa con las elecciones de medio término en Estados Unidos, en las cuales se elegirá la tercera parte del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes. Es un poderoso instrumento de evaluación del ejercicio presidencial a mitad de su mandato, que obligará al presidente Biden a severos ajustes, si como parece suceder perderá el Partido Demócrata el control de la Cámara. El poder requiere de esos ajustes para estar de verdad al servicio de la gente.

En Colombia estamos con lo peor de esos dos sistemas. Un analista juicioso diría que allí está el origen del desorden político en que vivimos, que nadie se preocupa por reformar. Crear un régimen de verdad democrático como el inglés o el norteamericano, no una mezcla inane de ambos, que debilita la democracia.

Tenemos un régimen presidencialista que dura cuatro años contra viento y marea, sin posibilidad de corregir políticas que no estén funcionando, y un Congreso que controla la creación de las leyes, pero que está en el fondo inerme frente al poder presidencial, sin capacidad para generar un cambio si las cosas no van bien. Ni chicha ni limoná.